Dones de Guerra

Capítulo 17: La primera flecha

En el suelo yacían aquellos que habían logrado escapar del calor abrasador dentro del bosque. La búsqueda de una salida no había sido fácil; todos habían perdido más de un compañero en el proceso. 

 

Las secuelas de las llamas eran visibles sobre la piel de todos, especialmente de los centauros que, debido a su tamaño, habían tenido más dificultad para evitar conectar con el fuego. 

 

Cefas se encontraba examinando el estado de sus ahora protegidos como le dictaba ahora la responsabilidad que le había encomendado su anterior y fallecido líder. La mayoría de ellos intentaba aliviar el dolor arrojando sobre sus heridas un poco del agua que corría en un pequeño riachuelo. Irene había intentado su mejor esfuerzo sobre aquellos heridos de más gravedad, pero se veía limitada por su también afectado estado físico y por el número de heridos en la manada. Sin embargo, confiaba en que su trabajo sería provisional mientras esperaban el apoyo que había sido solicitado por Cefas con el sonar del cuerno llanense. Considerando las circunstancias, movilizarse para llegar a Magbis debería esperar al menos por esa noche. Su mejor opción era confiar en que los llanenses al este hubiesen escuchado su llamado y trajeran con ellos refuerzos. 

 

Alejado del grupo de heridos se encontraba el joven Hamblak. Con la cabeza baja, mantenía su mirada fija en el movimiento del agua mientras su mente repasaba los últimos acontecimientos de las horas anteriores. Levantó el rostro con pesar y apretó la mandíbula al recordar el momento en que sus dos amigos habían desaparecido de su vista. Las imágenes eran apenas claras, pues fue un momento caótico donde el aire que respiraba no era lo suficientemente puro para mantenerse consciente, pero en su mente permanecía el último momento en que vio el cabello rubio de Lïa alejándose a la distancia. Se recriminó internamente por no ser capaz de seguirlos, pues ahora su mente le torturaba con la idea de si tendría que buscar a sus amigos o sus cadáveres. 

 

—¿Te molesta?—Teo volteó a ver a Lugan, quién estaba de pie detrás de él. El chico tenía intenciones de sentarse a su lado y refrescarse con el agua. No respondió a su pregunta, lo que Lugan tomó como una aprobación. Acto seguido colocó sus manos en la corriente y comenzó a beber del riachuelo con descuido. 

 

—¿Qué haces aquí?—la pregunta de Teo le tomó por sorpresa. 

 

—¿A qué te refieres? ¿No puedo beber?—Lugan levantó una ceja en señal de confusión. 

 

—No—respondió cortante—Hablo de qué haces aquí, con nosotros. ¿No te llamaste a tí mismo prisionero? ¿Por qué nos seguiste?—Teo recordó el momento en que Lugan había corrido a ayudarlos en su intento por salvar la vida de Kirius, cuando éste quedó bajo el tronco en llamas. 

Lugan guardó silencio por un par de segundos. 

 

—Yo… ¿a dónde se supone que vaya?—respondió con tristeza—¿Regresar a Daria? Aún si supiera el camino, me espera la muerte. Y aquí…—comentó mientras contemplaba a su alrededor—Desconozco todo esto, no elegí estar aquí—

 

Teo agachó la mirada. Con todo lo que había ocurrido, no había tenido la oportunidad de hablar con su ex camarada. Dentro del ejército, Lugan no era precisamente alguien con quien disfrutara pasar el tiempo, pero haberle hecho abandonar su hogar no era algo de lo que se sintiese orgulloso. Después de todo, al igual que él, tan sólo estaba cumpliendo su deber de proteger a los suyos. 

 

—¿Tienes familia? — le cuestionó manteniendo la mirada baja. La pregunta le tomó por sorpresa. 

 

—Algo parecido—dijo después de pensar un par de segundos mientras mojaba su cabello. 

 

—Lamento que todo terminara así—Teo no era bueno para las palabras y mucho menos para las disculpas, creía firmemente que el perdón sin acciones no tenía sentido, pero en este caso era todo lo que tenía para ofrecer. 

 

Lugan abrió los ojos extrañado, preguntándose si era al mismo Teo Hamblak al que tenía enfrente. 

 

—Yo también—le respondió resignado después de dar un suspiro. 

 

La corta charla dejó de tener importancia cuando el canto de un ave transformado en eco resonó en el ya oscurecido cielo, llamando por un momento la atención del reducido grupo conformado por humanos y centauros que descansaba en tierra. 

 

Irene elevó la mirada hacia el cielo, reconociendo el sonido que ahora parecía resonar entre los árboles. 

 

—Cefas—susurró luego de unos cuantos segundos. El centauro, al igual que ella, parecía buscar algo en el cielo. 

 

—Son ellos—respondió sin bajar la mirada. 

 

—¿Qué ocurre?—preguntó Teo al notar la conversación, pues ambos parecían muy interesados en lo que habían escuchado. Se acercó a ellos esperando una respuesta, pues todos alrededor parecían saber lo que ocurría, excepto él y Lugan.

 

Irene se giró hacia él con una expresión que ayudaría aliviar su inquietud. 

 

—El canto del grifo es inconfundible—respondió la anciana con una pequeña sonrisa—Lo enviaron a buscarnos

 

—¿Grifo?—preguntó Teo mientras la imagen de la criatura venía a su mente—¿Quién lo envió?—

 

—Fares—interrumpió la conversación Cefas—Los guiará a nosotros, escucharon nuestro llamado—dijo mientras ayudaba a otro centauro a ponerse de pie—Cumpliremos el último deseo de Kirius, pronto llegarán.

 

El silencio que había reinado durante los segundos posteriores al eco pronto se esfumó. Fue el trotar de un corcel el que volvió a alertar a los presentes de que alguien se aproximaba. 

 

Lugan fue el primero en divisar en un collado cercano la figura de la cual provenía tal ruido. 

 

—Teo…—susurró temeroso mientras señalaba con su brazo. 

 

El mencionado volteó hacia donde se lo pedía Lugan. Sus ojos se abrieron y, en un acto de reflejo, tomó a su compañero por la espalda al mismo tiempo que advertía a todos los presentes. 



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En el texto hay: romance, accion, fantasia medieval

Editado: 20.03.2023

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