Donde termina la vida

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO:

Cuando Edevane se propone inmiscuirse en la vida de Anya, de nuevo

 

Se supo lo que ocurrió en el restringido ático de la casa, y el señor Edevane perdió cualquier rastro de diplomacia. En cuando vio al señor Thomas adentrarse en la sala de estar una vez más se abalanzó sobre él con un puño alzado al aire que vapuló en el mentón del inglés, el joven Marks intervino e inmovilizó a su amigo y sirvió de escudo para evitar que se acercara. Cumpliendo la misma función pero con Collingwood, el señor Fostter intervenía.

—¡La tocaste, cabrón, te lo advertí! —amenazó, señalándole con el dedo índice—. ¿Para eso la quieres contigo, eh? ¿Para maltratarla de esa forma? ¡Aún no te das cuenta que no puedes cuidar de ella!

—No sabes lo que pasó en verdad…

—Ella me lo contó todo: la azotaste contra una repisa. Yo mismo vi las marcas de tus manos en sus brazos. ¡Déjame, Marks! —gruñó a su amigo, pero éste, imperturbable ante sus gestos le instó serenarse y arreglar la situación de una vez: se hacía tarde para irse a la oficina y su presencia era necesaria.

—Sí, la sujeté con fuerza, y deseo disculparme de corazón con ella, déjame pasar. Nunca la he golpeado, Dmitri, sabes que no haría algo así —repuso el señor Thomas, magreándose la quijada donde había recibido el golpe con tanta dignidad.

—No te dejaré acercarte a ella nunca más, levantaré una orden de restricción en tu contra, Collingwood. Si te acercas a…

—Por favor, Dmitri, no hagas algo así, escucha….

—Si te acerca a ella o a mi a más de quinientos metros eres hombre muerto, ¿escuchas, Collingwood?

—Dmitri, por favor… —rogó el señor Thomas, intentando explicar lo que había notado en los quejidos de Anya contra su cuello y en su forma de reaccionar a las situaciones de estrés como la anterior, algo que podría ser grave—. Solo escúchame…

—No tengo nada que escuchar, me voy con ella.

—Ella no nos está diciendo toda la verdad, Dmitri, ella está en peligro, el doctor y el General lo saben, y solo te están usando para guardar el secreto y cuidarla hasta que…

—¡Cállate! —interrumpió la dolorosa verdad que estaba por brotar de los labios del señor Thomas. Pasó por sobre su amigo y tomó de las solapas del gabán al señor Thomas hasta estrellarlo contra la pared del vestíbulo, intercambiaron un par de golpes que atrajeron la atención del Chane y el señor Collingwood, al mismo tiempo que la señorita Emily Morris y su hermano atravesaban la entrada del anexo.

El joven Simo logró separarlos, su fuerza era superior a la de ambos. El señor Collingwood exigió orden y disciplina en su casa, Emily se acercó para sujetar a su adorado Thomas y comprobar que sus heridas eran superfluas. En ese momento, Anya salió de su habitación, seguida de Nijaa y Avery que la ayudaron a vestirse de nuevo, ésta vez con más abrigo; cargaba una de éstas el maletín con las ropas.

—Anya, por favor, perdóname, déjame hablar contigo…

Pero ella pasó por su lado con indiferencia y los bellos ojos moteados cristalizados por las lágrimas. En el zaguán, Edevane se acomodó el abrigo, extendió el paraguas y comprobó que el clima fuera propicio para viajar en vehículo; Marks ayudó a Anya a llegar al vehículo que los esperaba, entonces Edevane aprovechó para girarse con triunfo hacia Fostter y Thomas.

—Recuérdalo, Collingwood, quinientos metros.

Parecía que todo sería más fácil de ahora en adelante, ya que sus deseos eran correspondidos por ella misma sin haber tenido que hacer nada: Thomas había enterrado la imagen que tenía de él mismo frente a ella. Fostter, por inercia, no era un peligro mayor, y los niños no estarían expuestos a roces con ella ni ninguno de los restantes miembros de la familia Collingwood.

La acompañó a su antigua habitación en la casa de la avenida Lions, la calefacción estaba a gusto y justo a tiempo de su llegada, como él lo había solicitado. Marks esperó en la exquisita sala de estar y esculcó con curiosidad en las paredes y estantes, pasillos y vertiginosos corredores. Le parecía una casa curiosa, pero perfecta: el estudio conectaba con el comedor, el comedor con la escalera y la escalera al zaguán de entrada. Perfectas líneas de salida.

Ange la recibió con un abrazo cálido y la ayudó a removerse las botas mientras el señor Edevane depositaba el pequeño maletín en el lecho. Pidió a la asistente dejarlos solos unos minutos.

—Querida Anya, ¿estás segura de que es lo que deseas?

—Solo déjame sola —pidió, y se abrazó a sí misma, puesto que comenzaba a sentir dolor en sus piernas. Edevane intentó un acercamiento más, pero fue rechazado de nuevo.

Se marchó con el orgullo herido y rebosante al mismo tiempo. En el vehículo en compañía de su fiel amigo, se mostró como de verdad se sentía.




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