Comenzamos a caminar hacia el inmenso bosque que estaba frente a nuestros ojos, por alguna extraña razón el clima se empezaba a sentir mas cálido, el aire olía a tierra y hojas, y el calor me hacía sentir un poco más cómoda, aunque todavía estaba nerviosa. Cada paso que daba me alejaba de lo que conocía y me acercaba a lo desconocido. Miré a mi alrededor y vi cómo los árboles se volvían mas verdes a cada paso que daba, me detuve un momento para respirar hondo.
El calor me daba seguridad, pero también me hacía sentir más alerta, como si algo pudiera pasar en cualquier momento, no dejaba de mirar a mi alrededor, nerviosa, giré la cabeza para ver a Aurora, sus ojos estaban fijos en el bosque, parecía tan sorprendida como yo, eso me hizo sentir un poco menos sola, aunque seguía con el corazón latiendo rápido.
De pronto, un sonido extraño se escuchó entre los árboles, me quedé congelada, Aurora me miró con los ojos muy abiertos. El calor que antes me hacía sentir cómoda ahora me quemaba la piel. Supe en ese instante que ese bosque no era como cualquier otro.
—¿Sientes eso? —pregunté, sin poder ocultar mi nerviosismo.
Aurora asintió, con la mirada aún fija en los árboles.
—Sí… como si el bosque nos estuviera observando —dijo en voz baja.
Me estremecí. Las palabras de Aurora solo hicieron que mi corazón latiera aún más rápido.—Creo que deberíamos salir del bosque —Dije aún nerviosa.
A lo lejos veía como los arboles se abrían, formando un camino que antes no estaba allí, era como si el bosque nos estuviera mostrando por dónde seguir. Aurora me tomó la mano, y su tacto me hizo sentir un poco más tranquila. Sin decir nada más, empezamos a caminar hacia esa abertura, aunque cada paso que dábamos me hacía sentir que nos adentrábamos en algo peligroso. De pronto, un mareo me detuvo. Se me cerraron los ojos por un segundo, pero en lugar de oscuridad, vi algo más. Frente a mí pasaban imágenes que no lograba entender, pero era tan familiar, como si ya hubiese estado aquí. Vi el bosque, agua corriendo rápido, un libro rojo, la luna enorme, vi a Sam, y vi mi casa por un momento, pero de una forma extraña.
Todo estaba cubierto de una neblina que hacía que las imágenes se sintieran más reales y al mismo tiempo lejanas.
Cuando abrí los ojos de nuevo, Aurora me estaba mirando con preocupación.
—¿Estás bien? —me preguntó.
Asentí, aunque todavía sentía el corazón golpeándome en el pecho, no sabía qué significaban esas visiones, pero estaba segura de que el bosque tenía algo que ver. Me llevé una mano al pecho, como para calmar los latidos que no parecían querer detenerse. La imagen del libro rojo seguía muy clara en mi mente, tan clara como el murmullo del agua que escuchaba a lo lejos. Recordé cómo Aurora no había querido abrirlo, y de pronto entendí que ese libro no estaba ahí por casualidad.
—¿Viste algo? —insistió Aurora, con la voz más baja esta vez.
—Sí —dije, sin saber bien cómo explicarlo—. Vi el bosque, y el río… y ese libro rojo.
Aurora apretó mis manos con fuerza. Sus ojos estaban llenos de miedo, pero también de algo más, como si supiera exactamente de qué hablaba.
De pronto, Aurora bajó la mirada, evitando mis ojos.
—No creo que debamos abrir este libro —dijo con firmeza.
Yo la miré, indecisa, pero algo en su voz me hizo retroceder.
—¿Por qué no? —pregunté, aunque en el fondo sabía que no era momento de insistir.
—Porque ahora lo más importante es salir de este bosque, no creo que sea buena idea que nos quedemos aquí —respondió, con una calma que no era real. Sus ojos seguían igual de asustados que los míos.
Me quedé callada, aunque la curiosidad me quemaba por dentro. Seguí caminando a su lado.
Caminamos en silencio hasta que el bosque empezó a abrirse de nuevo, a lo lejos se veía una claridad, como si estuviéramos saliendo de ese lugar oscuro. El aire se sentía más fresco, y aunque mis piernas temblaban, seguí avanzando. Sabía que lo que acababa de pasar no había terminado, pero por ahora, solo quería salir del bosque. No dejaba de repetir esas imágenes en mi cabeza a cada paso que daba. Ya estábamos saliendo de ese camino y no podía creer lo que estábamos viendo. Una sensación de terror e incertidumbre me invadía, miré a mi lado y Aurora demostraba lo mismo que yo. Era nuestro pueblo, pero… no había un rastro de nieve.
Las casas estaban iguales, las mismas calles, pero todo parecía distinto, como si algo esencial hubiera desaparecido. Sentí un frío distinto en la espalda, uno que no tenía nada que ver con la nieve. —¿Qué haremos ahora? —dije asustada, con la voz temblorosa.
Toda la gente que no había visto caminando estos días la estaba viendo ahora. Sus miradas parecían perdidas, como si no supieran quiénes éramos o qué hacíamos ahí. Aurora me tomó de la mano, pero no decía nada.
—¿Por qué hay gente aquí ahora? —pregunté en voz baja, intentando no parecer tan asustada.
Aurora negó con la cabeza.
—No lo sé… pero no me gusta.
Caminamos despacio por las calles, intentando no llamar la atención. La gente seguía caminando como si nada, pero sus pasos eran lentos, casi automáticos. Nadie hablaba, y el sonido de nuestros propios pasos me hacía estremecer.
Aurora apretó más mi mano.
—Esto no está bien —dijo, casi en un susurro.
Asentí, sintiendo el frío en mis dedos. Todo parecía tan normal, pero tan equivocado a la vez. Tenía la sensación de que si nos quedábamos mucho más tiempo, algo malo iba a pasar. —Creo que deberíamos volver —dije, con la voz temblorosa. Estaba asustada, no sabía dónde me estaba llevando todo esto.
Aurora me miró con la misma incertidumbre que yo sentía.
—¿Y si no podemos volver? —preguntó en voz baja.
No supe qué decirle. Todo parecía tan… diferente. Como si el mundo que conocíamos hubiera desaparecido.
—¿Nos escondemos? —pregunté, apenas susurrando.
—¿Por qué no podríamos volver? —me pregunté a mí misma, con el corazón latiendo cada vez más rápido. ¿Acaso ella sabía algo que yo no?
Aurora solo me tomó de la mano para que siguiera caminando.
Yo solo podía mirar a la gente que pasaba a nuestro lado, con sus rostros vacíos y sus miradas perdidas. El mundo se sentía como un espejo roto.
No dijo nada, pero su respiración estaba agitada.
Seguimos caminando, de pronto la gente empezó a detenerse, como si algo los hubiera hecho parar de golpe.
Sus cabezas se giraron lentamente hacia nosotras, y sus ojos, antes vacíos, ahora parecían llenos de algo que no entendía.
Me quedé sin aliento, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.
—Aurora… —dije, sin saber qué más decir.
Ella me miró con el mismo terror que sentía yo.
—Tenemos que escondernos —murmuró, y supe que no podíamos quedarnos ahí ni un segundo más.
Aurora se movía por este lugar como si ya lo conociera. Sus pasos eran firmes, casi automáticos, y yo apenas podía seguirla mientras trataba de entender lo que estaba pasando.
Caminaba cada vez más rápido, y casi corriendo llegamos a la que se suponía que era mi casa.
—¿Qu… qué? —exclamé, confundida. Era exactamente como la había visto cuando se me cerraron los ojos en el bosque.
Aurora no contestó. Solo abrió la puerta y me hizo entrar.
—Rápido —dijo, con la voz baja pero firme.
Yo temblaba mientras cruzaba el umbral, sin entender por qué todo era tan igual y tan distinto al mismo tiempo. En la mesa había una taza de café recién servido que aún se mostraba humeante, pero no había nadie, como si la casa nos estuviera esperando.
—¿Qué está pasando? ¿Quién es esa gente? ¿Esta es mi casa? —dije con la voz temblando, al borde del llanto. Estaba nerviosa, el miedo me llenaba el pecho.
—Dime qué sabes, Aurora —insistí, con la desesperación subiéndome por la garganta.
Aurora cerró los ojos un momento, respiró hondo, pero no me miró.
—No es momento para preguntas, Azul —dijo, con una calma que me resultaba casi falsa.
—¡Pero quiero saberlo! —grité, sin poder contenerlo.
Ella me miró por fin, y por un segundo vi un destello de tristeza en sus ojos.
—Lo sabrás pronto —murmuró. Y entonces, como si el tiempo se hubiera detenido, escuché un golpe seco en la puerta.