Doppelgänger

Capítulo 3

ANNELIESE

 

Aún sentía su corazón latir violentamente.

Matthieu no significa nada para ella, de eso estaba segura. Solo se trataba de un compañero de clase, nada más, entonces, ¿por qué ahora estaba involucrado en esas visiones tan horribles?

Solo le bastó mirarlo a los ojos para comprender que poco a poco se estaba volviendo loca. Una visión de muerte lo rodeó. Fuego y sangre a su alrededor, su cabello despeinado y con la frente empapada en sudor.

¿Qué significaba?

Ya tenía suficiente con las pesadillas que la atormentaban cada noche como para encontrarle significado alguno a esos «delirios» como les llamó Jacques Guillaume.

Intentó tranquilizarse, puesto que no quería que su padre la viera en ese estado alterado. Un nudo se formó en la boca de su estómago y sintió un retortijón.

«¡Demonios! Nada más falta que me dé el correle que te alcanza», pensó.

Por lo menos ahora estaría un poco más tranquila, sin embargo, escuchar voces no es lo que desearía poder hacer. Incluso no se lo deseaba ni a su peor enemiga.

Intentó mantener sus pensamientos alejados de eso, pero, tan pronto como terminó su presentación, escuchó a las voces llamarla fracasada, que no merecía el lugar que consiguió gracias a su esfuerzo. Las voces, cínicas, se burlaban de ella, de su forma de ser.

Soltó el aire que retenía inconscientemente y siguió su camino a casa.

Con el estuche del violín negro de su madre a la mano, se mezcló entre los transeúntes que avanzaban, sumidos en su propia burbuja. Evitó mirarlos, pues si lo hacía, seguramente la atacarían y no podría defenderse en caso de que quisieran hacerle daño.

El camino a casa no se le hizo tan largo como solía serlo cada tarde saliendo de sus clases en el Conservatorio. Usualmente caminaba a pesar de la distancia, pues, de esa manera permanecía menos tiempo en casa.

Quizás conseguir un empleo de medio tiempo podría ayudarla a hacer tiempo y alejarse lo más posible de Olga Lavelle.

Sí, debería hacer algo.

Llegó a la rue Scribe, a su lado se alzaba grandiosa la ópera Garnier, lugar de leyendas y el escenario del mítico fantasma de la ópera, historia que hasta ahora ha tenido muchas adaptaciones al teatro, cine y televisión y que, próximamente tendría su estreno en el Teatro Mogador.

«Espero que papá me permita asistir a la función», pensó.

Aunque admitía que hubiera sido mucho más interesante que fuera estrenado en la ópera, le daría un no sé qué realmente épico.

Sonrió como estúpida.

Deseaba entrar, pero no tenía dinero para pagar el tour. Ya sería otro día.

—¡A un lado! —Le gritaron por la espalda.

Dio media vuelta para encarar a la persona, pero recibió a cambio un golpe y una caída al suelo.

Se raspó las palmas de las manos al intentar detener la caída y ahora le punzaban. Al rato le iba a arder.

Cerró los ojos intentando reprimir las ganas que sentía de gritarle a la chica.

—¡Oh, lo siento! —Se disculpó la desconocida poniéndose de pie.

La miró con el ceño fruncido.

«¿Pero a esta qué le pasa?»

—Oh, no. No te preocupes, los accidentes ocurren —respondió con la mandíbula apretada.

Internamente la maldecía, pero por alguna razón siempre le costaba decir lo que realmente pensaba.

—Rebecca Malinov, un gusto —dijo extendiéndole una mano, con una amplia sonrisa en su rostro.

La chica lucía una amplia capa oscura, llevaba el cabello rubio recogido en un moño y en sus brazos cargaba a un perro pequeño color miel, cuyo collar portaba una escarapela francesa y en su placa se leía «Dobby».

«¡Vaya! Un perrito revolucionario», pensó sin dejar de mirar la escarapela.

Aceptó la mano de la tal Rebecca a regañadientes. A poco estuvo de reclamarle cuando la soltó y se metió corriendo al teatro de ópera.

—¡Adiós! —gritó a lo lejos la rubia.

El perrito aullaba en un tono chillón mientras un chico rubio corría tras ella diciéndole que lo esperara.

—¡Apresúrate, Émile! —exclamó Rebecca.

Anneliese se encogió de hombros y continuó su camino.

«¡Qué niña tan extraña!», pensó.

Tras un par de horas caminando a paso de tortuga, por fin llegó a casa. Dio un hondo respiro antes de abrir la puerta y tener que enfrentar su destino.

Abrió los ojos y se vio parada en el umbral, bajó la mirada y da unos pasos cerrando la puerta. Caminó cual zombie, dejando caer el estuche en el pasillo y se dirige hacia la escalera. Sujeta el barandal y da zancadas de dos escalones para llegar más rápido a la planta alta. Levanta la mirada y ahí se encuentra con la odiosa Olga, sonriéndole como la arpía que es. Intenta decirle que se quite, pero se interpone en su camino y la empuja. Su pie queda colgante en el escalón y gracias a sus reflejos alcanza a sostenerse del barandal.




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