Pasaron los meses, y Celia seguía haciéndome la vida imposible.
Un día cualquiera, encontré a Celia sentada sola. Tenía un libro en la mano y parecía… diferente. No era la misma niña que me había hecho daño.
Me acerqué. Con miedo, pero lo hice. Le conté lo que sentí aquella vez. Cómo me dolió. Cómo me marcó.
Y, para mi sorpresa, me escuchó.
Me dijo que nunca pensó que me afectaría tanto. Que a veces actuaba sin pensar. Que estaba celosa de cómo los profes me hablaban. Que le molestaba no tener esa facilidad que yo tenía con los demás.
No fue un perdón perfecto, pero algo se soltó dentro de mí. Una parte del dolor se fue. No volvimos a ser amigas, pero pude soltar esa historia sin tanto peso.
Pero con Blanca… eso era otra historia.