Italia era hermosa, sí.
Florencia tenía esa luz dorada que parecía filtrarse desde los cuadros antiguos.
Las calles olían a historia, a espresso fuerte, a algo que inspiraba.
Pero había algo en Yoon que no se sentía del todo ahí.
Llevaba semanas durmiendo poco, corriendo de una clase a otra, editando fotos para exposiciones, aprendiendo a hablar con seguridad en un idioma que aún le sonaba como murmullo.
Y sin darse cuenta… se había ido alejando de Axel.
Primero fue un mensaje no respondido. Luego, un "te llamo después" que nunca llegó.
Después, Axel dejó de escribir cada noche.
Yoon también.
Una madrugada florentina, Yoon se despertó y vio el reloj: 3:14 a. m.
Sintió un impulso y llamó.
Axel respondió al segundo timbre. Su voz sonaba cansada, más rasposa que de costumbre.
—Hola.
—Hola —respondió Yoon, en voz baja—. ¿Estabas despierto?
—Ahora sí. Igual… me cuesta dormir últimamente.
Un silencio. Largo. Casi incómodo.
—Hace mucho que no hablamos bien —dijo Yoon, al fin.
—Sí.
Otro silencio. Esta vez más denso.
—No sé por dónde empezar —confesó Yoon—. Me siento abrumado. Cada día aquí es intenso. Me esfuerzo por no fallar. Por no quedarme atrás. Pero siento que… me estoy quedando atrás contigo.
Axel suspiró. Su voz fue firme, sin enojo, pero con algo de dolor:
—Yo también estoy cansado, Yoon. Cada día acá es sostener Libre para que no se desmorone. Hay problemas de agua. De permisos. Paula se enfermó. Lucía está agotada. Y a veces me siento solo, aunque esté rodeado de gente.
Yoon bajó la cabeza. Quería decir “lo siento”, pero no era suficiente.
—No es que no quiera hablarte —dijo él—. Es que a veces… no me queda energía ni para sentirme yo.
—Yo no quiero que me hables por obligación, Yoon. Quiero que, si me necesitas, vengas. Que si me extrañas, me lo digas. No me escondas el silencio como si no doliera.
Esa frase se le clavó a Yoon como una espina.
—No te estoy olvidando.
—Lo sé —Axel bajó la voz—. Pero nos estamos perdiendo.
Yoon se levantó de la cama, fue hasta la ventana. La ciudad dormía. Quiso gritar. Quiso correr. Quiso estar a miles de kilómetros… y también ahí.
—¿Aún me amas? —preguntó, sin mirar la pantalla.
Axel tardó. Pero respondió:
—Con todo lo que soy. Pero no sé si eso basta cuando no nos hablamos.
Yoon tragó saliva. Cerró los ojos.
—Quiero verte. Quiero volver. Pero también quiero terminar esto. Lo necesito. Quiero ser mejor. Para mí. Para ti. Para Libre.
—Entonces terminá lo que viniste a hacer —dijo Axel—. Pero no te olvides de volver. Y cuando vuelvas… volvamos de verdad.
Hubo otro silencio. Pero esta vez era distinto.
Ya no era una grieta. Era una pausa.
Yoon sonrió, con los ojos brillosos.
—Te prometo que volveré.
Y no solo como el que se fue… sino como alguien que supo cuidarnos, aunque fuera desde lejos.
—Te espero. Pero no me dejes esperando solo.
Colgaron. No con paz completa. Pero sí con un hilo de esperanza.
Un hilo que tiraba de ambos, como un cordón invisible que cruzaba continentes.
Y aunque había distancia, había también una promesa:
La de hablar. La de volver. La de no desaparecer.
Porque amar… también es mantenerse presente, incluso cuando el cuerpo no puede estar.