Arisse caminaba por el bosque iluminado por la luna, con la sensación de que cada sombra y cada brisa era más real que cualquier cosa que recordara de su día. Allí estaba él, Caelen, esperándola como siempre, alto y albino, con sus ojos claros brillando suavemente.
—Llegaste rápido —dijo él, con voz calmada y divertida.
—Supongo que sí —respondió Arisse, jugando con un mechón de su cabello rizado—. Me gusta caminar por aquí. Todo se siente… diferente.
Se sentaron en la hierba, dejando que el aire moviera sus cabellos. Arisse, flaquita y delgada, se acomodó cruzando las piernas, mientras él permanecía erguido y tranquilo frente a ella.
—Hoy quería contarte más sobre mi mundo —dijo Caelen—. Hay lugares que no imaginas. Bosques que cambian, criaturas que hablan… cosas que no se ven en tu mundo.
—Suena increíble —dijo ella, fascinada—. Yo solo conozco libros, clases, cafés… y mi vida universitaria normal. Nada mágico.
—Pero tu mundo también tiene cosas interesantes —dijo él—. Tu forma de ver todo, de observar, de sorprenderte… eso es especial.
—Bueno… supongo que sí —dijo ella, sonriendo tímidamente—. Soy solo una chica universitaria normal, con pelo rizado, morena, flaquita… nada extraordinario.
—No digas eso —respondió él—. Cada detalle de ti es importante. Tu risa, tus movimientos, tu curiosidad… eso es único.
Ella rió, y él sonrió suavemente. Luego ella se animó:
—¿Y tú? —preguntó—. Eres alto, albino, ojos claros… pero también me interesa cómo eres. ¿Cómo es tu mundo, tu vida allá?
—Es complicado —dijo él, moviendo las manos—. Todo tiene reglas distintas. Puedo hacer cosas que tú no podrías imaginar. Puedo ver energías, escuchar la naturaleza… y sentir cosas que los humanos no sienten.
—Wow… —susurró ella, impresionada—. Eso es… diferente. Yo solo puedo estudiar y aprender. Pero me gusta imaginar cómo sería.
—Y me gusta que quieras imaginarlo —dijo él, con un brillo suave en los ojos—. No todos los humanos se interesan por mi mundo.
Se quedaron en silencio un momento, observando la luz de la luna reflejada en el claro. Hablar sobre ellos mismos los hacía sentirse más cercanos, aunque todo ocurría solo en aquel lugar que parecía separado de la realidad.
—Me gusta escucharte —dijo Arisse—. Cómo eres, cómo piensas… incluso si no pudiera tocar tu mundo, me hace sentir cerca de él.
—Y a mí me gusta escucharte —dijo Caelen—. Tu mundo, tus historias, tus días normales… eso me enseña mucho sobre ti.
Pasaron horas hablando, descubriéndose, compartiendo secretos y curiosidades, sin prisa, con risas suaves y miradas que decían más de lo que las palabras podían expresar. Aunque Arisse sabía que despertaría después, cada instante con él se sentía real, intenso y especial.
Y mientras caminaban entre la hierba iluminada por la luna, compartiendo historias y aprendiendo uno del otro, Arisse comprendió que, aunque todo fuera un sueño, podía sentir la magia de conocerlo de verdad.