Donde termina la vida

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO TRECE:

El mosepo de Anyaskiev, el Festival de Otoño y la despedida del General con un encargo para Edevane

 

Sendos barruntos le recorrieron la mañana en que recibió la carta, y cuando la tuvo en sus manos frías supo a qué se debía. Las aves habían dejado de cantar para ella.

Con denuedo desmedido, Anyaskiev enfrentó al General exigiendo una investigación sobre el nuevo paradero del señor Fostter y el motivo de su transferencia, pero al no obtener una respuesta positiva, recurrió a los artificios emocionales que toda hija puede usar en influencia con su padre, pero éste se mostró igual de reacio.

El General, en cambio, le reprochó el mantenerle oculto a su saber el que mantenía contacto con Fostter y el haberlo recibido en su casa sin su consentimiento; ella replicó con una sin importancia de ésta previa aprobación ya que había sido él mismo quien había presentádole. Ante ésta discusión que se tornaba bellaca, el General no tuvo más que decirle la verdad: Fostter no fue nunca quien se suponía debía conocer, sino, su socio. No le pudo importar menos.

Haciendo acopio de toda la fuerza autoritaria que poseía, el General le prohibió recibir más visitas que la de Edevane, y salir de no ser con él y Ange a su vez. Y en cuanto se hubiera marchado él al deber, estas reglas debían seguirse al pie de la orden ya que el mismo Edevane le daría parte de cuanto aconteciese en la casa y con lo referente a ella. Anyaskiev se sintió traicionada, más dolida y sola que nunca mientras corría escaleras arriba, hacia su galería, donde pasó llave a las dos puertas, cerró las cortinas y se echó al pie de un caballete para llorar.

Había hecho un amigo, y las circunstancias se lo arrebataban con dureza.

Como protesta, se rehusó a comer como era debido y reducía sus dosis de proteínas frente al General, le hablaba poco o nada, no le miraba y los días que siguieron a ésta discusión, se ausentó por las mañanas para evitarlo, alegando afección. 

Cuando Edevane llegó de visita el día del Festival, un día antes de la partida del General, esperaba ver animo alegre en Anya, encontrarla prendida de la ventana viendo las multitudes y los preparativos, los vistosos colores y detalles desde alguna de sus ventanas. Lo que encontró fue a una Anyaskiev resentida con él, entregándole esas miradas rencorosas que le entregó la primera mañana que desayunaron juntos; sus pestañas parecían más gruesas que de usanza debido a las gotas de llanto que constantemente le humedecían, pero esto enmarcaba más la belleza de sus castaños ojos.

No quiso recibirle, se encerró en la segunda planta, en la galería privada y de allí no salió hasta que Edevane húbose ido. El General y él ayuntaron en la casa, charlando como aliados sobre la preocupante situación de Anya, y cómo habían retrocedido pasos de gigante en cuanto a la relación, temió que no pudiera ya recuperar su buen visto.

El General le aseguró que dejaría todo estipulado para que esto surgiera con facilidad: Solicitaría almuerzos fuera de la oficina para Edevane y que pudiese ir a comer con ella a la Casa de Té, dejaría órdenes de llevarla a algún concierto de la orquesta de la ciudad, y le amenazaría con hacerlo, sino, recibiría un castigo por desobediencia. Ante esto, Edevane no tuvo más que rogar no hacerlo, ya que el rigor debía ser lo menos adecuado en esos momentos, en cambio, pidió a él todo detalle de cuanto gustaba a Anya, sus preferencias en música y literatura, pasatiempos, todo lo que ella no le decía sobre sí misma.

El General, ingenuo como para ver que si su hija no confiaba en un hombre como para hacerle confidencias en cuanto a sus gustos, soltó una verborrea sobre todo en cuando a lo mencionado: No escucha música si no es de instrumentos de cuerda, de preferencia, no le gusta la voz humana; le gustan las fotografías de naturaleza, más no es aficionada a la literatura; y, lo que más tuvo que guardar en secreto, su pasión por la pintura. ¡Lotería!, Edevane estaba de regreso en la carrera.

Anyaskiev se sentó a ver el Festival pasar con la emoción con que se veía la pintura secarse. Ange, al verla decaída y silenciosa, llorando de cuándo en cuándo, intentó animarla con una propuesta: pintar el Festival.

Se plantó el caballete frente a la ventana del salón de música, con miras hacia la calle Washington a su izquierda y Rosemay a la derecha, hizo el esbozo, tomó una imagen mental y comenzó a retratar todo aquello: La música parecía brotar del cuadro, la alegría transmitía calor en su paleta naranja y amarillo, disfrutó añadiendo entre la multitud a sus conocidos: la señorita Agramunt fue impresa con sus aires de burguesa francesa en una de las caravanas, el señor Convertry con su bigote de medio lado mientras cargaba con una bolsa de naranjas en la calle, la señora Marshall apareció entre los pelotones del regimiento, vestida de hombre, el asistente de la Casa de Té que siempre les recibía, los celadores y dos de los asistentes de la casa; luego, buscó el sitio de Fostter, pero no pudo encontrarlo. El General y Edevane fueron vetados de la pintura como castigo, y ella y Ange aparecían caminando por la calle Washington con una pajarera de madera y sonrisas alegres.




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