CAPÍTULO CUARENTA Y UNO:
Cuando conocemos el pronóstico médico de Anyaskiev y lo que el señor Edevane decide ocultar de ella
El Centro Médico de la ciudad Puerto Xicahuatl es uno de los mejores de la región, allí la recibieron como paciente de preferencia dos días después de instalarse. El doctor de Anya encontrábase allí cuando la fecha de la cita llegó, y la guio con palabras de aliento y explicaciones sencillas del procedimiento. Habría dolor, no uno insoportable, pero sí lo habría más de lo normal. Debía ser valiente.
«Cuando estoy en un lugar que no me gusta, imagino que estoy en otro sitio mejor». Arianna volvía a estar presente en su día cuando los médicos ingresaron al quirófano y la colocaron en posición fetal, se preparaba para dejar a las personas y viajar al mundo de los fueguitos. Cuando el dolor se originó por sus caderas viajó como una estela hacia su tórax y de allí al resto de su cuerpo, con cada latido. En ese momento, en que ella y el dolor eran uno solo, Anya se sintió más viva que nunca.
Los rostros de los niños pasaron por su visión y se convirtieron en fueguitos que se alzaron hasta el cielo. La niña de su sueño volvió a aparecer en su visión, ésta vez tenía medio rostro marcado con cicatrices y un precioso aire angelical; la niña señaló el cielo y éste se abrió como una roca partiéndose en dos y Anya se sintió liviana. Voló y atravesó la grieta. El mar la esperaba al otro lado, y en una colina de tierno césped, el señor Fostter y Thomas miraban el anochecer; Anya sabía que estaban pensando en ella, lo sentía. Abrió sus ojos y descubrió que estaba en una de sus visiones.
Los exámenes terminaron, y Anya solicitó su hermana también fuera examinada por un médico como medida preventiva, porque pensaba que aunque ella moriría, Ange no lo haría tan pronto; el blondo Directivo protestó, pero ante la determinación de Anya no hubo que hacer al respecto. Al final del día, el señor Edevane la acompañó a la habitación del hotel donde se alojaron, Ange la ayudó a vestirse y luego, durmió.
—Permítame estar a solas con ella, Ange.
—Está dormida, señor.
Edevane la miró
—Limítate a obedecer las órdenes que para eso te pagan.
Ange se retiró y cerró la puerta detrás, con un repentino asco y falta de aire en su pecho, aquellas palabras le dolieron. A Edevane no le importó ofenderla, no le importaba nadie que no fuese Anya en ese momento: frágil y bella en el lecho, vestida con un camisón blanco, los senos marcados debajo de la fina tela.
Se acomodó a su lado y deslizó uno de sus dedos por los labios sonrosados de su amada Anya, fue deslizándose hasta llegar a su clavícula y luego, con tentación, recorrió el centro de su tórax, llegó al ombligo y continuó, deteniendo la palpación donde el pubis comenzaba. La deseaba, demasiado. Se acercó y la besó en los labios con un gesto de placer, como degustándole.
—Mi amada Anya, serás mía.
Se alejó de la estancia y fue a su habitación de hotel. Marks seguía de fiesta en el restaurant de la primera planta, después de todo eran sus vacaciones de invierno. El señor Edevane se dio una ducha fría y se sentó a la mesa de trabajo de su habitación, expandió unos documentos de la oficina y continuó trabajando, pero cerca de la media noche, el comunicador repiqueteó. Tenía una vídeollamada en el salón del hotel, él debía absorber el cargo si deseaba contestar. Bajó de inmediato.
Al ver al Directivo de Militancia de la ciudad de Los Cabos, el señor Edevane se estremeció, pero conservó la compostura y saludó a su superior. No fue necesario decirlo para que el señor Edevane entendiera a qué se debía tal llamada a tal hora. Dio un asentimiento y terminó la llamada, volvió a la recámara con tanto placer y gozo en su interior, que no consintió dormir hasta haber terminado sus pendientes, que no eran pocos.
A la mañana siguiente estaba fresco y renovado, Marks le comentó éste súbito cambio de humor, a lo que respondió con su aire donoso. Fue a ver a Anya luego de desayunar, la encontró recostada, aunque vestida y sonriente. Tomó una de sus frías manos entre las suyas y las llevó a sus labios.
—¿Cómo te sientes, mi querida Anya?
—Algo adolorida, y cansada. Bien, en general… ¡El General! ¡Soñé con el General! —exaltándose en la cama—. Soñé… Soñé que una mujer vestida de fuego se lo llevaba, hacia el horizonte del mar. Tengo miedo que algo le pase, Dmitri, tú dijiste que estaba en peligro. ¿Sigue siendo así? ¿Has tenido noticias de él? ¿Algún mensaje, un vídeo?
Su voz era de la de un ruego, la misma que usó con el doctor unos días antes cuando la examinó por última vez en la casa de los Collingwood. Anya no quería más tristezas, solo deseaba saber que el General regresaría a casa y estaría con ella una vez más, la abrazaría y la llamaría “hija”, como siempre hacía.