Doppelgänger

Capítulo 23

EVERETT

 

Domingo, 18 de septiembre

Aunque tuviera millones de hojas por revisar y cinco minutos para hacerlo, no tenía cabeza para concentrarse en eso. Su hermano no le dirigía la palabra desde el día anterior y, cuando llegó a casa, solo le dedicó una mirada recelosa, como si supiera que algo tramaba, pero no cualquier cosa, sino relacionado con esa chica.

¿Es que acaso su fascinación con Anneliese Beaumont podría cegarlo a tal punto de ponerlo en su contra?

La pregunta no tenía fácil respuesta, puesto que él también se sentía extraño con ella. Por más que intentara mantenerla alejada, siempre terminaba encontrándose de una u otra forma. Hasta ahora no sabía si se trataba del destino o del karma.

Intentó borrar todo lo acontecido de su mente. Solo necesitaba concentrarse en los informes que leía:

 

[…] El 15 de septiembre de 2016 a las 12:00 p.m., compareció Audrey Marceau ante el Ministère de l'intérieur para denunciar la desaparición de su hija, Clémence Marceau, de 16 años de edad […]

 

—¡No sirve! —gritó Kirill provocando que Everett hiciera volar en el aire todos los papeles que tenía previamente acomodados.

Bête! Regarde ce que tu m'as fait faire! —replicó el mago aún más molesto.

Kirill se pasó las manos por la cara. Everett aprovechó para penetrar en sus pensamientos, más lo único que recibió fue un rechazo.

—Yo nunca bajo la guardia, ya deberías saberlo —pronunció el cazador con la barbilla en alto.

—Quería probar —respondió encogiéndose de hombros.

—¿Te das cuenta de que todos…?

—¿Los que están en estos reportes son las personas a las que hemos cazado durante los últimos meses? Es evidente —interrumpió poniendo los ojos en blanco.

—De nada sirve destruir a los neonatos si Harker sigue vagando en total libertad —respondió con irritación.

Everett atribuyó su mal genio a una posible hemorroides.

—Pero, por lo que veo, te interesan más las cuestiones banales que el peligro que representa esa criatura del infierno —añadió.

El mago frunció el ceño.

—Solange Harker es el menor de mis problemas, si en realidad te interesa saberlo.

El chico se mordió la lengua al admitir lo que tanto había negado.

—No me digas, ¿estás pensando en cómo recuperar el espejo?

Everett se mofó.

—¿Qué te hace pensar que estoy interesado en eso?

Kirill rodó los ojos y por poco se abalanza hacia el joven con tal de partirle la cara.

—¿No harás caso a lo que te ha dicho Mélissandre?

—¿Por qué debería creerle a ese intento patético de bruja que solo piensa en satisfacer sus necesidades básicas? —apuntó cruzándose de brazos—. En todo caso, es mi problema el asunto del espejo. Tengo cosas más importantes en qué pensar.

—¿Y cuáles son esas cosas?

Everett miró por encima del hombro a Kirill, contemplando aquel cuadro que rememoraba una escena de una batalla épica en algún campo floreado, con jinetes en brillante armadura y estandartes bicolor, alzándose orgullosos e imponentes ante sus rivales.

—Como bien me has dicho, no es de tu incumbencia.

Kirill se molestó aún más, así que sólo salió de la estancia destruida y comenzó a remover objetos al otro lado de la puerta.

Ruidos de pesados objetos cayendo al suelo y porcelana rompiéndose era lo que escuchaba Everett mientras contemplaba la pintura frente a él.

Poco después, la puerta se abrió nuevamente, mostrando a Kirill con una victoriosa sonrisa y un antiguo y desgastado libro, con pastas de piel marrones y ornamentos acabados por el paso del tiempo.

—Aquí tienes —dijo lanzando el libro a los pies de Everett.

Él no respondió, pero ganas no le faltaron de hacerlo.

—¿Qué es eso?

—Lo que tanto anhelabas saber. Ahora concentrate, no tenemos mucho tiempo.

Everett levantó el libro y lo puso sobre la mesa. En la tarde lo leería. El libro, a pesar de tener hermosos decorados sobre la piel de la cubierta, no tenía título alguno. Ni en el lomo, ni en la primera página. No le dio mucha importancia y continuó con sus deberes, concentrándose por fin en lo que Kirill le había ordenado: revisar los reportes policiacos de las víctimas de Solange Harker, para encontrar alguna pista que los guiara hasta ella.

Pasaron horas antes de darse por vencidos. Ninguno de los dos tuvo éxito en su investigación; las desapariciones de las víctimas se habían dado en diferentes puntos de la capital francesa, sin ningún patrón en específico.

Kirill admitió que Solange era astuta, pero no lo suficiente como para seguirlos burlando. La encontraría tarde o temprano y entonces la haría pagar por todos sus crímenes.




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