Capítulo 20: Decir la verdad.
—¡No!—Exclamó Megan, su timbre sonó desgarrador y lleno de pánico—No, Keythan ¡no lo hagas!
Pero era muy tarde. Tarde para explicaciones, tarde para retroceder el tiempo, tarde para todo.
El enfrentamiento estalló, no como una explosión, mas bien fue como una oleada helada, invernal, que congeló todo a su paso.
Jamás había visto tanta incredulidad en el rostro de Keythan. La mandíbula tensa, las facciones endurecidas, las cejas fruncidas y la palidez. Una palidez de fantasma. De alguien que ha visto algo terrible.
Estaba furioso, contra el mundo, contra ella, pero más allá de eso sus ojos obscuros tenían un brillo atroz. Estaba anonadado y herido.
Esa mañana él salió del consultorio y Megan se quedó ahí, mirando el espacio por donde él se había marchado. Luego sintió las lagrimas calientes deslizándose por sus mejillas.
Todo su mundo cayó como si se tratase de un débil castillo de naipes que al primer soplo se desplomara. Por alguna razón ella llegó a pensar que su historia con Keythan duraría para siempre, como el más perfecto cuento, sin problemas ni conflictos, pero había sido muy ingenua, la vida no tardó en estamparle la realidad en la cara.
Pero para entender todo lo que había ocurrido, había que remontarse a tan solo pocos minutos atrás.
Hundió las manos en los bolsillos de su abrigo, aquella mañana había amanecido inusualmente fría, probablemente era la más fría de toda la primavera, una que estaba siendo inestable e impredecible. Como el clima mismo en la ciudad.
Había escuchado el reporte meteorológico en la televisión: Un frente frío azotaba la zona, reemplazando dramáticamente los días calurosos, por viento, neblina y humedad.
Sus dedos estaban ateridos y si soplaba su aliento creaba vaho tibio.
Mientras subía a la segunda planta observó a través de los ventanales. Los cristales, estaban percudidos, pequeñas formas de gotas cubrían la superficie antaño impecable, pero aun así permitían notar el radiante aliento de vida del exterior.
Tenues y caprichosas lloviznas habían tomado por sorpresa a la ciudad a veces, especialmente durante la madrugada, pero en términos generales, durante el transcurso del día el sol solía brillar esplendido y las lluvias solo habían contribuido a que la vegetación de jardines y parques fuese más exuberante.
Sin embargo ese día el cielo parecía más bien opaco y cetrino. Las montañas en el horizonte estaban envueltas de un velo blanco espumoso. El aire mecía los arboles y a lo lejos las nubes hinchadas y obscuras presagiaban una lluvia que probablemente caería por la tarde.
Bostezó sin poderlo evitar, con tanto cansancio acumulado evidenciándose en las leves ojeras que enmarcaban sus ojos azules. No había podido dormir los últimos días. Se despertaba insomne, a las 3 am, y daba vueltas al cubo Rubik, mientras envidiaba a Puffy, quien acurrucado, adueñándose de su almohada, respiraba suavemente.
El fin de semana había sido terriblemente largo y doloroso, especialmente después de lo sucedido con Sebastián.
Sin embargo, ese día en cuanto dieron las 6 am se levantó de la cama de un brinco, sintiendo una intensa ráfaga de energía.
Al llegar al consultorio no pudo evitar pensar en que podría recorrer ese camino con los ojos cerrados. Se lo sabía de memoria. Visitaba en sueños ese lugar.
—Hola—Saludó cerrando la puerta tras de sí. Notó que Keythan parecía apresurado, reunía una pila de letreros y panfletos que estaban desordenados sobre la madera del escritorio.—¿Cómo estas?
—Bien, ¿Y tu como amaneciste?—Keythan alzó la mirada de lo que estaba haciendo y la observó.
—Bien, ¿Qué haces?—Se acercó curiosa.
—Tengo que colocar estos posters en la pared de anuncios de la entrada y en la parte de afuera.
—¿Quieres algo de ayuda?
—Bien, vamos, puedes acompañarme—Le dio una parte del montón de hojas y salieron juntos.
—¿No hay personal de servicios que se ocupe de hacer esto, como por ejemplo el conserje?—Megan suspiró. Llevaban alrededor de 15 minutos colocando los adornos y los brazos se le habían cansado de tanto tenerlos elevados.
—Claro que hay, pero con las prisas todos están ocupados, y tengo que hacerlo yo. El director quiere que me involucre con la organización de este evento.
Algunos alumnos que se encontraban rondando por los pasillos les dieron una ojeada, pero en seguida volvieron a sus asuntos, por lo que Megan se sintió a gusto. No quería ser el tema de conversación de nadie. Estaba feliz con su propia vida.
Terminaron con la publicidad que iría dentro del recinto escolar y fueron hacia la parte de afuera. El muro lateral del edificio tenía una zona especial para pegar anuncios.
Había un poco de viento y el sol era un manchón lánguido y difuso, oculto detrás de una espesa capa de nubes. En los alrededores se encontraban algunos chicos, la mayoría platicaban sentados en las bancas, o se desplazaban a sus salones lentamente.