Donde termina la vida

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

CAPÍTULO TREINTA Y CINCO:

Donde se da un adiós a Anya luego de dulces sueños

 

A la primera noche que Anya dormía en la casa de los Collingwood, en el anexo para ser más precisos, sus sueños fueron alterados por la sensación de ser observada. Sus ojos castaños, brillantes y felinos miraron hacia la obscuridad, pero no había nada allí, entonces, para acelerar su pulso, un gemido se escuchó hacer eco en las paredes del exterior.

Con extrañez, apartó los edredones, se echó la bata a los hombros del largo camisón de seda que marcada su cintura estrecha y el pezón de los pechos erguidos, y se cubrió los pies con las pantuflas. La perilla se giró bajo su mano y abrió una ranura en la puerta. Aquel gemido tenue se incrementó.

Fue un llamado, fue una alerta que la llevó a recorrer a obscuras el pasillo que conectaba con la casa, y luego a los pasillos de las habitaciones de los niños. Sus ojos parecían brillar en la obscuridad, como una pantera que no sufre de nictalopía. Sigilosa, encontró la puerta de donde se escapaban aquellos balidos, y abrió una ranura.

Un pequeño bulto en la cama, lloraba con intensidad pero conteniendo los lamentos, en sueños lo hacía. Se aproximó a la cama y se posó en un costado con suavidad, acercó sus manos a la frente perlada en trasudores de Arianna, y la acarició. La arrulló unos segundos y la niña se tranquilizó, cesando el llanto y aquellas caras y gestos de dolor onírico.

En una cama contigua, un par de ojitos achinados la observaban con atención, Lin Namgoong la estudiaba. Esa preciosa chinita de cabellos lacios bajó de la cama y se acercó a contemplar a su compañera de cuarto.

—Tiene una pesadilla —susurró Anya, pero la nena no respondió. Nunca nadie había escuchado hablar a Lin, excepto el señor Thomas. Y solo él conocía exactamente las condiciones en que la rescató del contrabando de niños en la región asiática. Pero aquella noche, la niña habló.

La joven, cansada, arropó a la pequeña Arianna en su cama, y subió a Lin a su litera, la cubrió y la besó en la sien. Se marchó en silencio hacia el anexo, pero cuando iba a cerrar la puerta, se dio cuenta de que era seguida por las dos niñas. Sonrió, conmovida por esas dos pequeñas sombras que la perseguían en la obscuridad, abrió la puerta y las recibió en su gran lecho, acomodándolas bajo los edredones.

Acurrucadas en sus hombros, Anya se recordó de su propia madre, y de sus hermanitos pequeños, esas pesadillas a media noche que los despertaba en la cabaña a todos, y esa tierna mujer los acunaba en sus pechos maternales al compás de unas deliciosas notas musicales. Su voz se encontró sin querer cantando esas notas, las nenas en sus brazos se acercaban a los brazos de Morfeo, fue cuando Lin habló, y dijo algo, pero lo dijo en chino, y de tal forma nadie pudo saber jamás qué fue; pero Anya, en ese lenguaje sin palabras que poseen todas las criaturas que son como ella, logró orquestar una respuesta física: la besó en la frente.

Al alba, el señor Thomas y los demás jóvenes cuidadores de la casa estaban angustiados, corriendo de aquí para allá, usando pantuflos, en ropa interior, en pijamas improvisadas, buscando a los niños. Cuando a Nijaa se le ocurrió la posibilidad ya estaban a punto de llamar a la guardia nacional, pero antes fueron al anexo, y allí, en la habitación de Anya, encontraron a los niños, envueltos y hechos nudos, con sábanas y edredones con formas de animales y flores, almohadas y peluches, piernas, brazos, ronquidos, babas y dulces sueños.

 

El doctor realizaba su auscultación, como parte de la cribación a su paciente, y ésta, tan colaboradora y gentil como siempre, se dejaba hacer. Presentes estuvieron ninguno, pero a las seis menos diez de la mañana, el señor Edevane llegó elegante y puntual a la cita, y esperó con paciencia en la sala de estar del anexo a que se llevara a cabo la evaluación.

Junto al erecto señor Edevane, llegó un colega y amigo íntimo, el señor Markism Zatséiv, de temple tan recto como el de su igual en vestimenta. El joven treintañero cobraba cambios súbitos en el color de sus claros ojos azules al estar expuesto a distintas iluminaciones, pero era el aspecto angelical de su rostro lo que más atrajo la atención de la señorita que les abrió las puertas del anexo e invitó a pasar.

De inmediato se hicieron conexiones de miradas y el corazón de la joven palpitó en una querella de emociones: desagrado por el joven Directivo, y gratas confusiones con la presencia del nuevo visitante. Avery Collingwood no supo esconder el rubicundo calor que le cubrió las mejillas al saberse observada con atención por aquel extraño. Se recompuso con orgullo y alzó la barbilla para invitarlos a pasar del zaguán.

Nijaa apareció minutos más tarde, ofreciendo, con voz trémula y gentil, café y tés, acompañados de bocadillos de trigo azucarados. Los caballeros, más por generosidad que por gusto, aceptaron una taza de café negro para comenzar el día, diciendo esto el elegante señor Edevane, apareció en lo alto del balcón, por el túnel que conecta con la casa grande, al señor Thomas en conjunción con su señor padre y el joven Chane Simo.




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