Berlín, 15 de mayo de 1951.
Casa de Arthur Braun, Calle Gülzower, Kaulsdorf
2:32 a.m.
Tras varios minutos de espera, la puerta del dormitorio de un descompuesto Arthur se abrió. Salió arrastrando los pies, con una mano en la bata y con la otra frotándose los ojos. Parecía consternado y sudoroso, como si acabara de despertar de una pesadilla.
—¿Lena? ¿Qué pasó, todo bien? —dijo tratando de acomodarse el cabello despeinado con una mano.
—¿Por qué no salías? —reclamó, con los ojos saltones y la respiración aún agitada—. Un tipo se metió al apartamento e intentó matarme. Me defendí como pude, y escapó por la ventana.
Arthur pareció despertar de golpe, y corrió hacia el umbral de la sala de lectura, alarmado. Cruzaron el ambiente siguiendo el rastro de sangre que el intruso fue dejando caer en su huída, hasta llegar a la ventana abierta de par en par. Por ella entraba el aire frío de la madrugada. La luna estaba oculta tras las nubes y Berlín yacía oscura e inmóvil. Parecía una ciudad abandonada.
—Esta ventana da a un pasillo exterior que conduce a la escalera de incendios —dijo Arthur, asomando medio cuerpo por la ventana—. A estas alturas ya debe estar lejos, hay varias rutas de escape, entre los condominios, por el bosque...
—¿Cómo supo donde encontrarme? —se cuestionó Lena, dando vueltas en círculos y mordiéndose una uña.
Arthur se encogió de hombros, exageradamente, aunque tenía la mandíbula desencajada por la preocupación. Dejó escapar un profundo y dramático suspiro.
—Eso sólo significa que alguien sabe que estoy trabajando en el caso —continuó Lena, pisando tan fuerte que parecía que en cualquier momento la alfombra se desintegraría bajo sus pies—. Probablemente sea del Frente Supremacista Genético. Durante el estudio de las pruebas determiné que se trata de un grupo organizado, con gran cantidad de informantes. De ahí el seguimiento minucioso de las víctimas.
—Son peligrosos, tal vez debamos escoger algún escondite, esta casa ya no es segura —acotó Arthur, tomando asiento.
—Y lo dice el inspector Braun, toda una autoridad en Berlín...
—No bromeo. Si sabe que estás en el caso de forma extraoficial, es posible que a mi también me dejen fuera.
Lena no había pensado en ello, y sabía que si ambos quedaban fuera, no habría forma de seguir avanzando en la investigación. «Al menos ya han capturado a Fraser», pensó. Aunque si estaba tan bien conectado con Erich Gross, podría ser puesto en libertad.
—Eres consciente de lo que son capaces estos tipos —añadió Arthur—. Te quieren muerta, y si saben dónde te estás quedando, te mantendrán vigilada buscando el momento para deshacerse de ti.
—Entonces qué sugieres, ¿que regrese a mi hotel?
—Es una opción, pero podríamos también ofrecerte un refugio para informantes. Sin notificar, claro, para que no queden registros. En caso la gente de Gross esté involucrada y tenga acceso a topos en la policía.
Lena lo pensó, era su mejor opción por el momento, pero no era lo que ella haría normalmente. Siempre iba hacia adelante sin retroceder. Había tenido que afrontar muchas dificultades y nunca se había rendido.
—No voy a pasármela huyendo —dijo resuelta, golpeando la mesa—. Necesito acabar con ellos antes que ellos lo hagan conmigo. Apenas Fraser recupere la consciencia, necesito sacarle los nombres de la gente con los que estaba involucrado.
—Si quieres, puedo interrogarlo yo cuando lo lleven a la estación.
—No puedo esperar tanto, si llega a una celda, ya no podré acceder a él. Debo confrontarlo mientras esté en el hospital.
Arthur lo sopesó por un buen rato, rascándose el mentón con una mano. Parecía buscar alguna buena razón para darle la contraria a Lena, pero no la encontró.
—Está bien —cedió con tono condescendiente—. Iré por la mañana a analizar la clínica y buscaré la manera de distraer la vigilancia sin causar sospechas. ¿Terminaste de inspeccionar las pruebas? Porque debo llevarlas a la estación.
—Está bien, no creo que obtenga nada más —respondió cruzándose de brazos, la mirada fija en la ventana—. Lo que me interesa se lo sacaré a Fraser.
Arthur le cedió su dormitorio y fue a ordenar la sala de lectura para luego dormir en el sofá.
A Lena le costó dormir esa noche. No dejaba de revivir el forcejeo con ese hombre y sentía que los latidos se aceleraban sin control. Estaba a la defensiva, preparada para actuar si en cualquier momento la puerta se abriese de una patada.
Cuando por fin logró conciliar el sueño, la vívida imagen de una silueta negra observándola desde la ventana la hizo despertar. Se convenció de que era sólo una pesadilla. Dentro de unas horas tendría que confrontar a Magnus Fraser y quería dormir un poco para estar lo suficientemente lúcida.
Miró a su alrededor y el dormitorio parecía muy distinto al que había ocupado la noche anterior. Las cosas estaban movidas, como si Arthur hubiera cambiado de lugar algunas cosas. No supo identificar cuáles, pero terminó por atribuirlas a su imaginación. Después de todo, era la primera vez que era atacada por sorpresa en un lugar que hasta entonces consideraba seguro.
Sus ojos se posaron en la tenue sombra de un cajón a medio abrir sobre la cómoda, y sintió curiosidad. Al cabo de un rato, ya no podía con la necesidad de ir a revisar.
Al examinarlo, se topó tan solo con unas pocas pertenencias personales, y un libro sobre árboles. No se imaginaba a Arthur leyendo ese tipo de libros, y recordó la gran biblioteca con la que contaba. Entendió entonces que no lo conocía tan bien como creía, y pensó en la propuesta de formalizar una relación que le había hecho. Hasta entonces, habían sido buenos colegas de trabajo, y durante un tiempo tuvieron buena química, pero realmente no había llegado a conocerlo. Se sintió algo tonta por haber pensado en tener una relación con él, cuando no conocía cosas tan básicas como sus pasatiempos fuera del trabajo.
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Editado: 17.02.2025