CAPÍTULO DOS:
El General Kosthof y su propósito
La plata que recubría el vehículo atraía la atención de los transeúntes que recorrían la avenida Lions, las ventanas reflejaban todo y no permitían ver hacia el interior. «Pero debe ser alguien importante, sí debe serlo», decían al verlo recorre las calles pavimentadas y las embaldosadas en celestes y blancos colores, como una fundición de los nuevos métodos de construcción y los antiguos; los banderines y panfletos publicitarios de la guerra reinaban como los que más, cubriendo calles enteras y las fachadas de importantes edificios de la Regencia: “La República te necesita”, “Lucha contra los Rebeldes”.
Dentro del vehículo, la joven castaña observaba a los que la veían pasar, y se preguntaba qué le esperaría allí, quizá más inspiración para su trabajo de acuarelas, lo único para lo que dio señales de tener aptitud; quizá, amigos de verdad, personas que la escucharan y que tuviesen algo interesante que decir; quizá, como su amiga y hermana del alma había sugerido, el amor. Pero lo que sea que Anya pensara en ese momento, estaba demasiado lejos de la realidad.
Devolvió su atención al interior del vehículo, deslizándose éste en silencio sobre las baldosas gracias al sistema gravitacional. Allí, en la pequeña estancia de viaje todo era cómodo y emanaba un leve olor a cuero sintético y naranja, en la cabina de enfrente, iban el chauffeur y Ange. Desde su asiento se alcanzaba a ver el cuello pecoso de la pelirroja.
El General aclaróse la garganta. Sus ojos cenizos parecían temer un poco, pero, como era costumbre, se obligó a pretender que la situación estaba en su absoluto control. Aunque para ser honesto consigo mismo, desde que la encontró en ese bosque nada había sido igual, todo era un desastre.
Creía vivir de la forma que se debe vivir la vida: en un empleo productivo para la sociedad, que le enseñaba disciplina, le brindaba una vocación y un propósito para con su vida; creía que servía a su nación y que lo demás no era menester porque sentíase realizado. Pero ella llegó, y le mostró que le faltaba todo, que no tenía nada de lo que en verdad importaba, que estaba incompleto. Ella era la medalla que no podría merecer nunca, aun así, lo intentó.
Paternidad, la hija que no pudo tener porque estaba muy ocupado preocupado por la guerra, porque el mundo se caía a pedazos frente a sus ojos y él debía hacer algo. La encontró a sus treinta y cinco años. La rescató y la llevó consigo, la tomó como suya y nadie pudo oponerse, todos parecían muy ocupados en evitar que los Rebeldes despedazaran lo que quedó de América como para preocuparse por lo que le ocurría a una niña de quince años.
—¿Qué te parece?
—Es… diferente. —Sacudió sus hombros, en uno de ellos caía la trenza del arreglo—. Como… Como si el futuro luchara con el pasado por ocupar éste espacio del mundo, y las personas estuviesen en el medio.
—Mmm… Sí, interesante analogía. —Presionó sus delgados labios con aire pensativo, sin escapar a sus ojos la curiosa forma que ella tenía para ver las cosas, tan distintas, con un aire irreal y casi fantástico. Para él, todo era sencillo, preciso y concreto: La guerra no permitía que el progreso siguiera su cauce, y la ciudad se mantenía en un estado de expectación—. Ésta es la avenida Lions. En unos metros más, pasando la oficina postal y un semáforo, se divide en la calle Washington, a la izquierda, y la calle Rosemay, a la derecha. La casa está justo al medio de ambas, así que tendrás una vista exquisita para tus…
—¿El aire no será muy pesado? —interrumpió ella, alzando hacia él sus mirada brillante de emoción, como le gustaba verla, aunque su aire infantil siempre salía a flote, en esta ocasión, interrumpiendo sin un octavo de cortesía.
—No, está bien para estar todo el tiempo que quieras, los vehículos son amigables con el ambiente. Es la ciudad más ecológica de la región.
—¡Bien! —El General suspiró con alivió. La sonrisa de su hija adoptiva le hizo a su vez sonreír a él, apenas un poco, casi nada. El General nunca sonreía—. ¿Podré… salir?
—Mmm… —presionó una vez sus labios—. Ya lo veremos.
—Ah.
—Quería decirte también —añadió, intentando recuperar el animado ambiente—, que tengo planeado encontrarme con varios colegas durante los días que estaré aquí.
—Militares.
—No —su mirada se volvió, intentando fingir desinterés—, gente de… otros rubros.
—Ya, ¿la comida o la cena?
—¿El desayuno?
—¿Cómo? —Sus cejas castañas crujieron al unirse.
—Iremos a un lugar nuevo en la ciudad que está causando aparente sensación: La Casa de Té.