CAPÍTULO III
Hola Abuelo
-El muchacho está vivo, el pulso es débil pero aún respira.
-Lo estabilizaremos en el camino, en cuanto a la chica, dejémosla en manos de Patrick.
Joseph abrió los ojos luego de escuchar las voces de quienes supuso eran paramédicos. Por instinto se vio las manos, examinando sus palmas y luego girándolas para ver el exterior de cada una; no había ni rastros de sangre o indicio de nada por lo cual preocuparse. Estaba recostado viendo el cielo, echado sobre una grama fresca y confortable, volviendo de a poco en sí mismo como quien está despertando de un sueño profundo y envolvente; una pesadilla talvez. Pero de inmediato se vino a su mente el pensamiento de Irene y de Mary… se levantó en el acto.
Una niebla profusa a su alrededor le impedía ver más allá de unos pocos metros. - ¿Dónde estoy? – se preguntó; aquello parecía lo contrario a despertar de un sueño, más bien era como si comenzara a adentrarse en uno; un sueño de esos en que una parte de tu cerebro te dice que estas soñando y que debes hacer un esfuerzo por despertarte, pero no puedes. Intentas concentrarte y te resulta imposible, haciendo que seas no más que una mera e impotente marioneta, movida por los hilos de una fuerza superior que manda en ese “sueño”, pero ¿realmente estaba durmiendo?
Se sintió mareado y con deseos de recostarse, buscó algo a lo cual agarrarse para no dejarse caer pero no había nada a su alrededor; quería correr, encontrar a su esposa y su hija y aferrarse a ellas con un fuerte abrazo. ¡Dios! – Mi Señor – exclamó con fuerza pidiendo que le ayudara a salir de ese trance, lo único que quería era encontrar a Irene y a Mary, solo eso, pero ellas al igual que el resto del mundo parecían haberse esfumado.
Sintió mucho miedo, una sensación de soledad que le caló hasta los huesos. ¿Acaso estaba muerto? Se preguntó con mucho pánico de la respuesta que podría hallar, escuchaba ruido a lo lejos y gente murmurando en la distancia, pero no podía ver a nadie. Por alguna razón, cada vez que intentaba caminar en dirección a donde escuchaba las voces, se le dificultaba dar pasos como si se estuviera adentrando en un lodo profundo y espeso aun cuando no hubiera nada en su camino. Quiso llorar pero tampoco pudo, no hubo lágrimas que brotaran de sus ojos y con ello solo se sintió peor de lo que ya estaba… mucho peor.
El recuerdo del accidente, el vehículo tomando la curva junto a ellos y la necesidad que tuvo de abandonar la cinta asfáltica; el automóvil sin control y el camión, el enorme camión viniendo encima de ellos mientras Irene le sonreía a Mary…¿Cómo coño podía sonreír en un momento como ese?
-¡Irene! - gritó a todo pulmón sin recibir una respuesta a cambio, por más que forzara el llamado a su esposa y luego a su hija; era inútil, Joseph estaba en medio de una soledad infinita y por lo visto, nadie lo podía ayudar. Comenzó a orar a Dios, al mismo Dios que amó toda su vida y en el que creyó fervientemente, como milagro divino, ni bien le había pedido al padre celestial que el sacara de aquel lugar, cuando observó un camino color ladrillo que se abría paso entre la bruma… finalmente movió un pie tras otro y comenzó a recorrerlo.
Entre tanto una ambulancia arribaba a la entrada de emergencias del hospital; una de tantas porque ese día parecía que el destino hubiera orquestado una cadena de fatalidades. En su interior iba un adolescente que se debatía entre la vida y la muerte. Es increíble lo rápido que ocurren las cosas: en un instante un chico de veintiuno está disfrutando con su novia y amigos en un bar y al siguiente está entubado sobre una camilla en la sala de urgencias, con su vida transcurriendo en un minuto. Sin duda que la vida es loca, loca y frágil aun cuando las personas jóvenes, suelan pensar que son a prueba de males y que no hay nada que pueda sucederles con la capacidad de robarles su vitalidad.
El muchacho se estrelló en su automóvil contra un árbol, justo cuando se dirigía a la casa de su novia, quien lo había acompañado durante toda la noche. Habían salido de fiesta no más llegada la oscuridad el día anterior y luego de muchas copas, bailes, caricias y demás excesos, se quedaron dormidos en el auto hasta que con la salida del sol, la muchacha despertó al novio para que le llevara a su casa a enfrentar la cólera, con la que seguramente mamá le esperaría.
-El Dodge Charger quedó destrozado y la acompañante llevó la peor parte – comentó un paramédico al otro.
-Si amigo, qué pena ver estas cosas. Es la parte más difícil de nuestro trabajo.
-¡No! Y en el otro vehículo iba una familia entera.
-¡Coño no me digas!
-¿De qué van chicos? Muevan el culo que ya tenemos otro llamado – agregó el conductor de la ambulancia – no sé qué está pasando este día. Nunca un Domingo es tan movido por la mañana.
EL camino se extendía entre la bruma y por algún motivo, algo le decía en su interior que debía seguir avanzando. Puede que estuviera muerto y aquel camino lo llevaría a encontrarse con Irene y Mary. Oh por Dios, pero a la vez ese pensamiento significaría que ellas también estaban muertas. Aquella idea lo devastó emocionalmente, pero a la vez le generó ira, mucha ira. Todo había sido por la culpa de aquel auto que los rebasó en plena curva y los hizo salir del camino. Ese “idiota” era quién debería estar muerto y no él, si es que lo estaba.