"Cuando eres traicionado por tu primer amor, todos los amores que vienen después parecen sospechosos." —M.F. Moonjazer.
La joven corría avergonzada. Sus ropas se encontraban mojadas por la terrible tormenta que pintaba los antes cielos azules. Sus ojos estaban enrojecidos por la tristeza y el dolor hacia aquel sentimiento de traición cuando, de pronto, un pitido la sacó de sus pensamientos. Al alzar la vista, dos enormes faros se alzaron rápidamente sobre ella, dejándola tan solo unos instantes para poder cubrirse antes de que el suelo se tiñera de escarlata. Sus ojos se abrieron y una enorme y luminosa habitación blanca se abrió frente a ella. A su lateral derecho, desparramada sobre una silla, se encontraba una mujer de unos cuarenta y tantos años con el maquillaje destrozado, dándole la ligera apariencia de un panda. Eva la miró confusa, y con unos costosos movimientos logró alcanzar la pelirroja cabellera de la mujer para, acto seguido, acariciarla. Asustada por aquello, la mujer se sobresaltó y estuvo a punto de caer al suelo. Aún sorprendida, la mujer observó a su hija. Las lágrimas brotaron de sus ojos y no pudo evitar balbucear el nombre de su pequeña sin que su voz se volviera un fino hilo apunto de romperse.
—¿Mamá?
La jóven se sobó los ojos para comprobar que sus ojos no la engañaban.
—Eva. Mi pequeña y dulce niña.
La mujer de cabellos rojos la abrazó fuertemente mientras dejaba caer gruesas lágrimas sobre los hombros de la chica. Aún confusa, Eva abrazó desconfiadamente a la mujer.
—Mamá, ¿tú no estabas muerta?
—Cariño, yo siempre he estado a tu lado. Pero tu padre…
El silencio se hizo en la sala. La chica de ojos marrones prefirió desviar el tema y tomó el rostro de su madre entre sus manos, aún algo desconcertada.
—¿Cómo es posible que yo siga viva? Quiero decir, vi claramente el coche viniendo hacia mí.
—Debió de ser un milagro, mi pequeña. No todo el mundo sobrevive. A veces nos damos cuenta tarde de lo mucho que deseamos vivir.
—Mamá, ¿puedo ir ya a casa?
La miró suplicante, pero la mujer negó débilmente y sonrió piadosamente.
—Debes quedarte dos días más por lo menos. Mañana no podré venir a verte, pero estate tranquila, pasado estaré aquí a primera hora.
La mujer recogió sus cosas y se dispuso a irse; ya se encontraba cruzando el marco de la puerta. Eva sintió cómo su corazón se aceleraba y extendió su mano para detenerla, pero pronto la guardó sin dejar que las palabras salieran de su boca. Contempló el atardecer a través de la enorme cristalera de la habitación. Se sintió cautivada por la combinación de colores cálidos ascendiendo a fríos que se mezclaban en un solo lugar al tiempo en el que el astro rey se escondía. Sus ojos fueron cayendo, notaba la somnolencia abrazarla cálidamente y, desde luego, esta no se negó a dejarse guiar por el mundo de los sueños.
El sonido abrupto de unos zapatos la despertó. Confusa, se levantó con cuidado de la cama, y abriendo levemente la puerta miró por una pequeña rendija. Sus ojos solo podían ver la nítida luz del pasillo. Como respuesta, otros ojos la miraron sin previo aviso por la misma rendija. Eva chilló y pudo escuchar cómo del otro lado también provino un grito masculino. La puerta se abrió lentamente. A grandes zancadas la castaña se separó de ahí y observó asustada. Agarró con nerviosismo el soporte del porta sueros y lo agitó bruscamente para espantar al intruso.
—Hola. Perdona si te he asustado.
Un chico de cabellos rubios rio tímidamente antes de llevarse un golpe en la cara por culpa de los torpes movimientos de la chica con su "arma". Eva soltó el perchero y se acercó aún desconfiada al chico.
—¿Por qué me espiabas?
—¿Por qué me espiabas tú a mí?
Ambos se miraron mutuamente por unos instantes. Eva se mantuvo seria, pero el de ojos zafiro pronto comenzó a reír escandalosamente.
—Me llamo Alex Velázquez. —A continuación extendió su mano amistosamente, pero al ver que la chica no le cedía, la guardó nuevamente.
—No me importa quién seas. ¿Qué haces en un hospital por la noche? Si no contestas rápido comenzaré a gritar.
—Tranquila mujer. Qué humor tienes… Mi madre es guardia de seguridad en este hospital. Decidí hacerle compañía hoy, solo iba a buscarla un café. —Levantó las manos en signo de paz. Algo más convencida, relajó su cuerpo y miró al chico frente a ella con el ceño aún fruncido.
—¿Y por qué me has asustado?
—Vi que la puerta estaba algo abierta, así que miré por si alguien estaba aún despierto. Pero de pronto te vi y me asusté.
—¿Y qué más te da si estoy despierta o no?
—Pues…
—Alex, ¿qué haces molestando a una paciente? Perdone a mi hijo, no sé cómo pudo haberla molestado, pero discúlpele.
La mujer con traje azul se inclinó ligeramente antes de agarrar de la oreja al chico e irse de allí. Los rayos de luz golpeaban su rostro. Malhumorada, la muchacha se levantó de la cama dispuesta a dar una vuelta, pero la repentina aparición de una enfermera en su habitación la detuvo en seco. Eva la miró confusa, aquella mujer tenía grandes ojeras pero aun así sonreía ampliamente.