Dones de Guerra

Capítulo 15: Canto de Agua

En un lugar donde reinaba la blancura y la paz, ahí, en el suelo, con la mayor parte del rostro cubierto por su cabello, yacía la joven Lía. Sus ojos aún se encontraban cerrados, pero el movimiento de sus párpados eran claro indicio de que la paz no predominaba en su mente.  

Finalmente los abrió, pero no a la realidad.  

Tan pronto como recuperó la conciencia se dispuso a ponerse de pie, cosa que logró con algo de dificultad. La parte baja de su cuerpo era apenas visible a causa del vapor que emanaba del suelo.  

Observó a su alrededor, confundida, con sólo una pregunta en la cabeza: ¿En dónde estaba? Por un momento creyó que la falta de oxígeno en el incendio había tenido un efecto fatal en su cuerpo.  

Sin embargo, sus pensamientos quedaron en silencio cuando sus ojos divisaron una figura a unos cuantos pasos. Poco a poco se hacía más clara, y después de unos momentos estuvo segura de lo que era.  

Se trataba de un frondoso árbol de gran tamaño y numerosas ramas, cubierto en lo que parecía ser un delicado manto blanco.  

Lía avanzó lentamente hacia el objeto, curiosa. Su visión pronto se hizo más clara, distinguiendo ahora los cientos de flores blancas que adornaban el árbol desde su copa hasta la punta de sus ramas. 

Se detuvo un momento para admirar su belleza; parecía emitir un aire místico, tanto por el color de las flores como por las pequeñas luces que parecían danzar alrededor del tronco. 

Justo cuando su vista se dirigía hacia arriba, una de las blancas flores cayó delicadamente de la copa. Lía extendió ambas manos y pronto los cuatro pétalos que conformaban la flor descansaron en sus dedos. 

Fue entonces cuando la blancura que reinaba frente a ella desapareció. Una columna de fuego se elevó desde el suelo, desvaneciendo el pacífico panorama y convirtiéndolo en un escenario donde las llamas parecían danzar a voluntad propia. 

Una aterrada Lía observó como el fuego se aproximaba a ella y se apoderaba totalmente de su cuerpo. De repente, todo fue oscuridad. 

—¡Lía! ¡Despierta!—

La voz que por un momento fue lejana la regresó a su consciencia. 

¡Lía! la voz de Bruno era una combinación de grito y susurro. 

Un segundo había pasado desde que Lía había abierto los ojos y la mano de Bruno ya se encontraba en su boca evitando que articulara algún sonido en su despertar. Pronto la retiró para ordenarle silencio con un gesto. 

La rubia observó a su alrededor, empezando a ser consciente de la situación. Ambos se encontraban en la orilla de lo que parecía ser un lago, con la mayor parte del cuerpo bajo el agua. 

Bruno había logrado arrastrar a la chica junto con él hasta ese lugar, aprovechando la vegetación de la orilla para ocultarse. Apuntó en dirección de la amenaza que se acercaba a ellos para alertar a Lía, quien intentaba ver a su alrededor de la forma más discreta posible. 

Pronto el sonido de los caballos y el hierro chocante llegaron a oídos de ambos, anunciando la llegada del escuadrón del Ejército. Ambos se sumergieron hasta que sólo una parte de su rostro fue visible, esperando a que los soldados pasaran sin notar o escuchar su presencia. Estaban conscientes del agudo sentido del oído de los poseedores, por lo que permanecieron casi inmóviles. 

—¿Qué ocurre, Franz?—la voz de uno de los cabalgantes llegó a oídos de los dos chicos. Se había detenido extrañamente cerca de donde se encontraban escondidos. 

Franz parecía no haber escuchado el cuestionamiento. Había detenido su avance y tenía ahora su mirada fija en una pequeña figura cuya presencia interrumpía la armonía de verdes que reinaba en el bosque: un pequeño lobo blanco que se hallaba cerca de la orilla del lago. 

El animal se le hacía extrañamente familiar. Inmediatamente la ola de recuerdos del día anterior llegó de golpe, trayendo consigo imágenes de los cuatro jóvenes que habían escapado de su escuadrón antes de cruzar al otro lado. Una imagen distante en particular rondaba en su mente, la de un pequeño animal blanco cargado por el mejor amigo de Lía, Bruno Meier. 

—¿Algo que quiera compartir con nosotros, señor Heller?—el tono burlón y fastidioso que caracterizaba a Azrel logró que Franz reaccionara y dejara de lado sus pensamientos por un momento—¿Es que nunca había visto un lobo en su vida?—cuestionó al darse cuenta de lo que captaba la atención del joven en ese momento. 

Los ojos de Bruno se abrieron de par en par al escuchar las palabras de Azrel. Levantó su cabeza en la menor medida posible para divisar al pequeño Suertudo, al cual había dejado de lado en su prisa por llevar a una inconsciente Lía a su actual escondite. 

—Nada que contribuya a nuestra búsqueda—respondió fríamente Franz. Retiró rápidamente la vista del animal e intentó reanudar su paso para intentar disimular las ideas que se cruzaban en su mente. 

—Le rogamos mantener su mente ocupada en su deber, Heller—pronunció en un tono no tan amable como sus palabras—Estamos cerca del objetivo—agregó con la mirada puesta en la abundante columna de humo que se levantaba a la distancia. 

—¿Lo estamos?—susurró el otro poseedor a cargo, Yared, mientras observaba fijamente a Azrel. No era propio de él cuestionar las órdenes de sus superiores, y mucho menos una orden respaldada por el rey. Sin embargo, la situación le parecía absurda: habían sido enviados a buscar una aguja en un pajar, y el único que parecía conocer el camino a seguir era el no tan sociable Azrel, cuya explicación se reducía a que debían seguir “la señal”.

De mala gana, ambos reanudaron su avance junto a Azrel y el resto de los soldados. Bruno y Lía mantuvieron su cabeza baja, no se atrevieron a levantarla hasta que el ruido del cabalgar se hizo lo suficientemente lejano. 

Finalmente respiraron aliviados y se observaron el uno al otro.

—¿Estás herido?—preguntó su amiga mientras le examinaba con la mirada. 



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En el texto hay: romance, accion, fantasia medieval

Editado: 20.03.2023

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