EVERETT
—Anneliese Beaumont —pronunció.
Ese nombre lo tendría siempre presente.
Jugaba con el antifaz negro hasta que se cansó y lo metió debajo de su almohada.
Los pensamientos de la chica aún hacían eco en su mente. El nombre que le inventó y la idea falsa que tenía de su apariencia física y la identidad de Novak.
Cerró los ojos y se dejó caer en la cama.
Dejarla hablando sola tuvo un motivo: alejarse de sus ojos. Al contemplarlos no solo pudo descubrir el secreto que ocultaba, sino también la única oportunidad de poder cumplir su promesa y por fin olvidarse de todas esas cargas inútiles que solo conseguían agotarlo mentalmente.
Refunfuñó.
Esa mujer tenía algo que sólo él pudo sentir en ese momento. Ella le recordaba a alguien en específico y no sólo a Cassiopé Watters. Esa mirada melancólica era familiar, la había visto en su hermano desde que era un niño.
Pensar en su hermano fue una distracción para él.
El ruido de un golpe lo sobresaltó.
Abrió los ojos y se incorporó. Mantuvo la calma, él jamás perdía la compostura y esa no sería la primera vez.
Casi nunca estaba consciente de lo que ocurría en esa casa, pero tampoco era tan importante, mientras Matthieu estuviera bien, él podría trabajar en paz.
Pero ahora presentía que su hermano no se encontraba en su mejor momento, así que con ese porte elegante que lo caracterizaba, salió de su habitación, atravesó el pasillo y llamó a la puerta de su hermano.
Tres golpes rítmicos que no atrajeron la atención de nadie.
Abrió la puerta y lo llamó, pero no se encontraba ahí. Entró y lo único que consiguió fue un aroma a alcohol y un algodón ensangrentado en el bote de basura.
Frunció el ceño. Se acercó al tocador, se inclinó y urgó en la basura confirmando esas sospechas.
«Otra vez», pensó empuñando las manos.
Ya estaba harto de esa situación.
Se puso de pie dispuesto a salir, quería verificar que su hermano se encontraba bien.
¿Cómo era posible que sólo su ausencia dejara como resultado la violencia que sufría su hermano?
Por muy bastardo que fuera, seguía siendo su hermanito inocente y jamás dejaría que alguien le hiciera daño, ni siquiera su propio padre.
Por el rabillo de su ojo alcanzó a percibir la presencia de un teléfono celular sobre el tocador. Lanzó una mirada rápida a la puerta, esperando que no viniera nadie y después, tomó el teléfono, leyendo lo que tenía abierto en el navegador.
—Esquizofrenia —leyó.
La libreta que permanecía abierta gracias al bolígrafo, le indujo a averiguar qué era lo que estaba haciendo. Revisó las notas y los rayones hechos a propósito para descartar cualquier síntoma.
—Dos o más de los síntomas siguientes, delirios, alucinaciones.
Everett arqueó una ceja y cerró la libreta en su posición exacta, hizo lo mismo con el teléfono.
Él no se caracterizaba por ser un entrometido o chismoso, pero la curiosidad era uno de sus defectos, por lo que terminó su inspección revisando el cuaderno de dibujo que siempre llevaba consigo, encontrando ahí los retratos de la chica que salvó el día anterior.
Anneliese Beaumont.
«Así que es ella», pensó sin despegar la mirada de los dibujos.
Admitía que su hermano era un artista nato, sus dibujos eran tan realistas que podía jurar tenía a la chica enfrente. Todo era idéntico, incluso reflejaba la melancolía y misterio que esos ojos oscuros le causaban.
Escuchó una melodía que lo sacó de sus pensamientos.
Era Matthieu. Estaba tocando el piano y se encontraba triste.
Su corazón se estrujó al pensarlo.
Dejó el cuaderno de dibujo en su lugar y salió, dirigiéndose al salón de música en donde su hermano acariciaba esas teclas, inmerso en su propio mundo.
—Maravilloso… —Lo escuchó pronunciar cuando la última nota sonó.
—¿Es nueva? —preguntó, asustando a su hermano, quien solo asintió tembloroso.
—¿Qué te pasa Matt?
—Nada.
Pero ese nada no ocultaba en absoluto lo que las marcas en su rostro mostraban.
Matthieu desvió la mirada y eso solo provocó que su sangre comenzara a hervir.
—Volvió a hacerlo, ¿no? —preguntó reprimiendo la ira que se acumulaba en su interior con gran velocidad.
Matthieu apenas levantó la mirada. Los ojos se encontraron y no necesitaron de palabras para comunicarse.
—No hace falta que lo intentes. Tú sabes que él…
—¡Me va a escuchar! —interrumpió con un sonido gutural saliendo de su garganta.
Dio media vuelta y buscó a su padre en el estudio.
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Editado: 03.08.2022