Liz:
Siempre he pensado que el bosque es mi lugar seguro. No importa cuántas veces me digan que no debería andar sola, que es peligroso o que podría perderme entre los árboles. Para mí, caminar allí es como respirar profundo después de contener el aire demasiado tiempo; es mi forma de desconectarme del mundo y encontrarme a mí misma.
Salgo de la cabaña temprano, cuando el sol aún no ha salido del todo y la luz tiembla entre las ramas. Me gusta esa hora porque el bosque está en calma, casi en silencio, salvo por el murmullo suave del viento y el canto lejano de algunos pájaros que se desperezan. El aroma a tierra húmeda y hojas en descomposición me envuelve como una manta. Me quito los zapatos y dejo que el frío contacto del suelo bajo mis pies me recuerde que estoy viva.
Mis pensamientos vagan mientras avanzo por el sendero que bordea el arroyo. Me encanta la sensación de que cada árbol tiene su historia, como si guardaran secretos antiguos que sólo unos pocos pueden escuchar. A veces me imagino que soy parte de ese bosque, que mis raíces crecen tan profundas como las raíces de los árboles y que, igual que ellos, puedo resistir tormentas.
Casi sin darme cuenta, llego a un claro qué me gusta especialmente. Allí, la luz del sol atraviesa con más fuerza y dibuja formas doradas sobre la hierba. Me siento en una roca lisa y saco un cuaderno para dibujar. Dibujar me ayuda a calmar la mente cuando siento que las preguntas sin respuesta se amontonan en mi cabeza.
Justo cuando empiezo a trazar las primeras líneas, un crujido a mi derecha me hace levantar la vista. Entre los arbustos, una figura se materializa con una suavidad casi sobrenatural. Es un chico, alto y delgado, con una sonrisa que me desconcierta. Tiene el cabello oscuro y los ojos, de un color indefinido, parecen observarme con una intensidad que me incomoda y atrae al mismo tiempo.
—¿Te gusta este lugar? —me pregunta con voz baja, casi un susurro, como si tuviera miedo de romper el hechizo del bosque.
Mi corazón se acelera sin razón aparente. Quiero decir que sí, que este es mi refugio, el único lugar donde me siento realmente libre. Pero también siento que debería ser cautelosa, que no debería confiar tan rápido.
—Sí —respondo, tratando de que mi voz no tiemble—. Vengo aquí desde niña. Es… mi lugar favorito.
Él asiente con una leve sonrisa, como si eso explicara todo y nada al mismo tiempo.
Me pregunto quién es, por qué está aquí, y cómo sabe dónde encontrarme. No puedo evitar sentir que algo en él no encaja, pero la curiosidad es más fuerte que el miedo.
Sin saberlo, estoy dando el primer paso en una historia que cambiará mi vida para siempre. Él no está aquí por casualidad; hay un propósito oculto tras su sonrisa encantadora y sus palabras medidas. Y ese propósito pondrá a prueba todo en lo que creí: la confianza, la familia, el amor.
Por ahora, sin embargo, sólo soy una chica en el bosque, con un cuaderno en las manos, y un extraño que ha aparecido entre las sombras.
—No suelo encontrar gente por aquí —dije, cerrando el cuaderno sin apartar la vista de él—. ¿Estás perdido?
—No —respondió enseguida—. O tal vez sí, un poco. Supongo que depende de a qué le llames estar perdido.
Su voz tenía una cadencia extraña, como si cada palabra estuviera pensada. No sonaba nervioso ni inseguro, pero había algo en su forma de hablar que me hizo sentir… observada. Como si él supiera más de mí de lo que yo sabía de él.
—¿Vives por aquí? —pregunté.
—En cierto modo. Acabamos de llegar. Mi padre está buscando una casa más al norte, pero por ahora estamos quedándonos cerca del lago.
Asentí lentamente. No recordaba haber visto nuevas familias en la zona, pero tampoco era que saliera demasiado. Estudiaba desde casa y pasaba la mayor parte de mis días entre libros, herramientas y caminatas. Papá prefería que lleváramos una vida discreta, lejos del ruido. Lo había dicho muchas veces: "La tranquilidad es el mayor lujo que se puede tener." Y hasta ahora, yo lo creía.
—¿Y tú? —me preguntó—. ¿Vives cerca?
—Sí. Mi familia tiene una cabaña no muy lejos de aquí. Siempre hemos vivido allí.
Sus ojos se posaron en los míos por un segundo demasiado largo.
—Debe ser lindo crecer tan cerca del bosque —dijo.
—Lo es —respondí con una sonrisa casi automática—. Aquí todo es más lento. Más… real.
Hubo un silencio corto. Él dio un paso hacia adelante y se agachó para tomar una hoja del suelo. La giró entre sus dedos, como si analizara cada vena, y luego la soltó para que el viento se la llevara.
—Este lugar tiene historia —murmuró, casi para sí mismo—. Se siente.
Fruncí el ceño.
—¿Historia? ¿Cómo qué?
Él se encogió de hombros, como si no quisiera decir demasiado.
—No lo sé… A veces, los lugares guardan cosas. Cosas que no se ven, pero que están ahí. ¿Nunca lo has sentido?
La forma en que lo dijo me hizo sentir un cosquilleo en la espalda. Como si hablara de mi historia… de mi familia. Pero eso era imposible. No podía saber nada. ¿O sí?
Decidí cambiar el tema.
—No te he preguntado tu nombre.
—Taylor —respondió, sin dudar.
—Yo soy Liz.
—Lo sé —dijo, y sonrió.
Se me heló la sangre por un segundo.
—¿Perdón?
—Perdón —se corrigió rápido—. Asumí que eras Liz… Me hablaron de una chica que suele caminar por aquí. Supuse que eras tú.
No dije nada. Mi nombre no era exactamente un secreto, pero algo en su tono me hizo sentir expuesta. Vulnerable.
—Fue un gusto conocerte, Liz —dijo mientras se incorporaba—. Espero verte otra vez por aquí.
—Seguro —mentí.
Lo observé alejarse, con pasos tranquilos, como si conociera cada centímetro del bosque mejor que yo misma. Cuando desapareció entre los árboles, el aire pareció recuperar su temperatura, y me di cuenta de que había estado conteniendo la respiración.
Editado: 16.12.2025