Donde quiera que vayamos

Hotel Bianchi

—Maletas, bolsos, pasaportes, visados— nombra mi padre mientras

apunta a cada una de las cosas.

 

Me caía de sueño, mis padres me han despertado a las cuatro de la mañana y nuestro avión sale a las nueve.

 

—Papá, parece que estás haciendo la compra— le dije, la cabeza me iba a explotar—. Lo llevamos todo, es la cuarta vez que lo repasas y ninguna maleta ha salido corriendo para casa esta vez.

 

—Pasajeros del vuelo con destino a Florencia.—dijeron por megáfono— Embarquen en la puerta numero cinco, gracias.

 

—!Allá vamos!— exclamó mi padre emocionado.

 

 

 

Los detalles del vuelo me los ahorro, todos son iguales; niños llorando, asientos pequeños, ruidos que te matan, personas mayores quejándose del mal servicio...

 

Eran la una de la tarde y media de la tarde y ya estábamos en Florencia, mi padre estaba llamando a un taxi para que nos llevase al hotel donde íbamos a vivir y trabajar a partir de ahora.

 

Según las fotos que he visto el lugar es muy bonito: arquitectura rural italiana, jardines inmensos y muchas esculturas de emperadores y dioses romanos.

 

—Señor y señora Bianchi— dijo un hombre de mediana edad señalando dentro de su taxi.

 

Los tres cargamos las maletas y nos montamos en el taxi. Mi padre entabló una conversación con el conductor la media hora de camino, mi madre escribía en el ordenador su próxima novela y yo pues... me moría del aburrimiento.

 

Al fin después de un sufrido trayecto pude divisar el frondoso camino de árboles que había antes de llegar al hotel, eran los árboles más verdes que había visto en mi vida y sus flores blancas le daban un toque de pureza que hacía ver encantadora la entrada.

 

Cuando termine de cruzar todo el camino me paré y me di el privilegio de admirar la belleza del hotel, el cielo celeste detrás de él y los rayos de sol chocando con los cristales de las habitaciones dándome la imagen perfecta.

 

Saqué mi cámara analógica del bolsillo y no dude en inmortalizar esa imagen que tenía delante de mi.

 

—¡Amor!— escuché a mi padre llamando a mi madre detrás mía.— que recuerdos de nuestra juventud, cariño.

 

—Mark, yo solo vine dos veces— le respondió mi madre riéndose.

 

—Si, y en una de esas hicimos a Gianna.

 

—!Papa, por Dios!— no me creía el comentario espontáneo que soltó— esos detalles ahórratelos por mi salud mental.

 

—Pero mira que preciosa nos saliste.—contestó mi madre pellizcándome la mejilla.

 

Seguimos caminando hasta la entrada del edificio, allí nos esperaban los empleados; camareros, limpiadores y jardineros posicionados en fila para darnos la bienvenida.

 

—Buenas tardes familia— dijo un hombre mayor vestido con un uniforme y una chapa del hotel donde ponía Federico.

 

—Buenas tardes— dijimos los tres al unísono.

 

Telepatía familiar.

 

—Mi nombre es Federico Ambrossi—señaló su chapa—, voy a ser el encargado de enseñarles las nuevas instalaciones del hotel y la casa donde se quedarán.

 

—¿Y Gianna?— preguntó mi madre.

 

—!Claro, Gianna!— me miró y yo le devolví la mirada con duda— dentro de la recepción está nuestro joven Thiago esperando para enseñarte la parte donde te quedarás.

 

De verdad que yo creía que me iba a quedar con mis padres en la casa rural que está junto al hotel.

 

Asentí con la cabeza y me acerqué a mi madre para que me explicase porque no estaba con ellos. Su respuesta fue que necesitaba independencia y madurez.

 

Siempre he querido tener mi propia casa y ser independiente para poder decir "¡ehhh, soy independiente!", pero no esperaba que el primer sitio donde viviese iba a ser una habitación de hotel.

 

Sin más remedio agarre mis maletas y me encamine a subir las escaleras hacia la recepción del hotel.

 

El sitio era muy bonito, las paredes estaban pintadas de un color crema y unos cuadros la decoraban, el suelo era de parquet y le daba un toque rústico a la sala.

 

Al ver unos sillones de piel pegados a la pared, no resistí en ir a sentarme en uno de ellos para esperar al hombre que me iba a enseñar mi habitación.

 

—¿Gianna?— preguntaron a mi espalda.

 

Giré la cabeza y me quede mirando. Era un chico no más mayor que yo, tenía los ojos color miel, y el pelo rubio alborotado que le caía en cascada por la frente.

 

Lo visualicé un poco más. Era muy alto, un piercing decoraba su oreja izquierda y llevaba el mismo uniforme que Federico, el hombre que nos dio la bienvenida.

 

—Si, soy Gianna— dije al fin poniéndome de pie al lado de el— Thiago ¿verdad?.

 

Señaló su placa en la camiseta y me miró como si la pregunta fuese la más absurda del mundo.

 

Tenía cara de mal humor, y me miraba como si quisiera matarme allí mismo. Se giro y me dio la espalda, escuché un resoplo de su parte y se dignó a hablar.

 

—Sígueme— dijo sin siquiera mirarme.

 

Agarre mis maletas y lo seguí en silencio hasta las escaleras que estaban en la otra punta de la recepción.

 

Después de subir tres tramos de escaleras llegamos a un pasillo decorado igual que la recepción. Me quede un rato mirando a mi alrededor, me percaté de que desde las ventanas que estaban a un lado del pasillo se podía ver parte del campo que rodeaban el hotel. Desde aquí el amanecer tenía que ser precioso.

 

—Gianna— me giré y Thiago estaba meneando unas llaves en frente de mi cara— te he dicho que estas son tus llaves. La habitación es la 23.

 

Le quite las llaves y le di las gracias, se giro y se encamino hacia las escaleras otra vez, pero antes de irse se giró y me dijo:




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