Capítulo 33: Boca de lobo. (Parte 2)
—¿Por qué lo hiciste? Ian no merecía morir, el juez acababa de dictar sentencia, no tenías por qué entrometerte.
—Megan, Megan—Resopló y se encogió de hombros—Cuando tu mamá me lo dijo me enojé mucho. Ambos queríamos volver de inmediato pero no pudimos. Deberías agradecerme, solo busco cuidarte y protegerte. Eso es todo. Nunca volverá a ponerte una mano, ni él, ni ningún otro, bomboncito de azúcar—Usó un tono meloso.
Megan palideció y se asqueó ante su apodo. No, obviamente no era su padre. No podía serlo.
Estaba sonriendo y ella lo fulminó con la mirada. "Sonríe mientras puedas" dijo para sus adentros. Juró que no se iba a salir con la suya, por su cuenta corría que se refunfiera detrás de las rejas.
—Tengo que irme. Suelta a Puffy.
—Pareces muy envalentonada—Sebastián, desde el sillón en el que estaba repantigado, le dio una mirada afilada. —¿Qué estuviste haciendo todos estos días?—No fue una pregunta ni una petición, fue una exigencia.—Responde, mis hombres me informaron que varias veces no te quedaste aquí, ¿Donde pasaste la noche?—Su voz ya no era amable. Era dura. Se habían acabado los juegos.
—Tuve que hacer un trabajo en equipo—Inventó con las ideas corriendo a toda velocidad. Eso era. Sin nombres.—Estuve con unos compañeros de la escuela.
Una lenta sonrisa surgió de los labios de él. La colilla del cigarro parpadeaba y el humo se ondulaba, subiendo hacia el techo.
—¿Ahora resulta que eres estudiosa y cumplida? ¿Y que ganas premios escolares?—Burló con una risa sarcástica. Una hilera de dientes amarillentos asomó en su boca y relumbró en la semi-oscuridad.
—¿Y qué si así fuera?
—No me vengas con esos jodidos cuentos, maldita mentirosa—Se exaltó, cambiando su postura relajada a una alerta, como un depredador a punto de saltar sobre su presa. Acarició las orejas de Puffy—¿Dónde diablos estabas?
—En un bar—Megan sonrió con falsedad, de un momento a otro podría explotar por el coraje, pero contuvo su ímpetu.
Sebastián arrojó su cigarro al cenicero, se puso de pie y se aproximo a ella tan rápido que no lo vio venir. Su rostro se transformó. De una expresión desenfadada y tranquila, a una obscura y lasciva. Sintió su mirada recorrerla y una oleada de escalofríos subió por su espina dorsal.
—No me intentes mentir Megan. Has sido una chica mala. Estuviste revolcándote, ¿verdad? ¿Te gustan los chicos maduros, eh? Te he visto con ese tipo, tu noviecito.
Apretó los puños:—Eres un jodido enfermo.
Sebastián frunció las cejas, en un gesto de sentirse ofendido.
—Solo intento darte un consejo para tu propio bien. Te he vigilado porque es mi deber—Acercó una mano a su cara y acarició su mejilla. En la otra mantenía a Puffy aprisionado. Megan se apartó sofocada.
—No te atrevas a tocarme.
—¿Quieres al perro?—Sebastián apretó a Puffy.
El perro se quejó y ladró, pero en vez de lucir amenazador, se veía como un tierno peluche enseñando los dientes.
Megan se quedó quieta tratando de procesar la situación.
La sensación de amenaza fue más real que nunca, invadió todo su ser y fue tan brutal que le hizo castañear los dientes. Sus piernas temblaban incontrolablemente.
Una alarma de emergencia repiqueteó en su cabeza. Caminó hacia atrás.
Sacó su telefono.
—Ni se te ocurra llamar a la policia—Sebastián presionó el craneo del perrito.
—Está bien—Megan levantó su mirada hacia él.
—Bien, nos vamos entendiendo—Sebastián se agachó hacia la mesa de cristal y agarró el cigarro.
Los dedos de Megan se movieron por el teclado tactil. Visualizó en su mente las teclas y escribió un mensaje, lo mas rápido que pudo sin dejar de mirar a Sebastián.
"Llama a hgftktkssks"
Sebastián se adelantó y le arrebató el celular, sin enviar el mensaje.
—¿Qué haces? ¿A caso quieres pedirle ayuda a tu noviecito?
Su ritmo cardiaco se volvió caotico en segundos. Su instinto de supervivencia le decía que debía huir. Estaba en un potencial peligro. Echó un vistazo a las ventanas, si todo se ponía demasiado mal se lanzaría por una de ellas.
Respiró. Trató de tranquilizarse. Keythan tendría que darse cuenta de que algo estaba mal y entraría en cualquier momento con la policia. Montones de agentes armados hasta los dientes.
—¿Pensaste que podías engañarme?—Sebastián volvió a llevar la mano a su rostro y ella arrugó la nariz e hizo una mueca de asco. Esos dedos húmedos y viscosos tocando su piel se sentían tan repulsivos como si fuesen gusanos podridos.
—¡Dejame!
Sebastián la sujetó con violencia. La recorrió con la mirada de pies a cabeza y se lamió el labio inferior.