Dones de Guerra

Capítulo 10: El Llano.

El ambiente entre los presentes aún era tenso; las miradas de disgusto y desconfianza se hacían notar entre humanos e híbridos. Las palabras de Irene parecían haber funcionado en el líder de los centauros que, a pesar de su rechazo a los desertores, creía firmemente en sus principios, y uno de ellos era respetar todo aquello que proviniera del gran Elroth. Sin embargo, el descontento era evidente en su rostro y en su andar.

 

El camino fuera del bosque se convirtió poco a poco en una subida cada vez más empinada. El grupo intentaba mantener el ritmo de sus captores, pero después de unos minutos se había tornado en una tarea sumamente difícil para Teo y Bruno al tener que cargar con un inconsciente Lugan.

 

Momentos antes, Irene se había ocupado de la herida del joven, al igual que lo  hizo con Lía, pero debido a la gravedad de la misma el proceso de curación fue mucho más pesado, tanto para la poseedora como para el soldado. En palabras de ella, unos minutos más y el chico no la habría contado.

 

Lía notó que la anciana estaba haciendo un enorme esfuerzo por seguir adelante y, aunque su estado físico tampoco era el mejor, le ofreció apoyo con su brazo libre. En el otro ya tenía una carga: el pequeño lobo.

 

—Dios… Nunca había cargado con alguien tanto tiempo—se quejó Bruno entre su cansancio. Su boca expulsaba vapor a causa del frío clima de la madrugada.

 

Teo tan sólo le dirigió una mirada cargada de ironía, su amigo hablaba como si no fuese su responsabilidad el hecho de que Lugan estuviera presente.

 

—Disculpe… Señor…—el pelirrojo tomó valor y se dirigió hacia uno de los centauros que caminaba a su lado— ¿No sería más fácil si ustedes fueran tan amables de llevarnos?—

 

Tanto el cuestionado como su manada frenaron el paso al escuchar la pregunta. Irene también se detuvo en seco, no podía creer lo que había salido de la boca del chico.

 

—¿Di-dije algo malo?—preguntó nervioso.

 

—¿Llevarlos?—preguntó indignado—¿Crees que somos tus burros de carga?—

 

—Para nada señor… Mis disculpas, no fue mi intención…—

 

—El niño no quiso ofender, él no lo sabe—interrumpió la anciana en un intento por calmar la situación.

 

—¿Crees que somos esclavos a tu deposición?—volvió a preguntar.

 

—Tan sólo hizo una pregunta—Lía se unió a la defensa de su amigo—Sólo fue una idea, estamos exhaustos, no han querido decirnos a dónde vamos ni cuanto falta—

 

—No necesitan saberlo, de cualquier forma no tienen otra opción más que ir—le interrumpió el líder Kirius—Y basta de impertinencias, niña, les estamos haciendo un favor—concluyó para luego darse la vuelta y seguir caminando; los demás le siguieron.

 

El pelirrojo entendía que su pregunta no había sido del todo prudente, pero tampoco creía que ameritara tal reacción.

 

—Jamás le pidas eso a un centauro—Bruno se sobresaltó. La voz de Irene resonaba en su cabeza como un eco—Les trae malos recuerdos de sus días de esclavitud—

 

—Señora Irene, ¿podría avisarme antes de hacer eso, por favor?—Era la primera vez que vivía en carne propia la comunicación telepática de un poseedor sabio.

 

—Basta—Kirius no soportaba más los murmullos—No quiero escuchar más—dijo amenazante mientras tomaba el mango de la espada que cargaba en su cinturón junto a un cuerno y otros amuletos.

 

Como una desobediencia inmediata a su orden, el chico que antes se hallaba inconsciente comenzó a abrir los ojos lentamente. Con un poco de esfuerzo levantó su cabeza para ver a su alrededor y el grito no se hizo esperar.

 

—Dios, ahora no…—dijo para sí Teo.

 

—¡AAAAAHH! —Lugan cayó en cuenta de que todo lo anterior no había sido un sueño. Realmente se hallaba al otro lado custodiado por criaturas que nunca había visto.

 

Kirius cerró los ojos y frunció el ceño. Los humanos del otro lado eran más insoportables de lo que creía.

 

—Esperen…—dijo Lugan, olvidando por un momento la presencia de los centauros—Me dispararon… Mi herida…—llevó sus manos a su abdomen en busca de la flecha que lo había atravesado. La malla de la armadura estaba dañada y teñida de rojo, pero no había más señales de dolor. —¿Qu-qué es esto? ¿Qué ocurrió?—

 

—Sucede, mi amigo, que la señora Irene te salvó la vida por segunda vez en la noche—explicó Bruno haciendo énfasis en el número con sus dedos—¡Por fin! Ya no tendremos que cargar contigo—



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En el texto hay: romance, accion, fantasia medieval

Editado: 20.03.2023

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