ANNELIESE
Martes, 13 de septiembre
Para Anneliese, los días le parecían eternos. La noche anterior discutió con Olga por tirar la cena a la basura y con las confrontaciones de su padre al respecto, ya no sabía en donde refugiarse. La música era lo único que le quedaba, pero cómo continuar si incluso su pasión ya comenzaba a cansarla, por más hermoso que viera el violín blanco, no sentía deseo por tocarlo.
La escuela tampoco la ayudaba. Su profesor de Improvisación musical la regañó constantemente por su repentina falta de concentración durante toda la clase y las burlas de Fiorella acompañadas de las risas de sus compañeros no hacían más que aumentar su desconfianza. Pero, solo una persona le tendió la mano durante esos minutos insufribles: Matthieu Dubois.
Ella no tenía intenciones de dejarlo acercarse a ella o siquiera permitirle hablarle, pero no fue hasta que lo vio bien cuando se percató que el muchacho tenía maquillaje en el rostro. Así que durante la salida lo siguió hasta la sala de música en donde lo encontró sentado frente al piano, tocando la melodía que ella interpretó en su violín el día en que lo compró: Je crois entendre encore.
—¿Estás bien? —preguntó acercándose al joven de rizos oscuros. El alzó la mirada un poco y después volteó la cabeza—. Mateo…
—Matthieu —corrigió.
—¿Quién te hizo eso en el rostro?
Él no dijo nada.
Anneliese se sentó junto a él y posó su mano izquierda sobre el hombro del chico.
—Quizá creas que estoy loca y a veces yo también lo creo, y puede ser que también escuche voces de vez en cuando o vea cosas extrañas. Pero ¿sabes algo? No estoy del todo ciega, por lo que puedo ver que alguien te hizo daño. —Su voz salía dulce.
Lo escuchó suspirar.
—No deberías preocuparte por mí, Anne. Yo estoy bien —respondió con seguridad.
La mirada de Anneliese se posó sobre su herida y luego negó.
—No lo estás. ¿Sabes? Una vez un chico muy amable me dijo que no merecía sufrir, pienso igual que él —sonrió—, porque al final creo que sí tenemos mucho en común.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Matthieu.
Ambos se miraron a los ojos y en silencio, compartieron en esa mirada un momento íntimo que se tradujo en complicidad.
—Gracias —murmuró Matthieu al cabo de un rato, sonrojándose y bajando la mirada.
Ella se limpió el sudor de las manos sobre el pantalón.
—No, gracias a ti, Matthieu. —El chico estuvo a punto de hablar, pero fue interrumpido por las palabras de la extranjera—. Por cierto, puedes llamarme Anneliese, suena más bonito que Anne —añadió enfatizando su primer nombre.
—¿Pensando en mi yerno? —La voz de su padre la sacó de sus pensamientos.
Anneliese se sonrojó.
—Matthieu es solo un amigo, nada más —respondió desviando la mirada.
Su padre soltó una carcajada.
—Así decía yo a tu edad. “Es solo una amiga”. —Se burló—. Pero si ese muchacho te hace sonreír así, quiere decir que es un buen partido para ti. Me gustaría conocerlo alguna vez.
—¿Enserio quieres?
—¡Por su pollo!
—Pues seguirás queriendo —rio.
Gustave le dio un leve pellizco en el antebrazo y ella se quejó con fingida molestia.
Por lo menos tenía a su padre de su lado en este momento. Cuando llegara a casa, quién sabe si Olga terminaría lavándole le cerebro otra vez.
—Anna Elisa Beaumont —habló la recepcionista interrumpiendo el puñetazo que la chica estuvo a punto de darle a su padre en el hombro.
Ella bajó la mano y la escondió detrás de su espalda y comenzó a silbar.
—Ya puede pasar —añadió.
Gustave dio un asentimiento y entró junto a su hija al consultorio.
Ella tragó saliva y sus manos comenzaron a temblar mientras un escalofrío recorría su espina dorsal.
—Tranquila —susurró su padre, tomándola del hombro.
Ella asintió y después dio un profundo respiro. Se limpió las manos en el pantalón y con la barbilla en alto, ingresó al consultorio. Su padre entró tras ella y cerró la puerta.
Jacques Guillaume se puso de pie y recibió a su paciente con una gran sonrisa, ella devolvió el gesto y miró a su padre, quien ahora le daba la mano al terapeuta.
—Por favor, tomen asiento —dijo Jacques mientras invitaba a la familia a tomar asiento en las sillas frente al escritorio.
El terapeuta procedió a hacer lo mismo. Poco después sacó del cajón de su escritorio un folder azul que contenía el expediente bajo el nombre de Anna Elisa Jolie Beaumont Medina.
Ella intentó ver por encima el folder, pero la mirada de su padre la hizo acomodarse en el asiento.
—Perdón —susurró.
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Editado: 03.08.2022