Donde Se Esconden Las Almas

UN CAMBIO INESPERADO

Donde se esconden las almas.

Impresión 2021 bajo el título original de “Donde se esconden las almas”

Primera Edición en Estados Unidos

© Jesús A. Martínez

Estudios Sagahón / Leonel Sagahón and Carmina Salas Ilustrado por: Leonel Sagahón

 

Todos los derechos reservados. Se prohíbe la reproducción parcial o total por cualquier medio, ya sea físico o digital, sin la respectiva autorización del autor y/o la editorial contratada por él, salvo en elaboración de reseñas para medios impresos o audiovisuales.

 

ISBN - 9798750223268

Agradecimiento especial al Ing. Enzo Lihard. Después de Dios, mi Señor, es quien más empujó esta humilde historia.

 

 

DONDE SE ESCONDEN LAS ALMAS

 

 

 

 

Jesús Martínez

 

“Por eso sólo el perfecto hijo de Dios podía ir a la cruz en nuestro lugar. Sólo su sangre perfecta era un pago aceptable, por la deuda que cada uno de nosotros tiene con Dios.” 

“Cuando rechazamos a Jesús como nuestro sustituto, debemos pagar el precio nosotros mismos.”

Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme…

 

CAPÍTULO I

Un cambio inesperado

 

            Estaba por concluir aquella jornada dominical y el presbítero instruyó el comienzo del cántico final, el cual se extendió a coro por todo el enorme salón, mientras el reverendo se movilizaba hasta la puerta. Su intención era que al concluir el evento religioso, él estuviera en la salida, justo de pie al lado de la puerta principal para despedir a cada uno de los feligreses, tal como era su costumbre en cada misa.

            Aquella comunidad religiosa no era la más grande, ni la más próspera o devota, pero era una en la que se respiraba verdaderamente un amor a Dios en la Santísima Trinidad, una comunidad donde todos se conocían y se saludaban; donde Domingo a Domingo, los participantes regresaban en familia para hacer parte de aquella expresión religiosa y espiritual, de la cual el sacerdote se sentía motivado y orgulloso por igual.

-No te vayas todavía – increpó el religioso a Joseph, al momento de tomar su mano y extenderle una sonrisa – deseo conversar cinco minutos contigo no más termine de despedir a todos.

-Seguro padre - respondió con amabilidad aquel hombre de fe y de familia, mientras le hacía seña a su esposa, para que le esperara en las afueras de la iglesia.

            EL religioso continuó con la despedida de su “rebaño”, lo cual transcurrió como de costumbre, con muestras de afectos y amistad. El padre José de Jesús se había ordenado en la religión católica por una vocación desmedida, aún en contra de los deseos de sus padres… de ambos, porque no hay que negar que Don Esteban Pérez añoraba ver a su primogénito llenar aquella casa de herederos; pero lo cierto es que fue la madre, quien a pesar de ser muy devota, no podía soportar la idea de un hijo misionero, alejado del terruño hogareño que muy poco se cultiva hoy en día, entre las familias americanas, apenas quedando como un reducto de tradición en algunos estados del Sur.

            Pocos minutos después, el religioso estuvo listo para conversar con Joseph de aquel asunto que tanto le intrigaba:

-Bien muchacho, gracias por venir y más aún por esperar esos minutos, sé que el tiempo es preciado y escaso por estos días.

-Oh padre, ni lo mencione, usted sabe de sobra que en mi vida hay el tiempo que haga falta para dedicarle a Dios.

-Lo sé hijo, lo sé, me consta de sobra la fortaleza de tu fe y la entereza de tu espíritu… lo que me preocupa de ti es otra cosa – dejó caer el religioso, como preámbulo a un asunto que ya se vislumbraba como difícil de tratar.

-Oh padre, dígame usted… yo soy todo oídos.

-No fue tu esposa quien me haya tocado el tema – dijo el sacerdote con cierto aire de incomodidad, mientras miraba un instante a la imagen de Jesús en la cruz y le pedía perdón en su mente, por mentir en su presencia, justificando su acto como un “pecadillo” piadoso y necesario, aun sabiendo en su interior que ningún pecado es “piadoso” – Fui yo quién le preguntó a ella y bueno… a tu esposa no le ha quedado más remedio que decirme la verdad – trago grueso de saliva – decirme algo falso sería un pecado;  ¿no crees?

-¡Seguro!, pero cuénteme de una vez por todas padre, me siento un poco intrigado.

-Joseph, eres un hombre de fe, un esposo increíble y un padre amoroso que has motivado y llevado a tu hermosa familia por el camino que conduce a Dios; no acumulas riqueza material pero tienes todas tus necesidades cubiertas, a razón de tu trabajo y dedicación. Eres amable y bondadoso, pero hemos conversado del mismo tema por los últimos dos años… edificas con las manos y destruyes con  tus pies.




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