Donde Se Esconden Las Almas

LEVÁNTATE Y CAMINA

CAPÍTULO X

Levántate y camina

 

-He vuelto amor, he vuelto para quedarme contigo. Te pido perdón por todo, por la tragedia que causé, por haberte dejado sola. Te prometo que nunca más.

-Sabía que volverías, mi mamá me lo había dicho.

            Era dificultoso para Joseph poder abrazar a Mary como quería. Ella estaba recuperándose de una cirugía y él yacía tumbado, con varias vías en sus venas y una manguera de oxigeno que ya no necesitaba, pero la cual aún no le habían desconectado. Para colmo, el tiempo que estuvo inconsciente fue largo, al punto de que se le habían formado llagas en la espalda, sus músculos estaban atrofiados y además, todavía no coordinaba bien sus sentidos. Eso de regresar de la muerta era más complejo de lo que muchos creían.

            Desde que recobró la consciencia le habían estado examinando e interrogando con preguntas netamente médicas. Su desespero por ver a Mary lo estaba asfixiando y de momento era lo que más quería. Una vez que la vio llegar quiso apretarla entre sus brazos, pero eso era una proeza que lamentablemente tendría que esperar.

            Su hija llegó acompañada del padre José de Jesús y una dama a la que nunca había visto en su vida. Luego del emotivo encuentro, el padre insistió en llevarse a Mary a la cafetería para darle de comer; ciertamente quería alimentar a la niña, ya que con la interrupción de la misa, quedó pendiente la cena que harían los organizadores una vez terminado el evento; pero por otro lado, quería dar espacio a los médicos para que hablaran con libertad a Madeleine, acerca de la condición de Joseph, sin que la niña fuera a escuchar alguna posible mala noticia.

            En efecto, el doctor conversó con Madeleine, pero básicamente para exponerle los exámenes que le habían practicado y algunos resultados que ya tenían a mano. La realidad es que la medicina desconoce todavía las implicaciones del estado comatoso en el que se mantuvo el paciente por casi tres semanas. Por el momento solo podían dejarlo en observación.

            Finalmente Madeleine se presentó ante Joseph, y le explicó su relación con Mary. No obstante, no le había contado a la niña, que su hija Jennifer era la persona que iba en el auto que le colisionó a ella y a su familia; tampoco quiso exponérselo a Joseph; al menos no por el momento.

            Una vez regresaron el padre José de Jesús y Mary, el sacerdote se despidió, no sin antes darle una charla de consuelo a Joseph, y extender una plegaria por su recuperación. Por último, el padre José de Jesús no pudo evitar notar que desde que llegaron, el hombre convaleciente no había preguntado por su esposa; supuso que los médicos le habían puesto al corriente antes de que ellos llegasen, pero como no podía estar seguro, ni quería preguntar, prefirió omitir el tema. Entonces fue el propio  Joseph que le pidió al sacerdote que volviera a visitarlo tan pronto como le fuera posible; tenía un largo tema que conversar con él.

            Mary se sentó en un sofá que estaba dispuesto cerca de la camilla del padre, en tanto que Madeleine se tomó el tiempo para asear un poco a Joseph, limpiando su cuerpo con pañitos húmedos. Se sintió extraña tocando el cuerpo de un hombre luego de mucho tiempo; no es que sintiera ninguna sensación  excitante ni mucho menos, simplemente le daba un poco de pena e incomodidad. Cuando quiso hacerlo en la espalda, notó las llagas que se le habían formado y emitió un lamento; pero entonces Joseph le dijo para restar importancia: “Oh eso no es nada, difícil fue lo que tuvo que soportar nuestro Señor Jesucristo”.

            Madeleine sintió un vacío en el estómago y dejó caer la toallita que tenía en la mano. Joseph le preguntó si le pasaba algo porque sintió un cambio repentino en ella, pero la dama negó rotundamente que sucediera y trató de continuar como si nada; más, interiormente se sorprendió de aquella expresión tan parecida a la que ella solía decir, en sus conversaciones con el padre celestial. Sintió que había sido una señal que le estaba enviando Dios, pero no alcanzaba a comprender sobre qué.

            Un par de días más tarde llegó el padre José de Jesús al hospital, atendiendo a la solicitud que le hizo Joseph la noche de su “regreso”. Para ese momento, ya el paciente podía levantarse y moverse por cortas distancias. Le dieron permiso de trasladarse en silla de rueda hasta la capilla del hospital, pero a mitad de camino cambiaron de opinión y decidieron ocupar una mesa en el cafetín para conversar.

-Padre José de Jesús, he sido yo el responsable de estrellarme contra aquel camión. Soy el responsable de la muerte de Irene. Yo la maté ese día porque no fui capaz de escuchar sus palabras; no fui capaz de cambiar a tiempo, luego de tantas peticiones de esa mujer, cuyo único pecado en la vida fue amarme tanto.

-¿Quieres que te confiese hijo?

-No padre, ya me confesaré con usted, pero hoy quiero hablarle como amigo, lo necesito así.

-Soy todo oídos muchacho.

            Joseph le contó que probablemente pudo haber evitado estrellarse contra el camión si no hubiera sido iracundo. También le  contó que recordaba un sueño el cual creía firmemente que fue real: Había estado en el mundo de los muertos, y si bien no entró al reino, había tenido una experiencia celestial larga y profunda. Había tenido contacto con su abuelo – en ese momento entró en consciencia de que le había encomendado saludar a su padre y entonces pensó que su progenitor también había muerto – y luego de una tribulación, finalmente se había encontrado con Irene, ella estaba feliz y en paz.




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