CAPÍTULO TREINTA Y SIETE:
Lo que ocurre entre el señor Thomas y Anyaskiev
Anya estaba lista en la estancia, pero no deseaba despedirse de los niños. Les rompería el corazón. Al abrir la puerta sabía que todos esperaban en la sala, acomodados en los pocos divanes y el reducido espacio, los jóvenes de abolengo los más incómodos de todos.
El joven Marks era el único que no sabía qué ocurría en todo eso, lo único que sabía es que su amigo quería a la joven Anyaskiev, y no lo culpaba, era una belleza inusual, lo demás lo supo por deducción luego de estudiar los comportamientos ajenos: Al mencionado Thomas le atraía Anya, éste era amigo del foráneo pelinegro, que también veía con buenos ojos a la joven, y Anya los veía con gratitud igual a los tres. Un embrollo al que él llegaba algo tarde y no sabía qué tanto se inmiscuiría.
El señor Edevane bajó las escaleras para continuar esperando a su lado, al umbral del zaguán, sin mucho ánimo de mezclarse con el embrollo de niños y personal. Comenzaba a elevarse la temperatura en la sala y el anexo entero.
Nadie en la sala se dio cuenta cuando Anya abría la puerta de su habitación asignada y cargaba con su maletín hasta las escaleras, ni siquiera Jaldes, el galgo, dióse cuenta de su presencia. Fue como si una voluntad superior la hiciese invisible el suficiente tiempo como para sentir el hilo que la halaba hacia el túnel que daba a la casa; el hilo la hizo girar y seguir la cola de una mariposa monarca que la llamaba.
Cruzó el túnel luego de dejar el maletín en el suelo, y siguió la mariposa con pasos rápidos y cortos, ansiosa de alcanzarla, ansiosa de llegar al punto de donde el hilo de la vida tiraba de ella. Cuando menos pudo preverlo se detuvo en una puerta que a simple vista parecía común, y lo era con certeza: roble fino y cerradura de acero inoxidable. La mariposa estaba posada en el pequeño llavín, cuando Anya acercó su mano ésta se elevó y descansó en su cabello ondulado. En ese momento, otros dedos, otra mano invisible se posaba sobre la suya, y abrieron las dos la puerta.
Asombrada por el suceso, Anya sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Acarició sus manos unas con otras para apartar la sensación de estar siendo tocada de nuevo por esa mano invisible. La puerta se deslizó como si un par de dedos la hubiesen empujado con suavidad, y las escaleras que ascendían al ático aparecieron: iluminadas por varias linternas, limpias y de buena madera. La mariposa se separó de ella comenzó a subir.
Las botas de Anya la siguieron a prisa, pero en cada paso, su bota se hundía en el lodo del huerto y el aguacero le empapaba los vestidos, Anya corría a su cabaña, donde su madre la esperaba con una sábana para secarla y refugiarla de la lluvia que no paraba su caída. Llegó al ático, pero Anya apenas y se recuperaba de la ilusión de regresar a su madre, corta de respiración y de energía emocional, contempló con admiración el museo al que entraba. Y es que el ático había sido remodelado de tal forma que el aire allí mantenía cierta humedad y temperatura, los objetos estaban protegidos por cajas de cristal alrededor, luces tenues en la mayoría de las secciones, hasta el final, donde el techo lograba ser más alto y la iluminación aumentaba.
En la parte más alta de la pared, había un retrato pintado a mano, parecía antiguo, quizá cien años atrás aún habían gran cantidad de artistas en la región americana y británica, de esa época dotaban las ropas de los protagonistas y sus peinados. Era una mujer hermosa de aires europeos, un rostro agradable y porte elegante, a su lado un joven atractivo de cabellos castaños ondulados, ojos esmeralda brillantes por la alegría de cargar en sus brazos a un bebé de no más de seis meses de edad; el hombre se asemejaba en mucho al señor Thomas. Pensó Anya que quizá sería el padre del señor Colingwood, de allí el gran parecido.
La mariposa revoloteo en su nariz, atrayéndola de nuevo, y la siguió la vista hacia una de las más pequeñas cajas de cristal que custodiaba un atrio, y éste sostenía a su vez una pieza extraña. Algo que Anya no había aprendido por completo aún con las muchas institutrices que el General pagó para instruirla en las prácticas modernas, fue la prudencia; así que levantó la caja de cristal que protegía al objeto, y lo tomó.
No cubría, quizá, más que la palma de su mano, con dos figuras cilíndricas a los lados y pequeñas piezas de colores formando un rectángulo a su alrededor. Luego de moverlo, Anya supo que cada pieza de movía de forma vertical y horizontal, y que al hacerlo se podían generar patrones de tonos distintos. ¿Cuáles eran los más fríos? ¿Los más cálidos? ¿Según qué escalas debían organizarse? Ella no tenía idea de nada, pero sus manos buscaron los colores que sus ojos iban localizando y los movía hasta que formaran una de las líneas rectangulares, continuó con la segunda línea y la tercera, fue cuando el patrón comenzaba a marcar una tendencia a los colores fríos. Con la cuarta y quinta fue más difícil, los movimientos eran más limitados aunque las opciones comenzaban a reducirse. La mariposa se posó en su hombro. La sexta y séptima línea se completaron aina a sí mismas, entonces, un sonido de resorte provino de la caja, y ésta se sacudió un instante. La presión en el interior cambió y una de las partes cilíndricas salió disparada de la caja.