ANNELIESE
Salir en un viernes fue la peor idea que tuvo.
El día anterior, cuando llegó a casa y mostró el hermoso violín blanco, su padre le preguntó qué había ocurrido con su instrumento.
Ella intentó explicar lo ocurrido con Olga, pero la malvada mujer fue más astuta y mintió al respecto, atribuyendo la destrucción del instrumento a una rabieta de la joven.
Gustave Beaumont le había lanzado una mirada de reproche e incluso ella pudo sentir a través de sus ojos, la lástima reflejada, sin embargo, su expresión cambió a una de enojo y decepción.
—¡Estás castigada! —había dicho su padre sin darle oportunidad alguna de explicarse.
Por esa razón, la mañana del viernes ella salió del número 33 de la Rue de la Sourdière con cartera en mano y con dirección hacia la Cathédrale Notre-Dame, sin importarle siquiera que le tomara más de media hora caminando y aún no hubiera probado alimento.
Dentro de su cartera mantenía guardada una hoja de papel con varios sitios que quería visitar en algún momento y la Catedral era sin duda alguna, uno de ellos.
Alta e imponente lucía la gran construcción gótica. Con su fachada ricamente decorada, con aquellas gárgolas y químeras que observan a todos desde lo alto.
Anneliese se detuvo ante las tres grandes puertas de la fachada oeste. Sus labios formaron una O al contemplar cada una de las esculturas y escenas que se formaban por encima y en los arcos de cada una de ellas.
La puerta central o del Juicio Final permanecía cerrada. Rara era la vez que era abierta, de acuerdo a lo que había leído con anterioridad, así que optó por entrar por la puerta de la Virgen.
Su mirada se posó sobre las esculturas, los profetas, los reyes, la Virgen y su sueño; a Saint Denis, el primer obispo de París, representado con la cabeza en las manos. El follaje, las flores y frutos que evocaban la corte celestial de ángeles, reyes y profetas.
Cerró los ojos y pasó por el umbral rememorando el significado de esa puerta: fe y esperanza.
Ingresó al recinto religioso y oró, pidiendo paciencia y fuerza para soportar el tormento que vivía.
Abrió los ojos y se mantuvo observando perdida el gran órgano que colgaba debajo del rosetón. Se preguntó cómo se escucharía en domingo.
Quizás podría volver.
Pero ahora ya hacía hambre, su estómago pedía comida. Ella, avergonzada de que se pudieran escuchar los ruidos de su estómago, salió del recinto y caminó en busca de algún local donde pudiera comprar comida.
Cruzó el Sena por el Pont au Double e ingresó al Subway de la esquina.
Pidió el Subway Melt y un refresco de manzana. Mientras comía no podía dejar de pensar en Olga y en su padre.
«¿Cómo podía creerle más a esa bruja que a su propia hija?», pensó.
Continuó con su comida, cada vez mordía con más frustración y enojo, sin embargo, se calmó al darse cuenta de que comer carne y hacer corajes no eran la mejor combinación.
Terminó sus alimentos y salió del establecimiento. Regresó por el Pont au Double con intenciones de llegar hasta el Square Jean XXIII y pasar el resto de la tarde ahí antes de irse a casa para probar su magnífico instrumento.
Durante la clase de Vera Moire no le había sido posible debido a las múltiples participaciones del resto de sus compañeros. Muchos de ellos habían tocado sonatas y hasta concertos enteros, alargando de más la clase, pero, aun así, ella no tuvo su oportunidad.
Agradeció por lo bajo, ya que, después de escuchar espectaculares interpretaciones, dudó de si tocar o no la melodía que ya tenía planeada. Hasta vergüenza sentía.
Sin embargo, el violín blanco prometía mucho. Su antigüedad le intrigaba y la identidad del anterior dueño le añadía emoción al asunto. Al menos esos eran sus pensamientos antes de que aparecieran esos tres hombres con intenciones aterradoras.
Corrió lo más rápido que pudo, pero sus atacantes eran más veloces que ella, dejándola al final por completo a su merced. Por un momento se sintió como un personaje en una película de terror. Pero ninguna historia sería tan horrible como lo que ellos intentaban hacer.
Ella esperaba que se fueran como normalmente lo hacían las voces, creyendo por un instante de que se trataba de un producto de su imaginación, pero no fue así. Y luego, ese enmascarado apareció para salvarla, como si fuese obra del destino o solo un poco de suerte dentro de su cruel mundo.
Pero ¿qué fue lo que ocurrió después? Había quedado inconsciente al instante en que un resplandor azulado la encegueció por un momento.
Lo último que recordaba era haber dicho su nombre y ver en sus ojos esmeralda una chispa de asombro y terror.
Al despertar, no encontró rastro alguno de esos hombres con extrañas auras malignas, ella asumió que podrían ser asaltantes o incluso posibles violadores, porque... ¿de qué otra manera explicaría el hecho de haberle desgarrado la blusa? Si eso no se trataba de una agresión sexual, ¿entonces qué era?
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Editado: 03.08.2022