Donde rompe el silencio

CAPITULO 7 “EL REFLEJO DEL ECLIPSE”

El aire en la biblioteca parecía haberse espesado, como si las sombras mismas hubieran decidido tomar forma y observarnos sin parpadear. Aurora tenía el cuaderno rojo abierto sobre la mesa, sus dedos recorriendo las páginas con cuidado casi reverencial. Yo me acerqué para mirar el dibujo del mapa, esa maraña de líneas que prometía un camino, o quizás una trampa disfrazada de ruta.

—Este mapa… —murmuré, con un nudo en la garganta—. ¿Sabés a dónde nos lleva?

Ella negó despacio, pero sus ojos buscaban en cada trazo una respuesta que no aparecía.

—No, pero siento que ese círculo oscuro es importante. Es como si todo girara alrededor de eso.

Tomé un lápiz y señalé con un temblor leve el círculo en medio del papel, mientras Aurora me observaba con una mezcla de miedo y decisión.

—Tenemos que ir, aunque no sepamos qué vamos a encontrar. No podemos quedarnos aquí esperando a que este lugar nos consuma.

El silencio nos envolvió mientras nos preparábamos para salir. Afuera la noche caía como un manto pesado, y yo sentía la presión de algo más que la oscuridad.

—Vamos —dijo Aurora con firmeza—. Pero tenemos que hacerlo rápido. Este lugar no espera a nadie.

Salimos de la biblioteca con el cuaderno bien apretado contra el pecho de Aurora. El frío de la noche nos recibió como un recordatorio de que estábamos en un terreno que no dominábamos. El mapa en mis manos parecía vibrar con una energía propia, y cada paso que dábamos nos alejaba más del mundo que conocíamos y nos acercaba a ese núcleo oscuro marcado en el papel.

Los pasillos del pueblo parecían cambiar con cada vuelta que tomábamos, como si las calles mismas quisieran perdernos o atraparnos en un laberinto sin salida. La neblina empezaba a levantarse, y a lo lejos, una figura familiar apareció parada en medio del camino: Sam.

Su silueta era frágil, casi espectral, y sus ojos vacíos nos perforaban el alma. Pero entonces, un destello, un parpadeo… y en ese breve instante, algo cambió. Sam nos miró, y por un segundo, sus ojos volvieron a ser los de antes. Su voz, temblorosa pero clara, nos alcanzó.

—Tienen que irse. Pronto. Si no… serán parte de este lugar.

El aire se hizo pesado, y el sonido del viento se apagó como si el mundo contuviera la respiración.

Antes de que pudiéramos responder, la figura volvió a perderse en la neblina, dejando solo un eco de advertencia y un frío que se clavó en los huesos.

Con la advertencia de Sam resonando en la piel, seguimos adelante sin atreverse a mirar atrás. El mapa en el cuaderno parecía casi un mapa de pesadillas: líneas que se entrecruzaban, pasadizos invisibles y símbolos que se negaban a ser descifrados con facilidad.

Cada paso que dábamos nos adentraba en el núcleo del pueblo, donde las sombras parecían tener vida propia y las luces de las farolas parpadeaban con una inquietud palpable. Al final de una calle sin salida, justo donde el mapa indicaba un círculo oscuro, se erguía una iglesia antigua.

Las paredes estaban cubiertas de hiedra seca y las ventanas de vitrales rotos dejaban pasar fragmentos de la luna, que se filtraban como cuchillas de luz entre la oscuridad. La puerta de madera, tallada con símbolos apenas legibles, se abría hacia un interior aún más enigmático.

Aurora empujó con cuidado y entramos en un silencio casi sepulcral. El aire olía a cera derretida, madera vieja y algo más profundo, algo que no se podía nombrar.

Al fondo del altar, apoyado contra la pared, estaba el espejo. Un marco renacentista tallado en madera oscura, con detalles de ángeles y figuras que parecían moverse al borde de la visión.

Nos acercamos con cautela. El cristal, pese al polvo y la edad, reflejaba con una nitidez inquietante.

Cuando nos miramos en él, algo extraño sucedió: nuestro reflejo parecía bailar fuera de sincronía con nuestros movimientos. Como si la realidad del otro lado siguiera una lógica propia, independiente y perturbadora.

De repente, la luz parpadeó y en el espejo apareció una imagen fugaz: Sam, atrapada entre dos mundos, implorándonos con los ojos llenos de desesperación.

Aurora tragó saliva y susurró:

—Esto es mucho más que un reflejo. Es una puerta.

El espejo nos miraba a nosotras, y nosotras lo mirábamos a él, en un duelo silencioso donde sabíamos que el siguiente movimiento podría decidir todo.

Nos quedamos frente al espejo, el silencio se volvió un peso insoportable. La luz de las velas oscilaba y nuestras sombras parecían fundirse con las figuras talladas del marco, como si la misma madera respirara, viva y expectante.

El reflejo empezó a cambiar. No éramos nosotras las que nos movíamos, sino nuestros reflejos, que parecían independientes, con una cadencia lenta y torcida, como si nadaran en un agua espesa y oscura.

De pronto, vi algo que me hizo detener la respiración: en el reflejo , detrás de Aurora, apareció Sam. Su rostro era una máscara de tristeza y advertencia. Pero lo que más me impactó fue el vacío en sus ojos, igual que en aquella escena que habíamos visto en el pueblo vacío.

Entonces, Sam habló, pero no con labios, sino con un susurro que parecía venir del otro lado del espejo, directo a mi cabeza.

—Tienen que irse… pronto… o quedarán atrapadas… como yo.

Sentí que una mano invisible me apretaba el corazón, un frío que se extendía por todo el cuerpo, helándome hasta los huesos.

Aurora me tomó del brazo, con la piel sudorosa, sus ojos buscando los míos para asegurarse de que lo había escuchado.

Pero la voz no se detuvo.

—El reflejo no es solo un espejo… es una frontera, un límite que no deben cruzar. Porque al otro lado, el tiempo se dobla, y la sombra que allí habita consume todo lo que ama la luz.

Las imágenes en el cristal se volvieron aún más frenéticas. Vi flashes de personas atrapadas, caras distorsionadas, gritos silenciados, y luego una mano extendida hacia nosotras, implorando ayuda, o quizás advirtiéndonos.



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En el texto hay: misterio, thriller, drama

Editado: 02.08.2025

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