CAPÍTULO QUINCE:
Una relación tierna e indiferente en el mundo de Edevane
Las flores de papel poco a poco se convirtieron en eso, sencillas flores de papel. Perdieron su pigmentación y algunas se volvieron completamente blancas, otras perdieron su rigidez y se deshicieron los nudos que les daban forma de la misma forma en que ella se fue acostumbrando a su ausencia. El señor Fostter pasó a ser un retrato más en la colección de su vida.
Con Edevane se sentía menos sola, menos olvidada y algo acompañada, al menos lo veía y le escuchaba a diario, aunque ella misma no era vista y se sentía incomprendida cada vez que expresaba sus pensamientos. ¿Cómo pudo entonces aceptar el noviazgo de un hombre que no la veía de verdad?
Podría ser juzgada con dureza por aceptar una relación solo por el miedo a estar sola, pero cuando se está tan sola como ella, se hace cualquier cosa por intentar mitigar ese vacío; principalmente cuando se tiene medio corazón arrancado y un cuerpo que fallecía a diario un poco más.
No era tan mala circunstancia aquella que le ocasionaba algo de melancolía, ya que había poca probabilidad de que se mudase otra vez y tuviera la oportunidad de volver a comenzar; algo en su espíritu advertíale que no le quedaba mucho tiempo.
Un buen día, aprendió a besar. Otro día caminaron tomados de la mano, luego, ella conocía a sus amigos personales y al final, a unos padres tan idénticos a él como lo serían las gotas del mar con las de un lago. Afabilidad, ternura y candor la primera cita, luego un poco más de formalidad, confianza y sobriedad; al cabo de dos meses, se convirtieron en fríos y engañosos. ¿A dónde quedó lo primero?
Todo había cambiado, y las flores de papel se marchitaron.
La Casa de Té era el centro de las reuniones de Edevane y sus íntimos, éstos soltaban una arenga desaforada sobre la sociedad y los eventos que les orbitaban, ella se sentaba a escuchar y sonreír cuando era oportuno, pero un buen día no pudo hacerlo más, y pidió ser excusada para visitar el tocador. Solo de ésta forma Edevane fijó su atención en ella, para darle el visto bueno.
Las gentes hablaban en su entorno cuando circulaba entre las mesas de comensales, ella lo sentía, lo veía al asomarse sobre su hombro. Al llegar al elegante pasillo de la Casa, se le presentó una oportunidad inconfundible: Entrar en el Salón de Posada por vez primera. Los cristales de las puertas no le permitían ver el interior, pero los ecos de risas y música parecía emerger de allí como un brebaje dulce.
—¿Entrará la señora? —interrumpió sus pensamientos el asistente, el mismo que había pintado en su obra. No hubo tiempo de respuesta puesto que el mismo abría las puertas para ella, y un calor le ruborizó el rostro, así como la música vapuleaba su boca haciéndole sonreír.
Sus pies la guiaron al interior, notando, primero, que las personas comían juntas en comedores para ocho o quince personas, que había espacio al centro, ocupado por parejas en pleno jolgorio, y una pequeña banda entonaba la música que brillantemente se mantenía oculta en el salón.
Mucho más esplendor, mucho más sonido, más vida. Caminó tímida al medio de la pista de baile, intentando sobrevivir a aquella intempestiva celebración, un caballero la tomó de la mano de improvisto y la hizo girar hasta que salió del medio con una sonrisa brillante. Sin saber cómo, terminó sentada en una de las mesas, ocupada por ocho comensales que hablaban con animosidad.
—¿Qué desea ordenar la señorita? —inquirió de presto la amable asistente. Ella, titubeando, no supo que responder.
—Prueba el café con chocolate, y los panecillos con glaseado. Son la delicia de entre los postres, asumo que no estarás de humor para una comida ya que es algo tarde.
La sugerencia llegaba del otro lado de la mesa, donde un caballero se inclinó al ver su indecisión. Anyaskiev asintió y dejó sus manos sobre su regazo, esperando por su pedido. Aquello era hermoso, miraba la banda, las personas y se sintió dichosa por un momento.
—No eres de por aquí. —El caballero habló de nuevo y ésta vez sus acompañantes dieron aviso de a quien dedicaba sus atenciones. Anyaskiev le miró, él no dejaba de sonreír nunca y le compartía una animosidad como no había sentido en muchos meses.
—Thomas, un placer. —El hombre extendió su mano hacia ella, y con timidez pero de buen espíritu, la estrechó—. No me malinterpretes, no digo que no seas de éste sitio por tu aspecto, sino por tu reacción: Pareces como perdida al medio del océano, o como… Como una flor en el desierto, sí, eso suena mejor. En fin, aquí hay todos tipos de personas, mira allá, aquellos caballeros son grandes inversionistas en valores inmóviles, finas ropas y sus acompañantes, amigos del vecindario, asistentes de cocinas y militares por la otra esquina; aquí viene todo el mundo.
—Todo el mundo no —terció uno a su lado, un tanto ancho y fuerte, pero gentil y cándido al hablar—, solo las mejores personas de la ciudad. —Se acercó a susurrar—. Pero solo a éste salón, no hay que incluir a nuestros vecinos.