Capítulo 44: Nuevas alas.
¿Eso era todo? Se quedó frío y pálido, como si acabaran de darle un fuerte golpe en el abdomen y le hubieran sacado el aire. La mandíbula se le cayó. Estaba conmocionado y demasiado perplejo como para decir algo, como para formular una de las miles de preguntas que se arremolinaban a la velocidad del rayo en medio de su turbación.
Cerró los ojos y cuando los abrió se encontró con Sarah y Zack, ambos lo miraban con una expresión consternada.
—Se fue—Movió la cabeza de un lado a otro.
—¿Qué dices?—Consiguió decir Sarah a duras penas, se sentía triste y temblorosa.—No puedo creerlo—Susurró.
—Ni yo.
Comenzó a caminar como un autómata. Zack dijo algunas palabras pero no prestó atención. Quería correr hasta que sus pulmones ardieran, hasta que su corazón estallara, hasta que tiempo se pausara, hasta no sentir más nada. Hizo esfuerzo por contener las lágrimas que se arremolinaban detrás de sus glóbulos oculares.
No podía concebir una vida sin ella. Simplemente. No. Podía.
La fiesta continuó y él estaba ahí, pero su mente no.
Cuando amaneció, fue como cualquier otro día, soleado y cálido.
Tras la noche de desvelo que se le antojó eterna, encendió el auto y condujo hasta el parque. Tomó una respiración profunda y comenzó a caminar sin rumbo. Eran muchas emociones como para digerirlas de golpe.
No importó lo mucho que lo intentó. Aunque le ofreció a Megan todo lo que era, y le aseguró que le encantaría protegerla de todo, cuidarla con todas sus fuerzas y empeño, estar con ella y apoyarla a superar lo que había pasado, y aunque creía que nadie podría separarlo de ella,... Era Megan la que había tomado la decisión de abandonarlo y eso le explotaba la cabeza.
Así, sin más. Después de todo lo que vivieron. De compartir con ella todo lo que era, sus anhelos y planes. Después de enamorarse y decidirse a jugarse todo por ella. De desearla a cada segundo. De adorar sus ojos.
Se había marchado.
Así era la vida. La gente tomaba elecciones y caminos diferentes, pero ella no era la gente, ella era su mundo y si se iba también se esfumaba el mundo con ella.
Su madre dijo tiempo atrás, que Megan era una vampiresa emocional. Pero no era así. Ella le había dado mucho. Probablemente más de lo que él a ella.
Antes de conocerla la vida era calmosa, fastidiosa si se quiere, una monotonía no precisamente mala, la mejor parte era la diversión con sus amigos, la más agotadora la novia preocupada en exceso por saber siempre donde estaba.
No era una existencia del todo aburrida, pero sí lentamente mortal y superficial.
Estudiaba una carrera que el en fondo no le apasionaba y temía perseguir sus aspiraciones.
Era muy infeliz en muchos sentidos, negándose a la realidad, haciendo lo que otros esperaban, teniendo a una novia "perfecta" ¿Para qué? Para dar una imagen impecable.
Realizar su servicio social en un colegio de adolescentes le pareció una tontería, pero fue lo mejor que le pudo haber pasado.
Apareció Megan, desbaratándolo todo. Rebelde, irreverente y absurda, gritando por atención. Y él desconcertado e intrigado por las cosas que ella hacía. Se acercó a ella, quiso ayudarla y corregirla, pero se enamoró. Y nunca antes la vida tuvo tanto sentido. Nunca antes se sintió tan pleno.
Megan también cambió su mundo. Fue su punto de inflexión. Le hizo despertar, darse cuenta de que no tenía que abandonar sus sueños, ni hacer o ser lo que otros esperaran de él. Megan le motivó a alcanzar también sus propios sueños, a luchar por su pasión por la música.
Ella había transformado su día a día, en tan solo nueve meses, y ahora ya no estaba, y nada le parecía relevante. Su interior era como un campo minado. Estaba furioso, triste y dolido. Cualquier cosa que pudiera pensar o decir le retorcía las entrañas.
Cuando leyó su nota maldijo a la vida. En su estado desquiciado pensó 'A la mierda, si aquello que tenían a ella no le había parecido importante y valioso como para quedarse o aceptar irse juntos, tampoco a él.' Pero le importaba más que nada. Era tan difícil de asimilar. De la negación pasó a la ira decadente, de la ira a la devastación.
Se sentó en una banca de madera, estiró los brazos y recargó la cabeza en el respaldo, tratando de tranquilizarse.
Traía consigo la libreta en la que recopilaba sus canciones.
La abrió, pero ninguna letra nueva venía a su mente. Solo había inquietud. En realidad no quería escribir una canción sobre lo que estaba pasando, pero la hoja en blanco le impacientó así que comenzó a garabatear distraídamente, tratando de imitar las enredaderas que trepaban extendiendo sus flores moradas en el muro de piedra frente a él.
Observó su dibujo. Era atroz, una especie de espagueti con ojos. Lo arrancó y lo arrugó. Sarah era la del talento para la pintura. Él solamente transcribía los sentimientos en palabras cuando eran demasiados como para retenerlos adentro.