CAPÍTULO VEINTISIETE:
En donde se habla de Emily Morris y su relación con los Collingwood
Sin poder hacer más que especular sobre la posible enfermedad de la paciente, la asistente médica pediátrica Emily Morris, y el señor Thomas, esperaron a que el médico de cabecera de Anya llegara, y cuándo éste hizo su respectivo análisis y resolución, felicitó a la joven por su acertada acción y ofrecióle una tarjeta con su contacto, en caso de necesitar un laburo. Pero Emily no deseaba un empleo, era feliz en la casa de los Collingwood, y por Thomas, lo que quería era saber más de Anya.
—Apenado estoy de negarme a brindar esta información, mi contrato de confidencialidad me lo prohíbe expresamente, señores. Deben saber, que en cuanto la señorita Diveth despierte, debe reiniciar su tratamiento en nuevos horarios y dosis, ante cualquier complicación, deben informar a mi persona y trasladarla a un centro médico. En ésta ocasión, la Providencia estaba de nuestra parte.
—Comprendemos, doctor, en cualquier circunstancia, agradecemos su atención. Pase buena noche.
—Señor Thomas, señorita Morris, con su permiso.
Se retiró el doctor a charlar con Edevane en el zaguán de la sala, mientras los tres adultos de la casa, Chane, Thomas y Emily, intercambiaban comentarios sobre el hombro, brindando una despectiva mirada al joven Directivo. Emily resolvió subir con Nijaa, la hermana más pequeña, y cambiar las ropas de Anya y de la cama, que yacían empapadas con hierbajos y sudor.
Encontraron un camisón de holandas adecuado para ella, le acomodaron con un calentador bajo las piernas, ya que, de pronto, y como había advertido el doctor, su temperatura sufrió un bajo. Mientras terminaba de limpiar los rastros de hierbas de sus sienes, Emily contempló a la jovencita que si bien casi alcanzaba la adultez, en ese estado de ensueño y enfermedad, no aparentaba la mayoría de edad. Era hermosa, no podía negarlo, más que ella misma, aunque sus guapos ojos cenizos y labios carnosos daban un aire sensual a su rostro, aquellas facciones de la joven le sobrepasaban en sofisticación. Sintió algo de compasión y su pecho le indicó que aquella joven era una de las niñas más que debía cuidar y curar de heridas.
Nijaa se retiró a la casa grande, para colaborar con el señor George y Lucas en el cuidado de los niños que tan inquietos estaban. Habían presenciado el ataque inicial de Anya y la habían visto retorcerse en el suelo sin aliento, casi atragantándose la lengua y emblanqueciendo sus ojos, le contaron que la rápida acción de Thomas fue decisiva para evitar que se hiciese más daño al colocar una bandana en su boca.
Emily se retiró y cerró la puerta con intensión de bajar hacia la sala, cuando, aún en el balcón y fuera de la visión de los habitantes de la planta primera, escuchaba con interés la conversación que el Directivo Edevane y el señor Thomas sostenían en un pobre intento de mantenerla baja de tono.
—No quiero que se quede aquí, en su casa tiene todo lo que necesita.
—Aquí también lo tiene, Dmitri, ya ves que tenemos a Emily a nuestro servicio, Nijaa hace un buen trabajo y todos los demás nos preocupamos por ella también, aquí no estará sola. Solo será unos días mientras se recupera, está muy débil y…
—No piensas que te dejaré con ella, Collingwood.
—Y además —alzó la voz el señor Thomas—, el doctor lo prohibió, está muy débil y el clima es poco favorable.
—Conveniente para ti, ¿no? La tendrás en tu casa, en tus recámaras y a tu disposición.
—Deja de pensar en ti por un maldito segundo y date cuenta del daño que harías en ella si la llevas ahora, Dmitri. Tus malditos celos solo la lastiman.
—Y tú puedes cuidarla bien, ¿no? Como cuidaste a tu esposa.
Ante éste gesto, las mejillas del señor Thomas tornáronse rubicundas y aún desde la altura del balcón era visible esa vena que sobresalía de su sien derecha. Con dos zancadas estaba frente al Directivo, tomándolo de la solapas del traje y azotando sus espaldas contra una de las ventanas.
—Si vuelves a mencionar a mi esposa te juro que te mato, Dmitri.
Al liberarlo, el señor Thomas recobró algo la compostura, volviéndose hacia la chimenea que ardía en un costado de la sala. Edevane se ordenó las ropas, riendo con triunfo ante el logro de haber hecho perder la cordura a su rival, anunció que se retiraba unas horas para dar parte al General de los hechos recientes, pero que volvería por ella.
Emily sabía que no se la llevaría, Thomas no lo iba a permitir, él nunca dejaba a un débil desamparado. Luego de tres años trabajando para los Collingwood, la señorita Emily sabía descubrir en los gestos y miradas de Thomas cuándo estaba pórfido en hacer algo, aunque estuviera en contra de lo ortodoxo. Sabía por sus palabras y formas de hablar cuánto quería a los niños y a su padre, supo leer en sus facciones el desagrado, aunque oculto detrás de una sonrisa, y el enojo, aunque lo ocultada con seriedad.