Doppelgänger

Capítulo 4

ANNELIESE

 

Se golpeó la cabeza contra el cristal del autobús. Cabeceó un poco y abrió los ojos tratando de desperezarse un poco, pues ya le era costumbre perderse en las calles parisinas todas las tardes; era uno de sus pasatiempos favoritos, claro, después de acariciar las delgadas cuerdas de su violín durante las noches y envolverse en aquellas melodías que la llevaban a otras épocas, a su lugar feliz en donde nada ni nadie podía hacerle daño.

El tráfico no era denso y eso era algo bueno para ella, sin embargo, la tranquilidad que sentía le inquietaba un poco al grado de querer sucumbir al sueño una vez más en lugar de estar al pendiente de lo que ocurría a su alrededor por el resto del camino.

Bostezó.

Miró por la ventanilla, frunció el ceño y torció los labios. No reconocía la calle en la que se encontraba, aunque eso a ella le agradaba un poco. Volvió a bostezar. Los ojos se le cubrieron de lágrimas al instante, el sueño estaba presente y cada vez la intensidad aumentaba a pesar de ser tan solo las cinco de la tarde.

Se frotó los ojos tratando de despabilarse, mala idea después de todo, el maquillaje se le corrió y terminó pareciendo un mapache. Rio por lo bajo tratando de limpiarse con la manga del abrigo el contorno de sus ojos, utilizando su teléfono celular como espejo de mano.

El autobús se detuvo en la próxima parada y una pelirroja lo abordó.

Anneliese la miró por unos segundos, más ese minúsculo momento bastó para que sintiera cómo el espacio se reducía tratando de aplastarla, el aire le comenzó a faltar, casi no podía respirar, se puso de pie y se sujetó de la baranda para no caer. Las manos le temblaban y un sudor frío se deslizó por su frente.

Aquella mujer de ojos azules le dedicó una sonrisa. Eso la estremeció; las piernas quisieron fallarle y apenas pudiendo mantenerse en pie dio el primer paso hacia la puerta del autobús. Tenía que bajar lo más rápido posible, no quería perder el control antes de comenzar el día.

Cuando se aseguró que el vehículo se marchó, su respiración volvió a la normalidad y sólo entonces sintió la verdadera tranquilidad.

Las manos aún le temblaban, las ganas de llorar se apoderaron de ella y un nudo se le atoró en la garganta impidiéndole emitir algún sonido.

No quería quebrarse, no debía hacerlo y menos en vía pública; así que sacó de su mochila un frasquito transparente que ella consideraba «especial» desde siempre, lo abrió y sacó de él una pastilla de menta que se llevó a la lengua y la saboreó.

De vez en cuando, ella admitía que tenía un extraño sentimiento de amor-odio hacia esa golosina de menta, pero debía consumirla por su bien, al menos eso se decía al recordar las palabras que su padre, además, el sabor le traía una sensación de bienestar cada que una crisis quería apoderarse de ella.

Respiró profundamente y regresó la vista hacia la calle por la que el autobús se había ido.

Esa situación era nueva, solo sentía ansiedad al estar en lugares húmedos y oscuros, incluso tenía pánico a la sangre, pero nunca había estado a punto de perder el control por una pelirroja, Fiorella Sargue era un ejemplo, sin duda debía decírselo a Jacques. No quería rechazar esa sensación.

Durante años había tratado de recordar la razón por la cual ahora estaba enferma, pero sin éxito, sin embargo, cada vez que lo intentaba tenía que sufrir aquella sensación de ahogo repentino y olvidarse de lo que hacía en ese momento para recobrar la compostura y no terminar cediendo a su enfermedad.

Dio un respiro profundo. Debía tranquilizarse de una vez por todas, tenía que hacerlo, no quería sufrir de otro ataque, además estaba en plena vía pública, dudaba mucho que alguien le ayudase si eso sucediera.

Recordó Matthieu.

«Él si lo haría», pensó al recordarlo acudir a ella cuando las voces se apoderaron de su mente.

Sonrió.

—¡Anneliese! —Su nombre se escuchó a lo lejos.

La chica volteó a todos lados en busca de la mujer que la había llamado, más no encontró a nadie.

«Creo que me volví loca. Anneliese, son las voces de nuevo, solo ignóralas», pensó.

—¡No le hagas daño a ella por favor! —Volvió a escuchar, esta vez reconoció la voz.

Esa era la voz que siempre escuchaba, esa voz estaba presente en sus recuerdos, en sus sueños, suplicando por ella.

Apenas pudo reaccionar cuando un rayo iluminó el cielo parisino y momentos después, un trueno le hizo brincar.

La lluvia no se hizo esperar, primero una, luego tres, veinte y miles de gotas de agua comenzaron a caer del cielo, empapándola por completo y al instante. Se abrazó y buscó algún local en el cual se pudiese resguardar de la lluvia un rato.

Encontró un lugar apropiado, era una tienda de antigüedades llamada «Corenthin» no tenía planeado entrar, pero sí resguardarse bajo ese toldo bicolor. Caminó hacia el local, pero en el momento mismo en que cruzaba la acera, una chica pelirroja se aproximó a ella.

—¡Anna! —La llamó con voz cantarina.




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