Doppelgänger

Capítulo 1

ANNELIESE

 

El bolígrafo danzaba sobre el papel con cierta destreza. Anneliese se mordió el labio intentando mantener la mente alejada de cualquier cosa que estuviera escribiendo en esa libreta. Tomó aire y bajó la mirada.

Deseó hablar, pero su garganta no profirió ningún sonido.

El bolígrafo sobre el papel era uno de los pocos sonidos que escuchaba en ese sitio, claro, además del reloj de pared en forma de Psi que marcaba las 3:15 de la tarde.

Se rascó el hombro y se removió sobre la silla. Sintió que el trasero se le aplanaba sobre esa silla en espera a que él terminase de apuntar sus datos personales.

Anneliese había llegado tarde a la consulta, pero no porque no quisiera llegar, sino porque se entretuvo platicando con Miranda Pontmercy, una compañera de su curso en el Conservatorio, sobre la asignación del jueves de madame Moire, una de las mejores profesoras de música que había tenido el honor de conocer.

—Muy bien, Anna. Dime, ¿qué te trae hoy por aquí?

Su pregunta la agarró desprevenida.

«¿Cómo puedo decirle sin parecer que estoy demente, sobre mi problema de sueño?», pensó preocupada.

—Pues últimamente he tenido pesadillas y esto me está llegando a afectar mucho… —respondió desviando la mirada.

—¿En qué forma te está afectando tener esas pesadillas? —dijo él mirándola por sobre sus gafas.

—Ay…, pues, no descanso lo suficiente y no puedo concentrarme en mis clases, además siento que la falta de sueño me está haciendo ver cosas que no están ahí —confesó al fin.

«Solo espero que no piense que estoy loca o que diga que mi problema es cosa mía y no existe cura o peor, que decida no atenderme», sus pensamientos se volvían cada vez más catastróficos pues, ¿quién querría atender a una loca como ella?

—¿Qué tipo de cosas ves?

Ella se estremeció. Al fin sentía que alguien más la escuchaba que no fuera solo la pared de su habitación.

Aunque al final de cuentas solo era una entrevista inicial. Dudaba de que él se sintiera realmente interesado en su problema.

—Pues… no sé cómo explicarlo. No solo veo cosas, también escucho voces burlándose de mí o diciendo que nadie me quiere, que soy un estorbo. A veces veo lombrices en mi comida, pero al revisar el plato descubro que solo es espagueti con albóndigas.

—¿Y desde cuando comenzaste a tener estas alucinaciones?

—Creo que dos o tres… meses —dijo llevándose una mano a la barbilla—. ¡No! Le estoy mintiendo. Comenzó hace cuatro meses, después de que mi padre llegó a casa con su nueva esposa.

—Bien —dijo apuntando nuevamente en su cuaderno.

«Ya me voy imaginando lo que dice: Loca de atar», pensó mirando el bolígrafo moverse sobre el papel.

—Y cuéntame, ¿cómo has afrontado esto?

—No lo hago o eso pienso. Cuando siento que estoy comenzando a perder la cordura, uso esto —dijo buscando en el interior de su bolsillo un frasco con pastillas de menta.

—¿Qué es eso?

—Pastillas de menta. Siempre que estoy ansiosa como una, me ayuda a relajarme, además son muy ricas.

—¿Desde cuándo las usas?

La mirada del terapeuta no la dejaba ni un segundo tranquila. Como si intentara desvelar todos sus secretos con solo mirarla.

—No lo recuerdo. Papá dice que siempre lo he hecho, así que imagino que desde que era una niña.

Él asintió.

—Dime Anne, ¿has tomado terapia anteriormente?

No le fue necesario responder. Asintió y él continuó con su interrogatorio, que, al parecer no era para nada intimidante ni incómodo. Por el contrario, se sentía relajada.

—¿Y cómo fue tu experiencia? —preguntó relajado.

—Pues solo me hacían hablar y hablar, pero no me decían nada, era como si estuviera en una conversación con la pared.

—Y ahora, ¿cuáles serían tus expectativas? ¿qué quieres lograr en esta terapia?

Ella guardó silencio por unos momentos intentando encontrar la respuesta adecuada.

En realidad, ella no tenía idea de lo que quería lograr. Solo estaba ahí sentada en ese consultorio por petición de su padre, después de todo, él era la única persona que conocía se había preocupado por ella desde que las pesadillas regresaron.

—Solo quiero estar tranquila. —Fue su respuesta.

—¿Qué defines tú como «estar tranquila»?

Por un momento ella sintió que él tenía escrito en su libreta una guía, pero de alguna manera, también pensó que él le hacía las preguntas conforme ella respondía.

Aunque eso sí, su voz se mantenía tranquila, neutral. Sin prejuicios de los cuales sentirse inhibida al responder.

—Tranquila… —repitió tratando de responder de la manera más honesta de la que era capaz—, pues estar tranquila es no preocuparse o esperar ver alimañas en mi comida, o conciliar el sueño cada noche sin temor a despertar gritando en la madrugada.




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