Donde quiera que vayamos

Bella vita

—¡Mamá!— grité mientras bajaba las escaleras del hotel a toda prisa con los tacones en la mano.

 

Eran las ocho menos cuarto, quedaban quince minutos para que Tania y Amely vinieran por mí para ir a ese bar tan conocido en el centro de Florencia donde tocaba la banda de sus amigos.

 

¿Sabía como se llamaban? No, ¿Los había buscado? Pues... tampoco he tenido mucho tiempo.

 

—Gianna— me regañó mi madre viniendo hacia mi— acuérdate que ya no estamos en casa, no puedes ir pegando gritos como una loca por las zonas comunes.— me miró de arriba a abajo y añadió:— Cariño, vas divina pero... si te pones los zapatos creo que mejor.

 

Me llevé mi mano a la boca, me había olvidado completamente que en el hotel había residentes por vacaciones, y joder... todavía llevaba los zapatos en la mano.

 

—¡Mamá, no te vayas!— dije mientras iba detrás de ella poniéndome los zapatos.

 

—Dime que quieres— puso sus manos en ambos lados de sus caderas y suspiró.

 

—En...— miré mi pequeño reloj— diez minutos vienen dos chicas que he conocido en la universidad para llevarme a un bar donde tocarán unos amigos suyos.

 

Mi madre ladeó la cabeza hacia un lado y me dio la típica mirada que venía antes de una lista larga de consejos sobre alcohol y sexo.

 

—Primero— subió un dedo de su mano—, no más de tres bebidas o no saldrás hasta que tengas cincuenta años, segundo— levantó otro dedo— no quiero ser abuela todavía, ya sabes por donde va el camino, tercero....

 

Así una larga lista de siete consejos que he preferido ahórrame decir.

 

Me despedí de mi madre después de tener que jurarle con el meñique que no haría nada de lo que me dijo, y me encaminé a la entrada del hotel a esperar a que llegaran.

 

—¡Que diosa!— escuché que decía la voz de Amely a la lejanía.

 

Levanté la mirada del móvil y vi que ambas estaban subidas a un enorme coche Jeep negro con las ventanillas bajadas y la música a toda voz.

 

—Corre sube, que llegamos tarde— dijo Tania mientras movía su mano hacia mi.

 

—Hola— dije mientras me sentaba en la parte de atrás.

 

Tuve que sentarme con las piernas cruzadas porque el vestido azul que llevaba era un tanto pequeño y no tapaba mucho mis piernas.

 

—¿Preparada para tener sueños sucios con los músicos?— me preguntó Amely con tono pícaro.

 

Levante una ceja y solté una pequeña carcajada. Nunca he sido una persona de lanzarme a lo primero que viese, mis amores platónicos eran escaneados y estudiados antes de estar en un póster en mi cuarto.

 

—¿Como se llama el grupo?— pregunté mientras jugaba con mis dedos.

 

—Se llaman Bella vita— respondió Amely mientras se arreglaba el pintalabios.

 

Bella vita, bella vita... Ese era el grupo de música que tenía puesta Thiago en la radio mientras me llevaba a ver la plaza ayer por la tarde.

 

Ahora si estaba segura de que este pequeño concierto me iba a encantar.

 

 

 

Llegamos al lugar quince minutos después. El sitio era bonito, todo estaba pintado de colores negros y los focos del techo desprendían una potente luz Neón que iba cambiando desde el azul al rojo, una música relajante pero a la vez ruidosa salía por los altavoces y se mezclaba con los murmullos de la gente.

 

—¡Ahora van a salir nuestros amigos!— gritó la voz de Amely entre toda la música.

 

Le di un sorbo a la mezcla de vodka y naranja que tenía en mi mano y miré atentamente el pequeño escenario donde salía un humo blanco.

 

Un chico de unos veinte años salió al escenario con una guitarra colgando de su espalda, todo el público empezó a gritar el nombre de Ian en coro.

 

—¡HOLA, GENTE!— dijo el chico gritando con una voz sensual mirando al publico.

 

Los aplausos y gritos de la multitud se multiplicaron cuando este mismo chico movió su guitarra hasta su pecho y tocó un fuerte acorde.

 

—Nuestra rubia favorita— dijo una voz grave desde los altavoces— ¡CINDY!.

 

Una chica alta con el cabello rubio platino salió del mismo sitio que el primer chico saludando efusivamente con la manó, se posicionó al frente al micrófono y... otra vez la gente eufórica.

 

—Y... por último—repitió el hombre del altavoz.— ¡Thiago!— alargó la O hasta que....

 

Un momento... era ese Thiago.

 

El imbécil salió de detrás del escenario con una sonrisa arrogante y su mano sacudiendo su cabello rubio de un lado a otro como una estrella de rock.

 

Se sentó en el banco de la batería y los palillos que tenía se los fue pasando entre los dedos con una agilidad impresionante.

 

—Un, dos, tres...— susurró la chica al micrófono.

 

Los primeros acordes de la conoció sonaron, la guitarra se fusionó con la batería y la dulce voz de la chica empezó a cantar.

 

Ti ho guardato, ti ho ascoltato, ti ho amato.

mi hai detto belle bugie all' orecchio.

Fammi dimenticare tutto il danno che mi hai fatto.

lasciami andare e ti dirò chi ha vinto e chi ha perso.

 

Una lágrima salió de mis ojos, todo me recordaba a lo que me había hecho Félix en Manchester. Me limpié agresivamente la lágrima con la manga de mi vestido y volví a centrarme en la canción.

 

Tania me pasó su brazo por mis hombros y empezó a cantar a todo pulmón mientras ya borraba todo de mi mente y me dejaba llevar.

 

Le di un buen trago a mi bebida y empecé a bailar junto a Amely como si no hubiese un mañana. El grupo terminó de tocar la cuarta canción y se despidieron de todos con un saludo.

 

—¡Tania!— grité entre la multitud alargando a A hasta que no podía más.— no está por aquí— susurre para mi misma.




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