Dones de Guerra

Capítulo 4: Presas.

Lía y Bruno

Bruno, Lía y el pequeño Suertudo subieron al corcel, dispuestos a alejarse del lugar; los soldados asignados al área podrían estar en cualquier lado.

-¿En tu visión estaba Alek?- preguntó el joven, luego de que su amiga le contara el sueño que había tenido momentos antes.

-No tengo idea por qué, pero...- respondió preocupada- Creo que deberíamos ir por él-

El pelirrojo asintió y haló de las riendas del caballo para alejarse del peligro. Sin embargo, no contaba con el relinche del animal.

-¡Silencio!- susurró Bruno, pero era demasiado tarde, el sonido había llegado a oídos de quienes menos deseaban cerca.

-¡Oigan!- no muy lejos de ahí, uno de los soldados asignados divisó a la pareja -¿Qué hacen? ¡Vengan aquí e identifíquense!-

-Vamos... ¡Vamos!- le pidió Lía a su amigo, quien acató su orden de inmediato y no encontró otra ruta mejor que la de adentrarse en el bosque.

-¡Es una orden real! ¡Alto!- el militar entendió que no tenían intención de detenerse, así que corrió hacia sus compañeros- Dos personas se dirigieron en caballo al bosque, no quisieron identificarse-

Su compañero suspiró, lo que menos deseaban era resistencia que les impidiera cumplir su primera tarea formal.

-Avisemos a Franz, ¿dónde está?-

-Ustedes dos, vayan tras ellos, yo buscaré refuerzos con Franz-

Los soldados estuvieron de acuerdo e inmediatamente se dirigieron hacia el bosque en busca de los desertores.

Mientras tanto, Lía observaba hacia atrás con temor, esperando que nadie los siguiera.

-¡Tenemos que perderlos y salir del bosque!- exclamó el chico.

-¡Debemos ir por Alek!- le respondió.

-¡Te atraparán, Lía! ¡Está muy cercano al Fuerte, seguro hay más soldados ahí!-

Bruno tenía razón, ni siquiera había garantía de que ellos pudieran escapar. Volteó hacia atrás de nuevo, pero esta vez sus ojos le mostraron lo que tanto temía. Dos hombres armados los seguían a caballo y, a juzgar por la velocidad, la distancia entre ellos se acortaba.

-¡Nos siguen, Bruno!-

El chico volteó para ver a qué distancia se encontraban. Por más rápido que fuera, un simple caballo de pueblo no superaría a uno militar.

-Nos alcanzarán. Toma la daga de mi cinturón, yo usaré la espada. Tendremos que pelear-

Pelear contra militares sonaba descabellado, pero no había otra opción. Ambos acostumbraban practicar duelos de espada, pero nunca habían estado frente a un enfrentamiento real.

De repente, una flecha quedó clavada en un árbol junto al que pasaban.

-¡Ballestas!- gritó exaltada.

Una... dos... tres flechas fueron las que se dispararon hacia ellos, y la última cumplió su objetivo. El caballo frenó y se desplomó luego de recibir una flecha en su pata delantera; ambos cayeron violentamente al suelo. Un quejido se escuchó por parte del cachorro que Bruno cargaba en su espalda. Inevitablemente, el peso de su amo había caído sobre él.

Olvidando el dolor, los dos chicos se arrastraron rápidamente para esconderse detrás de un árbol.

-¿Estás bien?-

-Creo que mi pierna no lo está- respondió Lía. El dolor era punzante y no podía apoyarla- ¿Y tú?-

-Estoy bien- dijo mientras desenvainaba su espada- Quédate aquí, lo intentaré- La rubia asintió y tomó la daga de su amigo. Se negaban a entregarse tan fácilmente.

Los pasos de los jinetes se hacían cada vez más cercanos, hasta que los tuvieron frente a frente.

-¿Qué creen que están haciendo?- preguntó uno de ellos. Su casco no dejaba ver su rostro- ¿Tienen algo que ocultar? ¿Por qué huyen? ¡Tú, baja la espada!-

Después de unos segundos el pelirrojo tuvo que acceder al verse amenazado con la ballesta.

-¡Auxilio!- gritó la chica- ¡Me amenazó con matarme si no venía con él!-

Bruno la observó sorprendido, pero no dijo nada.

-Mi padre es Abiel Rose, ¡ayúdenme, estoy herida!-seguía gritando mientras comenzaba a derramar lágrimas.

Ambos soldados se vieron el uno al otro.

-¿La hija de los Rose?- preguntó en un susurró a su compañero.

-La prometida de Franz- respondió- Es ella- corrió hacia la chica mientras su compañero continuaba amenazando con la ballesta al pelirrojo.

Conforme le veía acercarse, Lía acomodaba la daga entre su vestido. Estaba asustada de lo que pensaba hacer, pero no le quedaba otra opción.

-¿Se encuentra bien?- le preguntó a la joven.

Ella asintió, sacando poco a poco el arma de su escondite. Sin embargo, justo cuando estaba dispuesta a utilizarla, escuchó a alguien más cabalgando hacia el lugar.

Otro soldado llegó a la escena. Bajó de su caballo y se acercó hacia sus compañeros, lo que hizo que Lía abandonara su idea de tomar el arma.

-¿Dónde está Franz?- preguntó el que sostenía la ballesta.

-Ya viene para acá- dijo el recién llegado.

Al escuchar la respuesta, el soldado le observó un par de segundos.

-¿Quién eres tú? ¿Estás en nuestro escuadrón?- preguntó de nuevo, al escuchar una voz que no pertenecía a nadie de su equipo.

El interrogado no respondió. En un movimiento rápido, le arrebató el arma y le propició un golpe lo suficientemente fuerte para hacerlo retroceder un par de pasos.

-¿Qué demon...?- no había terminado de articular las palabras cuando el filo de una espada atravesó el punto débil de su armadura.

El militar restante observaba confundido lo que pasaba. Tomó su espada y la dirigió en amenaza hacia el atacante, pero fue despojado de la misma en cuestión de segundos.

-¡Espera! ¡Espera! ¿Quién rayos eres?- gritó aterrado.

El misterioso joven lo derribó con un golpe tan fuerte que hizo volar su casco. El caído se trataba de Lugan.

Al reconocer su rostro, el soldado se abstuvo de acabar con él.

-¿Teo?- preguntó sorprendido. Al estar más cercano pudo reconocer que su atacante era su mismo compañero. El susodicho también quitó su casco para revelarse ante sus amigos.



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En el texto hay: romance, accion, fantasia medieval

Editado: 20.03.2023

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