Donde termina la vida

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO OCHO:

De las visitas a la casa de la avenida Lions y los pequeños sucesos que van girando en torno a Anyaskiev

 

Frisábase a la ventana del balcón para ver el pasar de las gentes en las colindes de su casa, y aquello se convertía en un verdadero celebrar a lo largo de la semana: Los preparativos para el festival íbanse acentuando en cada uno de los vivientes de la ciudad de Los Cabos, ansiando la oportunidad, la última del año, para ejercer las artes de la sociabilidad.

Anyaskiev, con carbón en mano, retrató una perfecta tarde de ires y venires de las gentes, selló la pieza de arte para evitar que ésta se desvaneciese con el tiempo, seguido se lavó las manos hasta los codos. Ange le desprendió del delantal protector y alisó la falda del vestido que magreaba sus piernas. El timbre de la casa sonó. Ambas jóvenes se acercaron a las ventanas del piso alto para ver hacia el umbral: Dmitri Edevane esperaba en él, era su cabello blondo acicalado hacia un costado, su traje marino y sus insignias de servicio a la oficina de militancia, no había duda.

—Yo voy. —Aunque no creía que viniese luego de diez días en aquella ciudad sin saber más de él, creyó propicio recibirle, no había razón para no hacerlo si el General había dado su consentimiento para ello. Tampoco tenía que ser de ninguna forma grosera con él: No estaba de mal humor, el doctor díjole que gozaba de buena salud, en lo que podría caber en su estado, y el General no estaba presente; ya le había hecho pagar suficiente.

Abrió la puerta. Los cobaltos espejuelos del Directivo se iluminaron con tal vista de la joven, sonrió al instante, determinado a iniciar con su plan de cortejo y pasar unas horas con ella luego de una jornada de trabajo extenuante. Sabía, por el General mismo, que estaría sola durante al menos una hora, hasta las seis, cuando el General regresaría a casa, así que cada palabra y tema a tratar lo llevaba ya preparado en una nota mental extensa. Más ella, hermosa como la primera vez que la vio, cerró la puerta frente a él. ¿Qué había pasado?

—¡Ange, ven aquí, por favor! —escuchó que provenía tal grito del otro extremo de la entrada, así que decidió esperar, aún confundido por el repentino gesto. La puerta fue abierta para él una vez más, era la asistente de cámara.

—Buenas tardes, señor Edevane, mi nombre es Ange, soy la asistente de la señora Anyaskiev.

—Buenas tardes, señorita. Debo pedir disculpas con profundo sentir ante lo que haya podido causar en su señora alguna incomodidad o disgusto, y si mi presencia es causa de desagrado me retiraré de inmediato. Acepte, por favor, en nombre de la joven éstas flores y dígale que estoy a sus servicios.

—Mi señor, esa es precisamente la razón de la repentina acción de la señora: Las flores. —La asistente se sonrió y luego rio al ver la confusión en el rostro del Directivo—. Verá que no hay flores en el jardín, mucho menos en el interior de ésta casa. Me temo que la señora es alérgica al polen que transmiten, así pues, lo mejor será desecharlas antes de entrar o simplemente dejarlas en el suelo y podrá llevarlas cuando usted termine su visita. El General le ha autorizado la entrada a ésta casa, como sabrá.

—¡Hombre!, qué susto me he llevado. Ahora me siento como un tonto, las dejaré… Aquí, ¿está bien? —Ella asintió—. Bien, gracias, señorita Ange.

La asistente se retiró para dejarle entrar en el zaguán de la casa, sus ojos no dejaron de especular el lugar y la exactitud con la que era mantenida desde que fue adaptada a las indicaciones del General. Junto a la escalera, ella le miraba con complexión seria y las manos unidas al frente.

—Un momento —dijo la asistente, trayendo consigo un pequeño aparato—. Extienda sus brazos, por favor.

¿Qué era todo aquello? La joven pasaba por su cuerpo una aspiradora inalámbrica, dos minutos después Anyaskiev le dirigió la palabra por vez primera, parecía dibujada en su boca una sonrisa algo burlona.

—Me disculpo, no lo sabía.

—No tenía porque. —Claro, qué obvio sería saber mucho más de ella de lo que pudiera luego de un solo encuentro; aun con todo lo que el General habíale dicho, no tenía una lista explícita de todo en lo relacionado con la hija.

—¿Cómo está? —Aún de pie en la sala, en las faldas de la escalera.

—Bien. —Ella solo sonreía de esa forma tan cruel—. ¿Quiere sentarse, señor Edevane?

—Por supuesto.

Pidieron un servicio de café que Ange y otra asistente suplieron a los pocos minutos, ella le contemplaba casi tanto como él a ella. Pero la joven, notaba él, lo hacía con estudio y premeditación, como si intentase buscar algo en su cabello, en sus ojos y en sus facciones en general; le miraba con tal profundidad que logró incomodarle y olvidarse por completo de la lista en su cabeza.

Que atropellada y fallida primer visita había sido aquella para Edevane, con poca colaboración de parte de la joven, y más desaciertos que aciertos de él. Dos cuartos de hora más tarde tuvo que retirarse con la promesa de regresar pronto, esperaba, con algo que ésta vez ella pudiese recibir. Ella no hizo ningún comentario al respecto, sin tener la gentileza siquiera de darle un pequeña clave de qué podría agradarle.




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