Donde termina la vida

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO CINCO:

Dmitri Edevane y su primera experiencia con Anyaskiev

 

Una, es todo lo que ella le había dedicado en miradas desde que se presentó en esa cita, y una fue lo necesaria para sentirse atraído por sus curiosos ojos castaños. Sonreía a más no poder, para ella, se mostró atento con su padre y solícito a enmendar su falta de puntualidad. Nada, nada la atrajo durante muchos segundos.

—Dmitri te presento a mi hija —¡oh!, el General le salvaba de aquel calvario, introduciéndola, ya que, ella no se dignaba a verlo para poder hacerlo él mismo—, Anyaskiev.

—Señorita Kosthof. —Extendió la mano y obtuvo otra de esas miradas castañas fulminantes, como resentidos con él. ¿Había hecho algo mal?—. Dmitri Edevane, encantado de conocerla.

Y allí se quedó esperando por su mano.

—Diveth —masculló ella, con obvia molestia, pero aquella voz sonaba por primera vez, y sabía delicioso a sus oídos—. Mi apellido es Diveth.

—Ah. —Confuso, retiró la mano—. ¡Oh! —recordó al fin el estatus legal de la joven protegida del General. Ella apartaba la mirada con fastidio una vez más, dando en cambio una al General, éste hizo un puño con la mano bajo la mesa, los ojos inyectándosele con sangre.

—Yo pensé que había efectuado el cambio de nomb… Olvídelo, es un placer conocerla. Bienvenida a la ciudad, por cierto. Aunque yo tengo escasos seis meses residiendo en una casa de la calle Rosings, creo que es un lugar espléndido y lleno de actividades edificantes para los jóvenes. Creo, encontrará cierto interés en las festividades centrales como el Festival de Otoño, es una buena oportunidad para entrar en contacto con la sociedad y hacer nuevos lazos.

—No me interesa hacer lazos de ningún tipo, señor Edevane —sentenció ella, viendo, contrario a lo que esperaba, al General, y no a él.

¿Qué pasaba en todo aquello? Creía, al despertar esa mañana, que por fin conocería a la mujer que lo tenía pensando día y noche en ella, aunque no la conocía en persona, conservaba su fotografía y la veía antes de ir a dormir, imaginando cómo sería según la descripción del General: Muy sagaz, modales muy dignos y un caminar elegante pero sin pretensiones, humilde aunque gozaba de buena posición económica.

Claro que imaginaba más aspectos, como su sonrisa, o lo que le gustaría hacer en su tiempo libre, a qué se dedicaba, su carrera, su gusto musical, y tantas cosas que, por absurdas le parecían, quitábanle el sueño. Más esa atracción irracional parecía una pequeña sombra comparado con lo que sabía de aquella mujer: su pasado. Ese terrible pasado del que ella nunca habló con el General, ni con nadie, que guardaba con celo de los extraños, en el silencio. Y él lo sabía todo, sin conocerla.

¿Por qué, entonces, se le presentaba una mujer arrogante, una niña malcriada y caprichosa que en nada se asemejaba a la de su imaginación? De nuevo su mente le llevaba lejos de la realidad, de nuevo cometía el error de esperar demasiado y terminar decepcionado, aunque se juró no hacerlo jamás, no después de tener esperanzas en una promesa de boda y terminar de pie, solo, frente al altar del Templete. De eso ya, dos años.

—Anyaskiev, por favor, te lo ruego —dijo el General, en una conversación privada, hablando de algo que él no comprendía.

—Solo quiero irme… —masculló, inaudible, volviendo en bruces sus brazos.

—Habla fuerte, no logramos escucharte —insistió el General, avergonzado a más no poder.

—Que solo deseo ordenar algo de comer, no me siento muy bien.

Al escuchar la petición, Dmitri llamó al asistente, hizo su pedido y le inquirió con suma amabilidad qué ordenaría ella, qué le apetecía más. Y le recomendó un desayuno de su gusto, eligiendo lo mejor para ella, intentando impresionarla. De nuevo esos ojos castaños le vieron con indiferencia.

—No tolero la lactosa, y soy alérgica a las nueces, no puedo comer lo que me sugiere a menos que me desee muerta en unos minutos.

—¡Oh, no, no! No quiero eso, disculpe usted.

Dmitri volvía a fallar. Ella ordenó un desayuno bastante complicado y explícito, pidiendo con mucha gentileza y dulzura al asistente que por favor guardara nota de la orden para cuando regresara ya que el General tenía pensado comer allí muy seguido. Ese gesto para con el asistente le dio a entender a él que todo el comportamiento hostil y volátil de la joven se debía a algo ajeno a su persona, algo externo que ocurrió o bien antes de que él llegara, o mucho antes.

Calma le trajo éste saber, así como la opción a trazar un plan para hacerse de un buen visto por parte de la joven. Conversó con General unos minutos, discutieron los estatus de la oficina y los movimientos militares de la ciudad, la seguridad, los riesgos, siempre con voz muy baja y cuidándose de quién estaba sentado en qué mesa, para no cometer ninguna imprudencia. Ella, mientras, apoyó un codo en el mantel de la mesa y descansó la barbilla sobre la palma de la mano, mirando sin esperanzas hacia el jardín; en ese momento le pareció más hermosa, y por si fuera poco, cuando una mariposa revoloteo en el cristal frente a sus ojos castaños, sonrió. Allí, él quiso tener su agrado no como un capricho, sino como menester.




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