Capítulo 43: La mejor noche.
Mientras se dirigía a la fiesta, la ansiedad bullía en su cuerpo. No sentía los estragos del cansancio, podía bajar y subir, y sería llevada por esa extraña emoción.
Bajó del auto. El último rastro moribundo del atardecer pigmentaba el horizonte en tonos rojizos y el aire era cálido y suave. Desde esa distancia podía escuchar el fuerte estruendo de la música. Alisó su vestido y acomodó un mechón de cabello rebelde. Lanzó una ojeada a los policías. Obtuvo una seca mirada como respuesta. Pensaban que era una misión suicida.
En eso se había convertido su vida. Ir a una fiesta y ver al chico que amaba era una cuestión de vida o muerte. Ella también temblaba al pensar que un mercenario contratado por Sebastián estuviera tras ella y sin embargo un loco impulso la alentaba a seguir adelante.
Echó a andar, con ambos agentes, vestidos de forma demasiado formal y estrafalaria para la ocasión, siguiéndola de cerca. Comenzó a hiperventilar, tomó grandes bocanadas de aire y trató de acompasar su pulso.
La entrada del lugar estaba atiborrada con globos metálicos con forma de estrellas y, aunque era todavía temprano, ya estaban reunidos muchos universitarios que platicaban animadamente. Tropezó, desorientada y temerosa.
La ceremonia de graduación sería más que nada simbólica porque muchos alumnos aún no tramitaban su titulación y algunos tendrían un sobre amarillo vacío, pero, donde quiera que mirara, la ilusión era tangible en los rostros.
Todos se habían esmerado en su aspecto. Las chicas lucían zapatillas altas, hermosos vestidos cortos y ligeros, y los chicos no se quedaban atrás, iban enfundados en sus mejores trajes. Era como una especie de alfombra roja.
Se acercó al recinto y algunos ojos se posaron en ella, evaluándola, como a todos los recién llegados. Le devolvieron expresiones de admiración. Eso le infundió confianza.
Enderezó la espalda e ingresó pero no estaba preparada para el espectáculo interior. Avanzó contemplando a su alrededor embelesada. Era un espacio abierto, en una de las áreas principales del campus de la universidad, rodeada de árboles.
La decoración era preciosa. Tras el caminito de la entrada había una especie de recibidor con enormes y hermosos adornos florales y más allá, brillaban cientos de luces que provenían de una hilera de lámparas colgantes sujetas a cables, los cuales en la oscuridad se desvanecían, dando la impresión de ser un campo de luciérnagas o estrellas flotantes.
Al fondo en una enorme plataforma se encontraba un DJ. En la pista estaban congregados ya cientos de jóvenes alegres. Ver a tantas personas reunidas le causó un ligero mareo. No conocía a nadie así que se sentía un poco solitaria e incómoda mientras trataba de encontrar con la mirada a Keythan.
Estaba exageradamente inquieta, con el estómago oprimido, le costaba cuesta respirar y tenía unas irreprimibles ganas de llorar.
No sabía que le pasaba. Estaba emocionada de estar ahí, pero también aterrada. Es como si tuviera una premonición de algo que ocurriría, era una sensación demasiado fuerte y visceral, pero que no tenía ninguna base racional.
Pensaba que la agitación sería pasajera y se le quitaría pronto, pero con el pasar de los minutos en vez de disminuir se incrementó. Estaba demasiado alerta, como si cualquier cosa fuese una potencial amenaza. Los policías que la vigilaban no ayudaban a mitigar esa sensación.
Había pasado los días más bizarros, más desconcertantes, más largos... La forma en que percibía al mundo había cambiado. Ahora era extrañamente consciente de lo que ocurría alrededor, consiente de sí misma, de sus decisiones, de su futuro, que hasta ahora era incierto.
Era cierto que parecía una locura exponerse, pero desde su punto de vista, en medio de toda esa gente era menos probable que alguien la atacara, a diferencia de si estaba sola.
Después de todo cómo distingues a una hormiga en un hormiguero. O a lo mejor, como los policías creían, simplemente estaba siendo una adolescente insensata e inmadura.
—¿Megan?
Se volteó sorprendida al escuchar esa voz familiar.
—¡Eres como un camaleón!—Sarah la observaba curiosa y perpleja. Ahora llevaba el cabello largo y ondulado, en un tono cobrizo. Lo que suponía era una peluca.
—¿Tan fácil me reconociste?—En el fondo tenía miedo de que sus disfraces no despistaran.
—Por tu sexy vestido, por supuesto—Sarah sonreía—Fue el mismo que te mediste para el baile y que descartaste por el azul aburrido ¡Te ves realmente fabulosa!
—Tú también luces super hermosa—Dijo admirándola boquiabierta. Sarah usaba un vestido en color lila, corto en la parte de adelante y largo atrás, la tela vaporosa parecía flotar y le daba un aire como de hada. Esa imagen delicada y mística se reforzaba con su cabello dorado trenzado en forma de una corona y decorado con pequeñas flores.
Se fundieron en un cálido y apretado abrazo.
—¿Cómo estás?—Preguntó Megan, temiendo recibir una respuesta negativa. Pero a juzgar por la sonrisa radiante de Sarah y la determinación que transmitía su semblante estaba tomando las cosas lo mejor que podía.