CAPÍTULO DOCE:
Cuando Edevane se entera de las visitas de Fostter a Anyaskiev y la intervención del General
Era lunes, y transitaban por el parque a un cuarto para las seis, cruzando frente a la Casa de Té. Los pájaros eran un espectáculo en los abrevaderos y el mortuorio atardecer agonizaba sus últimos rayos mientras ella solo podía pensar en flores de papel y un ave libre.
Edevane, a su lado, hablaba de cómo vería las carrozas desde un punto tan exquisito como la casa de la avenida Lions, que aunque no pudiera caminar allí entre las demás personas, podría ser testigo en el mejor asiento posible. Anyaskiev, en lugar de imaginarse siendo homenajeada con un desfile solo para ella, solo para sus ojos, se imaginó algo más pequeño: Caminar descalza entre la multitud, como un ave en libertad.
Lo compartió con él, esperando que pudiese comprenderla, más lo que obtuvo fue aturdidor.
—Anya, pequeña Anya, su pensamiento es en mucho tierno e inocente, más debe permanecer calzada para evitar lastimarse, y de plomo si es posible para mantenerla con nosotros en la tierra. Descuide, si algún día la veo a punto de alzar en vuelo a sus fantasías, la detendré.
«Pero no quiero que me detengas», quiso replicar, pero él se adelantaba quitándole rigidez al asunto. Anya solo pensaba en que quizá Fostter hubiese respondido de forma distinta a su ensueño. No era de importancia, sin embargo, Edevane se la quitó al tema mencionando que había pronóstico de lluvia y que era mejor regresar ya, y que de ahora en adelante ella debería usar abrigos más gruesos en sus salidas, para evitar un resfrío.
Ya actuaba igual que el General, tan protector y siempre tan quisquilloso como el mismo, es lo que notó Anya con éstas palabras y atenciones. “Anya, quédate en la realidad”, “Anya, abrígate y enguantate”, “Anya, saldrás con Ange siempre”.
Había llegado a asentir agrado por Edevane, incluso a veces le parecía interesante escucharle hablar de sus conocimientos sobre la ciudad y los movimientos de la sociedad. Llegó a un punto inflexivo en que se sintió ya relacionada con todos en cuanto había que conocer en la ciudad, los apodos personales y sus gustos, los sitios donde podría encontrarlos más frecuentemente y algún que otro suceso vergonzoso. Anya no pudo sino preguntarse más de una vez sí así como él hablaba de otros a sus espaldas, así hablaría de ella.
Al acompañarla a casa el próximo miércoles, Anya llevaba consigo un abrigo más apropiado, guantes de piel sintéticos y botas de tacón resistentes, como había recomendado Dmitri, y el General estaba complacido. Le invitó a quedarse a cenar, y Edevane, encantado, aceptó.
Anya les acompañó luego de refrescarse en sus estancias, lo que hizo, claro, fue tomar su medicamento y recobrar fuerzas tomando una pequeña siesta de diez minutos. Se sentía agotada de tanto caminar, aunque solo fueron unas cuadras. Se repuso y llegó a ellos, Ange se sentaba ya en su silla usual junto a Anya, Edevane frente a ella y su padre a la cabecera de la mesa.
La cena se sirvió, la comida se disfrutó. Edevane y el General se mostraban como grandes y antiguos colegas, Anya más taciturna y Ange, en consecuencia, de igual espíritu. Intentó el General animarle diciéndole que Dmitri podría comer con ellos mañana de igual forma, ¿no le parecía eso espléndido?
—Sí, General, espléndido.
La respuesta tan seca advirtió al General de que algo ocurríale, así que intentó indagar más y al no obtener nada, con un gesto dio orden de que Edevane lo intentara, con mejores resultados desviando la atención hacia un tema que a ella le agradaba: el parque. Hizo un comentario sobre las decoraciones que estaban preparando para el festival, luego, sobre los comederos para las aves que el Regente pensaba mandar a construir.
—Es una buena idea, parece. La otra mañana parecía que había una multitud de aves en el parque.
—¿Otra mañana? No recuerdo haber salido nunca en su compañía sino por la tarde, a no ser que se refiera a la mañana en que la conocí. Me temo que no recuerdo de qué humor estaban las aves ese día.
—No, me refiero al día en que liberamos el ave herida.
—¿Ave herida? —inquirió el General, confuso y molesto—. Anyaskiev, ¿has vuelto a traer animales a la casa sin mi consentimiento?
—No, General. El señor Fostter cuidó del ave como habíamos acordado, y la última vez que estuvo a comer conmigo me dijo que podía ser puesta en libertad. Así que eso hicimos, y ese día había tantas aves que casi nos cagan encima.
—¡Anya!
La sorpresa de Edevane al escuchar esa palabra salir de su boca fue tanta que salpicó su traje con la copa de oporto. El General se encrespó cual papagayo ante una amenaza y Ange no pudo sino acompañar a los otros asistentes en un intento por controlar la risa. Así era Anya en verdad.
Pasada la comida, la joven se retiró a sus estancias, exhausta. Tanto el General como Edevane la dispensaron y se despidieron de ella con solemnidad, deseándole sueños reparadores. Ambos hombres se quedaron en el estudio para conversar.