Adara corría por los pasillos del instituto con el corazón a punto de estallarle. El sonido de las alarmas mezclado con los gritos hacían que todo pareciera una pesadilla de la que no podía despertar. A cada paso se cruzaba con mochilas tiradas, papeles volando y profesores tratando de guiar al alumnado sin perder el control.
Pero lo que la dejó sin aliento fue lo que empezó a ver entre las aulas… personas vestidas de negro, armadas, como parte de una secta. Eran los mismos que provocaron el caos. El miedo la invadió de golpe, como una ola fría. Vio a varios alumnos desplomados, heridos, algunos inconscientes… No podía creerlo.
Sus piernas seguían moviéndose sin pensar, buscando la salida. Solo quería encontrar a Blanca, asegurarse de que estuviera bien. Giró la esquina hacia el vestíbulo y, entre el humo y el sonido de las sirenas, allí la vio.
Blanca.
Tirada en el suelo, apoyada contra una de las columnas de la entrada. Tenía la camiseta manchada de sangre y los ojos entrecerrados. Adara soltó un grito ahogado y corrió hacia ella, cayendo de rodillas a su lado.
—¡Blanca! ¡Blanca, mírame! —dijo, con la voz temblorosa.
Blanca aún respiraba, pero estaba muy débil. Adara sacó su móvil temblando y llamó a emergencias mientras sujetaba su mano con fuerza.
—¡Por favor, rápido, estamos en el IES de Teis! ¡Mi amiga está herida, está sangrando mucho!
Las lágrimas le caían por las mejillas, pero no dejaba de repetirle a Blanca que aguantara, que ya venía ayuda. Mientras, la gente seguía saliendo corriendo del edificio. El sonido de las sirenas de policía y ambulancias comenzaba a acercarse.
Y Adara, todavía sin soltar a su amiga, supo que aquel día iba a marcar un antes y un después en su vida.