Doppelgänger

Capítulo 21

MATTHIEU

 

A demain, monsieur Moncharmin! —Se despidió Matthieu, mientras recogía sus pertenencias de detrás del mostrador.

El anciano hombre asintió y se despidió agitando una mano.

El chico salió del anticuario Corenthin, pero un recuerdo le hizo volver sobre sus pasos y acercarse a su jefe. Quizá sería imprudente de su parte, pero necesitaba saberlo. Después de todo, la magia siempre le había fascinado y hasta tenía sus sospechas acerca de la identidad de Bastien Moncharmin.

—¿Qué sucede muchacho?

—¿Qué ocurrió con los hermanos perdidos en Lost?

Monsieur Moncharmin sonrió con picardía.

—¡Esperaba que me lo preguntarás!

—¿Enserio?

Oui. Los hermanos lograron salir anoche, ambos lucían cansados y no quisieron contarme nada —dijo encogiéndose de hombros—. Me preguntó qué aventuras habrán vivido ahí.

—Seguramente hicieron un pacto de no hablar porque nadie les creería.

—¡Y tienes razón! Tienes razón, mucha razón… —repetía cada vez en un tono más bajo.

—Sí…

—¿No que ya te ibas?

Aquella pregunta cambió el tema de conversación, Matthieu se ruborizó cual tomate y asintió antes de irse.

—¡Hasta mañana!

Matthieu se retiró tras escuchar la respuesta de Bastien Moncharmin.

Después de su horario laboral, tenía pensado ir a otro lado que no fuera su hogar. No solo porque ahí no tenía nada que hacer, sino que quería hablar con Anneliese y preguntarle aquello que no había tenido valor de preguntar en su momento, no le importaba parecer un canalla frente a ella.

Además, tenía una laguna mental, no recordaba mucho lo que pasó con tras el ensayo, por lo que no dejaba de contemplar las partituras en busca de la respuesta que tanto ansiaba tener.

Desechó por completo la idea de que Everett tuviera algo que ver con sus falta de recuerdos. Lo conocía, él jamás le haría algo que lo dañara. O por lo menos eso era lo que pensaba.

Tras varios minutos de camino y de reflexión post-trabajo, llegó al número 33 rue de la Sourdière, el hogar de su amada Anneliese.

Contempló el edificio de cuatro plantas, se acercó al portón marrón y tocó el timbre.

El portón se abrió tras esperar unos pocos minutos.

Una mujer rubia, vestida totalmente de negro, con enormes lentes de sol y con la cabeza cubierta por una gran mascada negra lo recibió de mala gana.

Bonsoir Madame! —saludó al chico un poco atemorizado por el aspecto fúnebre de la mujer—. ¿Se encuentra Anneliese?

Ella retrocedió un poco cuando el sol le dio en la cara.

—¿Quién la busca? —preguntó ella.

—Un amigo suyo.

Ella dibujó una sonrisa burlona y una carcajada se escapó de sus labios.

—¿Acaso tiene amigos?

Él no supo qué responder. La actitud apática de la mujer lo intimidaba de cierta manera. Era como si ejerciera un poder sobre cualquiera que estuviera delante suyo.

Matthieu tragó saliva, pidió hablar con la chica, pero fue negada.

La mujer le pidió al chico que se fuera, pero él se opuso ante tal sugerencia u orden, como la había considerado.

De pronto, ella pidió que se quedara. Matthieu se confundió ante el repentino cambio de opinión de esa mujer, pero con tal de hablar con Anneliese, haría lo que ella le indicara.

—¿Usted es Olga Lavelle? —preguntó una vez fue conducido por el interior de la casa.

La mujer se congeló al oírlo decir su nombre.

—En realidad, soy Olga de Beaumont, parece ser que mi hijastra omitió ese pequeño detalle —anunció apretando la mandíbula.

—Disculpe.

—Oh, eso lo arreglaré después —murmuró con una voz.

Aquello no le dio confianza, se preocupó un poco por el destino de Anneliese. Sabía poco sobre Olga, pero temía que la chica sufriera la ira de su madrastra en cuanto él se fuera.

Dentro de la casa se sentía un aura pesada, casi asfixiante, como si lo poco de alegría que aún tenía en su interior fuera consumida lentamente.

Se sentía un frío sobrenatural que no podía soportar sin un abrigo adecuado. ¿Acaso estaba encendido el aire acondicionado?

Tenía ciertas dudas de si confiar en esa mujer, pero no era la primera vez que se ponía en peligro.  Se mantuvo firme, evitando mostrar alguna debilidad ante esa mujer intimidante.

Olga de Beaumont le indicó que tomara asiento en el sofá principal. Él accedió.

Ella se quitó los accesorios, dejando ver a una hermosa mujer adulta, con facciones afiladas y de brillantes ojos verdes.

Aquellos rasgos le resultaron familiares, más no recordaba exactamente donde la había visto antes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.