Donde Se Esconden Las Almas

¿QUIÉN SANARÁ A QUIÉN?

CAPÍTULO VI

¿Quién sanará a quién?

 

         Lo primero que observó Mary al abrir sus ojos, fue el rostro magnífico de aquel ángel con apariencia de mujer. Estaba justo allí, sonriéndole con amor y ternura, como si hubiera preparado la pose de manera incansable, quién sabe por cuánto tiempo. – Bienvenida -  le dijo con una voz entrecortada antes de comenzar a llorar de la emoción, pero la niña estaba confundida; no sabía quién era esa persona y por qué le emocionaba tanto verla despertar.

            La dama se presentó con el nombre de Madeleine y le ofreció un poco de agua, de tal manera que tomó un vaso plástico, echó un poco del líquido en él y usando una pajilla, le permitió probar una pequeña cantidad.

-Es normal que estés sedienta, la anestesia suele causar ese efecto, pero la buena noticia es que la operación ha sido un éxito.

            Mary continuaba callada y confundida; había vivido una experiencia traumática tras otra. Por fortuna, los doctores lograron salvarle la vida tras controlar una hemorragia interna. Un riñón había sufrido desprendimiento por el fuerte impacto en el accidente y si permanecía con vida, era solo porque la gracias de Dios así lo había decidido, ya que el lado derecho del vehículo, había recibido la peor parte de aquel choque contra el camión de carga que los había colisionado.

            La enfermera le notificó al cirujano que la chica había despertado y el doctor no tardó mucho en llegar. Cuando lo hizo, comenzó a examinarla y preguntarle cómo se sentía; luego le extendió una larga explicación a Madeleine de lo que habían hecho durante el procedimiento quirúrgico y le explicó las recomendaciones.

            Mary seguía confundida, aquella dama era una desconocida para ella, pero el doctor le trataba como si fuera su madre con la que estuviera hablando. De modo que los interrumpió y preguntó por Irene. Ambos, tanto Madeleine como el doctor se observaron en silencio y con expresión de evidente temor.

-Tu mami no puede estar aquí en este momento – respondió Madeleine.

-Está muerta, ya lo sé. Recuerdo claramente lo que nos ocurrió. Pregunto por ella porque no sé qué ha pasado conmigo, cuánto llevo así y no quisiera pensar que me he perdido su funeral. Me gustaría darle el último adiós.

-No mi niña, no te has perdido su funeral – respondió Madeleine intentando secar las lágrimas que corrían por sus mejillas – su cuerpo permanece en la morgue por el momento, pero su alma ha regresado al encuentro con nuestro creador.

-“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed en mí. En la casa de mi padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy pues”… voy pues – y Mary comenzó a llorar luego de recitar aquel fragmento bíblico, por lo que Madeleine, conmovida y admirada por igual, continuó en voz alta: - “voy  pues a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. San Juan 14. – y se acercó a la niña y le estampó un tierno beso en la frente.

            ¿De quién se trataba aquella mujer que concluyó recitando lo que ella no pudo? No era de la iglesia católica a la que ella asistía con sus padres. Tampoco la había visto nunca antes; pero claramente era una persona que desbordaba ternura por ella y parecía ser favorecida por la gracia del espíritu santo. Le pidió un favor, quería ir a visitar a su madre  en la morgue. Aquella petición sorprendió a Madeleine, quien le dijo que no estaba segura de poder lograrlo, imaginaba que estaría prohibido para los menores de edad; aun así le aseguró que haría lo posible por lograrlo.

            Cuando Madeleine se fue de la habitación, Mary le preguntó al doctor quién era ella, francamente no la conocía. El doctor le explicó que ella era una mujer que acababa de perder a su hija en un accidente. Era una persona que había recibido el permiso del departamento de salud familiar para estar presente. Había descubierto que el único familiar cercano de Mary era el abuelo paterno, quien estaba internado en un asilo para adultos mayores.

            Madeleine le había buscado un par de veces y llevado a ver a Mary mientras ella estaba inconsciente. El personal del hospital creía que estaba procurando ahogar el dolor de su propia pérdida a través de Mary, pero si estaba facultada por el estado para estar presente, ellos no eran nadie para obstaculizar.

            Unos pocos minutos más tarde, la mujer regresó con una sonrisa como si trajera buenas nuevas con ella. El doctor disimuló la conversación que estaba sosteniendo con la chica y luego se quedaron en silencio. El galeno se despidió y agregó que volvería antes de concluir su guardia, marchándose en el acto de aquella habitación. Madeleine retomó su sonrisa y le dijo que las autoridades del centro de salud tramitarían su solicitud. No era habitual pero dada las características de su caso, había una oportunidad de alcanzar su petición; no obstante, todo estaba en manos de la trabajadora social que tenía a cargo su caso. Una dama que de antemano Madeleine describía como una Señora de gran corazón y eso alimentaba en ella sus esperanzas de que accediera a la solicitud de Mary. De cualquier forma, esa misma tarde la Señora Georgina estaría presente y conversarían las tres.

-No sé quién eres exactamente, pero el doctor me ha dicho que has perdido a tu hija recientemente. Que me has estado cuidando estos últimos días, e incluso has traído de visita a mi abuelo un par de veces. Quiero darte las gracias por ello – dijo Mary.




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