Donde Nadie Nos Encuentre

Capítulo 14: “Lo que nunca se fue”

Axel había aprendido a estar solo.

En silencio, en calma, en resistencia.
Pero últimamente, la soledad no era esa paz reflexiva que lo ayudaba a crear…
Era un ruido seco, invisible, que llenaba la casa incluso cuando había gente.

Yoon estaba lejos. Sí, seguía escribiendo, pero con menos frecuencia. Las llamadas eran cortas, espaciadas.
Y aunque Axel decía “estoy bien”, la verdad era otra.

Esa tarde, después de un día particularmente gris, Axel salió a caminar por el borde de la costa.

Dejó el celular en modo vibrar y se puso la capucha.

Caminó sin rumbo, solo con el sonido de las olas de fondo, hasta que el pasado decidió colarse de nuevo en su presente.

Un hombre lo detuvo al pasar por un callejón detrás de una pescadería abandonada. Lo reconoció por la voz antes que por el rostro:

—Mirá qué bien. El tatuador. El maricón artista.

Axel se congeló. Su tío León.
El hermano de su madre. El mismo que, cuando Axel tenía quince años, le golpeó la cabeza contra una mesa por pintarse las uñas. El mismo que dijo que si seguía “torcido” lo iban a terminar matando en la calle.

—No tienes idea de lo que me costó reconocer tu cara con esos pelos y esa porquería en el cuello. Pero los ojos no cambian, sobrino. Sigues igual de perdido.

Axel dio un paso atrás. Quería irse. Correr. Vomitar.

—No me hables. No me sigas. No existes para mí —dijo, temblando.

Pero León rió. Una risa amarga, como hierro oxidado.

—Tu vieja estaría tan orgullosa. Ah, no. Pará. Se murió pensando que eras un error. Qué lástima.

Fue como un puñal.
No por la verdad. Sino por el veneno con el que la escupió.
Axel no respondió. No peleó. Solo se dio vuelta y corrió.

Corrió por cuadras enteras hasta que el pecho se le cerró.

Hasta que cayó de rodillas en un callejón vacío.
Hasta que el aire no entraba. Hasta que el ataque de ansiedad lo envolvió entero.

Su cuerpo temblaba. Las manos no le respondían.
Marcó a Yoon. Una vez. Dos. Tres.
Nada.
Llamó por videollamada. Nada.
Gritó.

—Contesta… por favor… contesta…

El celular cayó al suelo. Axel se abrazó las rodillas. Las lágrimas corrían sin que pudiera detenerlas.

Y, sin pedir permiso, los recuerdos comenzaron a empujar:

—Él, con 16, escondiéndose en la casa de Yoon porque su madre no lo quería ver.
—Las noches durmiendo en el suelo, con un brazo sobre Yoon para sentir que algo aún existía.
—Las veces que tuvo que vender dibujos por monedas para poder comprar pan.
—La forma en que Yoon, con apenas 12, lo curaba con gasas robadas del botiquín de la escuela.
—El beso en la estación de bus, cuando juraron no separarse nunca.
—Las veces que, aún sintiéndose basura, Yoon lo miraba como si fuera luz.

¿Y si lo estoy perdiendo también a él?” pensó.
¿Y si me quedo solo otra vez?

Una hora después, alguien lo encontró.

Paula, que lo había salido a buscar porque se asustó al no verlo volver.

—¡Axel! —gritó, al verlo hecho un ovillo—. ¡Ey! Ey, estoy acá. Estás bien. Estoy acá.

Axel no podía hablar. Solo temblaba.
Paula lo sostuvo. Le acarició el cabello. Lo ayudó a respirar. Le dio espacio.
Y cuando Axel por fin pudo levantar la vista, dijo:

—Vi a León.

Paula se congeló.

—¿Te hizo algo?

—No. Solo habló. Pero… eso fue suficiente.

Esa noche, Axel durmió en el sofá de la sala común, con Paula sentada cerca.
Y aunque no estaba bien… ya no estaba solo.

Y mientras dormía, al otro lado del mundo, Yoon se despertaba con culpa y angustia.
Vio las llamadas perdidas. Los mensajes sin responder.
Y sin pensarlo, le mandó un audio:

“Perdón, amor. No sé qué pasó, pero lo siento. Te llamo en cuanto despiertes. Estoy acá. Siempre. No me estoy yendo. Solo estoy lejos. Pero mi corazón sigue allá.”

Axel lo escuchó al día siguiente.
Y por primera vez en años… no contestó de inmediato.

Porque algunas heridas, incluso las viejas, necesitan más que promesas para sanar



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Editado: 21.08.2025

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