Capítulo 31: Determinación.
—¿A dónde vas? ¡Regresa!
Megan no respondió, tomó su pequeño bolso, lo colgó en su hombro y salió corriendo de la casa. Su madre la llamó repetidas veces, pero no volteó. Siguió su camino como si la persiguiera el diablo. Su respiración alterada, sus pisadas desesperadas y sus ojos arrasados de lágrimas. Cruzó la calle y alcanzó la avenida. Huía. Pero no sabía de qué. De si misma. De su madre. De todo.
Habría preferido no saber nunca la verdad. Una gota corrió por su mejilla mientras se le desgarraba y le estrujaba el corazón.
La gente caminaba por la calle. Algunas personas lucían determinadas y apresuradas, como si tuvieran algún lugar al cual llegar en esa mañana de domingo. Otros daban la impresión de que andaban con apatía y pereza. Moviendose por obligación. Y ella, ahí. Sin saber quién era, qué hacía, o cual era su motivo para vivir. Se preguntaba si existía el destino, o si a caso, tenía alguna razón por la cual existír. Había escuchado alguna vez que todos los humanos nacen por alguna razón. Que todos tenemos una meta. Pero ella aún no sabía cual era la suya.
Los rayos del sol de medio día pegaban inclementes en su cara. Poco a poco su ritmo disminuyó y sus pies se movieron lentos y vacilantes. No paró de hasta que estuvo lejos y se percató de que los grisáceos edificios de esa zona eran desconocidos. En una esquina había una pequeña área verde. Se sentó en una de las bancas oxidadas, debajo de un árbol, y limpió las lágrimas secas de su rostro. Conforme los minutos transcurrían, el calor del sol amainaba y por lapsos los hirientes rayos se ocultaban detrás de espesas nubes blancas. Su mente embotada, de a poco se aligeró y miró a su alrededor con más detenimiento, notando detalles que por su estado alterado ignoró.
En realidad no se trataba de un área verde aislada, estaba en una sección del parque ubicado frente a la escuela, pero por la parte trasera, en un área que nunca antes había explorado. Se puso de pie y se adentró al recinto. Ocultos tras unos arbustos, unos enormes lirios blancos se mostraron en todo su esplendor.
***
Un enorme halo de luz entraba por la ventana y las hojas de los árboles resplandecían como esmeraldas talladas. Era una de esas mañanas de fin de semana en las cuales el tiempo parecía fluir lentamente, pero era incapaz de maravillarse. Estaba ahí, sentado en la solitaria cocina, mirando fijamente la pared mientras que sus pensamientos vagaban. Tenía ojeras purpuras bajo los ojos y despedía cansancio y hastío. Pero, sobre todo, en sus facciones prevalecía una profunda preocupación. Tenía ese horrible presentimiento que por más que trataba de deshacerse de él parecía estar impreso como una segunda piel.
Una mano se agitó de un lado a otro frente a su cara.
—¡Hola, Key! ¿Por qué tan pensativo?
Sarah apareció en su campo de visión, con una sonrisa y una mirada de curiosidad.
—Hola, pequeña. No es nada, solo...Todo esto es muy difícil de creer.
—Lo sé, es una locura—Sarah fue a encender la cafetera y esperó recargada contra el refrigerador, mientras el artefacto funcionaba—Espero que den pronto con el asesino de Ian.
Keythan asintió. No quería decirlo en voz alta pero no dejaba de pensar en que la policía podría estar más cerca del criminal de lo que imaginaban. Costaba imaginar que alguien pudiera obrar con tal crueldad. Por más que trató, no pudo dormir. Sus cavilaciones le acosaban. Su subconsciente permanecía en un estado de semi vigilia y estuvo durante largas e interminables horas de la madrugada observando a Megan y acariciando su cabello con suavidad. Ella descansaba, pero su sueño ligero era interrumpido por pesadillas. Se removía y en varias ocasiones tuvo que tranquilizarla. Solo pudo dormir cuando se abrazaron y se relajó, sintiendo su cuerpo tibio junto al suyo.
—No llegaste a dormir anoche, así que supuse que estarías con Megan...Después de lo que pasó—Sarah sirvió café en una taza y sopló el humo. Se sentó en un taburete frente a la barra.
—Vengo de su casa—Admitió.
—Ultimamente ustedes son inseparables—Ella le lanzó una ojeada.
—Sí—Se estiró, llevando sus brazos detrás de su cabeza, con un hondo suspiro—Todo esto ha sido una locura—A veces le parecía que en cuestión de meses su vida había dado un vuelco completo y que nunca podría volver a ser lo mismo que antes.
—Tienes una mirada...—Sarah lo observó con cariño.
—¿Cómo?
Sarah se inclinó hacia él. Una sonrisa se estampó en su cara.
—Hace años que no te veía así.
Keythan le revolvió el cabello, con dulzura.
—Oh, mira eso, es un ave muy bonita—Apuntó a la ventana y Sarah volteó. Aprovechando su descuido le quitó su taza con café para beber de ella.
—¡Oye, sírvete!—Lo regañó, percatándose del engaño— La cafetera está llena.