Donde Se Esconden Las Almas

VIRTUOSO NO, PECADOR

CAPÍTULO IX

Virtuoso no, pecador.

 

-¿Por qué estás aquí Joseph?

-Porque morí… un idiota nos sacó de la vía y perdí la vida y a mi familia.

-Esa no es la respuesta. Te hago de nuevo la pregunta: ¿por qué estás aquí?

-Por la culpa de un borracho que nos hizo estrellar contra un camión.

-¡No Joseph! Estás aquí porque tienes el alma escondida.

-No entiendo Señor. La persona en la puerta de entrada me dijo que debía liberarme con la verdad, pero no sé a qué verdad se refiere. Nunca he vivido mi vida alejado de la verdad y de Cristo.

-¿Dónde se esconden las almas Joseph?

            Pero Joseph no supo responder al anciano, ni siquiera entendía la pregunta. Estaba completamente confundido y lo peor es que sentía que también se habían confundido todos con él; a fin de cuentas, fue siempre un buen cristiano, religioso y amante de la palabra de Dios. Había visto cómo gente con vidas más “relajadas” habían pasado de largo. ¿Dónde estaba la justicia celestial?

-Las almas mi querido muchacho, se esconden en las mentiras.

-¡Pero yo no lo soy! – dijo Joseph gritando, explotando de ira, rabia, temor, confusión y toda una mescolanza de sentimientos que había intentado reprimir. Se arrodilló llorando y colapsó; empezó a pedir perdón a Dios en su mente y rogarle que no le abandonara, que no le dejase solo en aquel trance. No quería fallarle, nunca fue su intención fallar a Dios, pero ahora veía que toda su vida era cuestionada y sus creencias personales ya no le servían para avanzar en el camino de la fe. Entonces luego de desahogarse, levantó su mirada hacia el anciano y pidió su ayuda.

-He visto miles de personas viviendo sus vidas en religión, pero no en la fe – comenzó a hablar el anciano, aunque no dirigiéndose a Joseph, sino al grupo que estaba nuevamente reunido – personas que creen que ir cada domingo a la iglesia y orar al padre celestial les hace buenos hijos ante sus ojos. Pero luego esas mismas personas critican al vecino, al impuro, e incluso a quienes se acercan a esos impuros. ¿Creen ustedes que nuestro Señor se rodeó de virtuosos o de pecadores?

-De pecadores – respondió un miembro del grupo, más por creer que era lo que el anciano quería oír, que por convicción en lo que estaba diciendo.

-Así es y todos los saben. A veces observo cómo la gente, incluso aquellos que creen en Cristo, terminan divididos por la religión. ¿Cómo se atreven a hacer de nuestro Señor un motivo de separación? Leen la biblia, estudian la palabra, pero luego señalan al otro por no pensar igual que ellos. – hizo una pausa corta y finalmente se volteó hacia Joseph, y con mirada de reprenda empezó a decirle directamente a él – Levántate muchacho, sal de la mentira y sé libre por la verdad.

            Joseph seguía llorando desconsoladamente, aun cuando ninguna lágrima saliera de sus ojos; después de todo, las almas carecen de órganos lagrimales.

-Un día escuché a un sujeto contar una historia, es bueno que todos la escuchen, aunque francamente esta historia es para ti Joseph, tristemente te viene como anillo al dedo: un día, un hombre de fe, quien había vivido una vida virtuosa y para quien la duda del  amor de Dios no existía, recibió una alerta de inundación para la comunidad donde él moraba.

Todos los vecinos fueron convidados a evacuar la zona, pero este hombre hizo caso omiso, ya que él estaba seguro de que Dios le protegería. Cuando llegó la tormenta y el río local se desbordó, él y su familia se vieron obligados a refugiarse sobre la estructura para no morir ahogados. Aun así, el hombre estaba seguro de que Dios le salvaría.

Cuando nadie más hubiera tenido esperanzas, aquel hombre sereno observó venir un bote con rescatistas. Le ofrecieron sacarlos de allí a él y su familia, pero el hombre respondió que no, que Dios les salvaría. Entonces el nivel del agua siguió subiendo, y poco antes de que les alcanzara, un nuevo bote apareció. La respuesta del hombre fue la misma: Mi Dios nos salvará.

Y cuando el agua les alcanzó y amenazaba con arrastrarlos apareció un helicóptero, pero a este también lo rechazó.

-Sí, les gritó que Dios los salvaría  - dijo Dorothy interrumpiendo al anciano en su exposición con su habitual actitud entre inocente e infantil.

-Exacto. Finalmente cuando murieron y llegaron aquí, el hombre le preguntó a Dios que por qué no lo había salvado y el padre le respondió: envié un par de botes y hasta un helicóptero para rescatarte. Dices que crees en mí, pero ni siquiera me conoces, porque si me hubieres conocido, habrías sabido que detrás de la advertencia y de aquellos intentos de rescate, siempre fui yo quien estuvo presente.

            Nunca a lo largo de su existencia, Joseph había recibido una bofetada en el rostro que le doliera tanto, como las palabras de aquel anciano. Aquella era una historia de dominio popular y él la conocía con anterioridad, pero nunca se había visto reflejado en ella… la verdad había explotado frente él como una bomba luminiscente, pero en lugar de cegarlo, le había traído luz. De pronto comenzó a ver el momento del accidente y comprendió la verdad; su verdad.

            La verdad de que no era el fiel cristiano que pensaba ser; la verdad es que su pecado y no otro sujeto, fue el responsable de su destino, y el destino de su familia. Dios le envió la alerta de inundación y él no la quiso escuchar; le envió el bote un montón de veces; a todas ellas las ignoró, en las muchas ocasiones que su esposa Irene le rogó controlar su carácter, abandonar el camino de la ira… le envió el helicóptero.




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