Capítulo 45 final: Una luz llamada esperanza.
La nueva psicóloga con la que me estoy tratando dice que es bueno que escriba lo que siento. Yo pienso que es algo estúpido, porque no me gusta la idea de preservar mis memorias o que alguien más las lea.
Pero necesito un lugar donde poner los sentimientos que me vuelven loca, por eso estoy haciendo este diario. Además mi primera psicóloga sacó de la basura lo que escribí, lo leyó y dijo que creía que soy buena para expresarme, así que puede que tenga un talento escondido.
También me dijo que soy muy fuerte e inteligente, creo que todos lo somos, en todo caso, mi intelecto cognitivo lo he desaprovechado academicamente durante muchos años. Pero si hablamos de inteligencia emocional. Eso es otra cosa. No tengo muchas nociones sobre eso. Como sea, aquí voy. Aprendiendo sobre la marcha.
Todo ocurrió cuando menos lo esperaba y he pasado por demasiadas situaciones que ya no sé cómo ordenarlas o nombrarlas para entenderlas. Ha pasado un año desde que me fui de la ciudad. Esa que fue mi peor pesadilla y en la que fui tan feliz.
Irme fue tan, pero tan difícil, probablemente lo más difícil que he hecho. Pero no podía rendir un 100% ni un 50% porque yo era un 0.0001 % . Estaba vencida. Me sentía como un animal en pánico. La más mínima cosa me sobresaltaba y me hacía palpitar fuertemente el corazón.
Cuando me fui de alguna forma me sentía viva y fuerte, pero luego cuando llegué a la aldea donde vivió mi mamá y supe toda la verdad, me di cuenta de que ya no tenía fuerzas, que las agote todas. Me derrumbe. Estaba muy agotada. Dormí casi por tres días seguidos, solo despertando en pequeños episodios, luego inmediatamente el sueño me vencía de nuevo.
Mi vida ha cambiado completamente. Me sorprende despertar cada mañana lista para comenzar un nuevo día después de todo lo que sucedió. Creía que nunca podría superarlo, que me moriría de dolor, pero me doy cuenta que poco a poco, con el paso de los días me siento mucho mejor, más segura y feliz. Comienzo a olvidar. Las pesadillas también están desapareciendo.
Me da miedo lo rápido que pasa el tiempo. Lo mucho que dejé atrás y lo mucho que he ganado también en el proceso.
Ese momento surrealista en el que conocí a mis abuelos. Unas personas que creí que estaban muertos y con los que jamás tuve relación, y a cuyo recuerdo además le tenía un terror de los mil demonios. Pensaba en ellos y se me venían a la mente imágenes de centros de concentración. Creía que eran como nazis desalmados.
Saber que ambos estaban vivos y que no eran como creía, fue impactante. Pero en cierta forma fue aún más increíble cuando conocí a mi papá. A ese hombre que siempre fue una figura sin rostro. No me lo esperaba y tampoco lo planeaba. Como nunca estuvo presente en mi vida tampoco tenía sentimientos o expectativas para él.
Cuando lo vi por primera vez comenzó a picarme la nariz y vinieron las lágrimas. Demasiadas lágrimas. Lloré tantas lágrimas, creo que si me pagaran por cada una de las que derramé en los últimos tiempos me volvería millonaria. Pero no eran lágrimas de tristeza.
Lucas, aun me cuesta referirme a él como papá, -que palabra más rara- me contó como se conocieron él y mamá. Dijo que fue amor a primera vista, que estuvieron juntos. Ambos eran jóvenes, deseosos de experimentar y fueron muy felices viajando...Hasta el accidente en el que perdió las piernas. Fue mientras iban de excursión a la montaña, él resbaló de una cornisa y cayó 15 metros. Fue un milagro que sobreviviera, pero no pudo volver a caminar. Mamá estuvo con él algunos meses y luego, parece que se cansó de cuidarlo y atenderlo. Nunca le dijo que estaba embarazada. Él regresó a la aldea y se enteró años después, por parte de mis abuelos.
Aún no soy capaz de entender cómo hay parejas jóvenes que tienen bebés. Aun no comprendo que les lleva a tomar esa decisión y me desespera pensar si realmente los pueden amar. Eso es porque durante mucho tiempo creí que los padres no aman a sus hijos. Que solo los tienen y ya. Por mi propia experiencia. Por eso he pensado que los hijos son más bien una obligación que se lleva a cuestas. No una bendición ni un milagro como he escuchado que dicen por ahí. Pero ese tipo de amor...Supongo que me falta mucho por conocer.
Es extraño pensar en mi mamá, en las cosas que hizo, las decisiones que tomó y que hoy no exista más. Que ahora mismo sea un cadáver pudriéndose bajo tierra.
No la extraño.
¿A quién diablos quiero engañar?
La extraño demasiado y sigue doliendo. Es una herida que nunca sanará. Sobre todo cuando pienso en por qué mintió tanto. A mí, a Lucas, a los abuelos, a todos. Pero principalmente a ella misma.
Pensé que no se podía extrañar mucho a una persona que siempre estuvo ausente. Me sentí mala los primeros meses después de su muerte, por no sentir que la extraño mucho. O por sentir que no la amo lo suficiente.
Pero luego me di cuenta, de que simplemente mis emociones estaban congeladas, salieron a flote y llore durante noches enteras. Por semanas.