CAPÍTULO VIII
Pide y se te concederá
-Estoy muy agradecida con usted por esta atención.
-Le confieso que mi jefe no está de acuerdo con lo que he hecho.
-¿Por qué?
-Todo indica que usted está intentando superar la pérdida de Jennifer, acogiendo a Mary; y disculpe que sea tan franca.
-¿Y por qué ha aprobado la solicitud?
-Por varias razones, pero todas se resumen en una: no veo una opción mejor para ella, pero permítame dejarle algo claro: esto no es por usted, es por ella. Mi trabajo es velar por su bienestar. Si resultara imposible que ella vuelva a su casa…
-Volverá, se lo aseguro. Ella volverá a su casa con lo que le queda de familia.
-Si resultara imposible reestablecerse con familiares, su posición le daría ventaja en el proceso de adopción; pero eso no implica de que vaya a haber garantías… o de que vayamos a saltar protocolos.
Concluida la conversación, Madeleine se retiró del despacho de la empleada de bienestar social. Finalmente se había convertido en la tutora temporal de la jovencita y con el “alta médica” casi lista, ella pretendía llevarla a su casa.
Mucho le gustaría que aquella mudanza fuera permanente, pero estaba claro de que no lo era y en realidad, ella oraba a Dios para que la niña pudiera recuperar su vida con la familia que aún tenía, a sabiendas de que eso le causaría un gran dolor, pero al mismo tiempo el consuelo era justo lo que la empleada del estado había mencionado: el bienestar de Mary.
Una semana antes, su intención era regresar al trabajo y tratar de recomponer su vida lo mejor posible, dado el vacío que Jennifer le dejó al partir; pero Dios le había hablado y ahora una motivación de muchas aristas estaba en su corazón: obedecer a Dios por delante de todo, claro está, pero también sentía que la recompensa de sus acciones sería la unión del alma de Jennifer a la de Jesús. Y luego estaba la propia Mary; era una niña virtuosa, linda, un prodigio que resultaba de bálsamo para su sufrido corazón. No era suya, pero no importaba, tenía la oportunidad de formar parte de la vida de aquella niña de manera más que temporal, porque aun cuando creía firmemente que la devolvería a su familia llegado el momento, estaba convencida de que serían amigas por la eternidad. Y en algún punto de los planes de Dios, se reunirían las tres y le presentaría Mary a Jennifer, en un círculo de amor compartido hacia el creador.
-Me gusta mucho tu casa – le expresó Mary a su tutora – no es grande ni es pequeña, lo que sí es, que se siente acogedora.
-¿Estás segura de tu edad? ¿No será que tu certificado de nacimiento está errado y eres mucho mayor?
-¿Luzco vieja? – dijo la niña sonriendo.
-Luces hermosa mi niña – le respondió Madeleine con una sonrisa que provenía de su alma, más que de sus labios.
-Me gustaría ser franca… quiero quedarme aquí contigo Madeleine, mientras puedo reunirme con mi familia, pero no sé si vaya a ser posible – hizo una breve pausa, a la vez que agachaba la mirada con un aspecto de tristeza ante la expectación de Madeleine; luego tomó aliento y prosiguió – hoy más que nunca, solo me queda mi fe en Cristo y su padre. No quiero cambiar mi iglesia por la tuya y tú no vas a cambiarla tampoco.
-Mi chica – le dijo Madeleine ya respirando un poco más aliviada – no vamos a cambiar nada. Te propongo un trato; yo aprenderé de la entrada al camino que tú conoces, y yo te enseño un poco de la que conozco. Te acompañaré a tu iglesia y tú me acompañas a estudiar la palabra según mi religión.
-¿Cómo así?
-¡Claro! Algo me dice que tu Jesús y mi Jesús es el mismo… lo que haremos es complementarnos mutuamente en esta “partecita” de nuestro viaje a su encuentro. Nunca te pediré hacer, ni creer en algo que no vaya en línea con tus valores religiosos, y sé que tú tampoco conmigo. Por ejemplo, estoy segura que no me pedirás traer imágenes católicas a mi casa.
-Me parece un trato justo… pero solo tengo una inquietud más Madeleine. No tengo cómo pagarte por tus gastos y tus atenciones.
En ese momento Madeleine se acercó y se abrazaron ambas, mientras estallaban en llanto las dos. La mujer le dijo que no necesitaba recibir pago alguno porque ambas se cubrían mutuamente los “saldos” en la gracia de Cristo. Curiosamente cada una se sentía en deuda con la otra, a pesar de que cada una aportaba en cierta forma, al bienestar espiritual de la otra.
Madeleine había adaptado un pequeño estudio que tenía la casa en la parte de abajo. No era una habitación, pero las dos únicas que poseía la propiedad; es decir, la de ella y la que alguna vez perteneció a Jennifer, estaban escaleras arriba, pero Mary todavía estaba convaleciente para subir escaleras. De modo que hizo su mejor esfuerzo por transformar aquel espacio en lo más acogedor que pudiera brindar.
La joven estaba agradecida y con tanto temor a la vez. Finalmente esa primera noche no estrenaría su habitación temporal; tampoco Madeleine, puesto que Mary no quería estar sola, ambas terminaron durmiendo abrazadas en los muebles de la sala principal. Eso sí, solo cuando el cansancio las venció, porque ninguna podía conciliar el sueño con tanto que corría por sus corazones.