Todo empezó con una carta.
Era un sobre blanco, sin remitente, que apareció una mañana en la rendija de la puerta de Libre. Yoon fue quien la recogió. Pensó que sería de algún joven nuevo buscando ayuda… pero al abrirla, el aire se volvió espeso.
“Notificación oficial. Se informa a los propietarios del local identificado como ‘Libre’ que su establecimiento se encuentra en irregularidad por ejercer funciones ajenas al giro comercial autorizado. De no regularizarse en un plazo de 15 días, el local será clausurado.”
—¿Esto es una broma? —preguntó Axel, leyéndola con el ceño fruncido.
—No lo parece —respondió Yoon, bajando la voz.
El problema era real. Técnicamente, Libre estaba registrado como estudio de tatuaje y galería de arte. Pero con el tiempo, habían comenzado a recibir donaciones, ofrecer talleres, alojar personas… y eso, legalmente, los clasificaba como un centro comunitario sin licencia ni respaldo formal.
Era todo lo que odiaban del sistema: frío, ciego, normativo. No importaba que estuvieran cambiando vidas. No importaba que Lucía ahora estuviera estudiando diseño gráfico. Ni que Omar fuera invitado a hablar en charlas sobre identidad en escuelas. No importaba que Libre se hubiera convertido en refugio para casi una docena de personas.
Lo que importaba era que no cabían en un formulario.
Axel estaba furioso.
—Nos ven como un problema porque no pueden controlarnos. Porque no ganamos dinero con esto. Porque no nos callamos. Y ahora quieren cerrarnos por “funcionar demasiado bien”.
Yoon, en cambio, estaba en modo protector. Sabía que las emociones podían incendiar más rápido que el fuego.
—Tenemos que responder, no pelear. Ir a la oficina. Buscar una forma de regularizar esto. Quizá hasta crear una figura legal. Si peleamos con rabia, perdemos.
—¿Y si no hay forma? —dijo Lucía, temblando—. ¿Y si nos quitan esto?
Omar se levantó, con la voz firme:
—Entonces haremos otro. Y otro. Y otro. Porque Libre no es este lugar. Somos nosotros. Pero primero… vamos a pelear. Con cabeza y corazón.
Al día siguiente, Yoon y Axel fueron a la oficina municipal. Entraron tomados de la mano, sabiendo que eso solo bastaba para incomodar a muchos. Se sentaron frente a una mujer de mirada fría, que hablaba como una máquina.
—Su establecimiento no cumple con los lineamientos para albergar menores ni personas sin domicilio. Las actividades educativas no están registradas. Reciben alimentos sin certificación. Están fuera del marco legal.
—¿Y cómo podemos entrar en el marco? —preguntó Yoon.
La mujer se encogió de hombros.
—Con abogados, formularios, permisos. Pero les advierto: es costoso. Y puede tomar meses. A veces años. Lo más fácil sería cerrar.
Axel se levantó. Iba a gritar. Yoon lo detuvo con una mano sobre el brazo.
—Gracias —dijo, sereno—. Lo resolveremos.
Esa noche, reunieron al grupo en Libre. Les contaron todo. Nadie se desmoronó. Nadie lloró. En lugar de eso… surgió una fuerza nueva.
Lucía propuso organizar una exposición abierta a la comunidad, para contar lo que hacían. Omar contactó a la periodista que escribió el primer artículo. Paula conocía a una abogada que ofrecía ayuda a organizaciones civiles. Un joven nuevo, que hasta ahora no hablaba, levantó la mano y dijo:
—Mi madre es arquitecta. Puede ayudarlos con los planos y los permisos si quieren. Siempre me dijo que, si algún día me perdía… me buscara en el arte. Creo que aquí me encontré.
Y así, entre papeles, llamadas, y miedo… nació una resistencia dulce, creativa y decidida.
Porque si querían que Libre se apagara… iban a tener que apagar también cada historia que había vuelto a brillar.
Y eso, no iba a ser tan fácil.