ANNELIESE
Miércoles, 21 de septiembre
La sesión con Jacques Guillaume no fue tan horrible como creía, pero el regreso a casa no fue lo suficiente gratificante como para querer recordarlo. Su padre no se encontraba en casa y Olga mucho menos.
No se había preocupado hasta que ellos no volvieron durante la madrugada. Al despertar, desayunó sola, lo cual fue extraño, porque su padre jamás faltaba a una comida, ni una sola vez lo había hecho.
Olga como sea le importaba un comino, pero no tener conocimiento del paradero de su padre, le provocó un ataque de ansiedad que con dificultad logró controlar.
Evocó el mejor recuerdo que tenía y con ejercicios de respiración se mantuvo tranquila todo el día.
Por lo menos ahora, en clase de canto podía distraerse, aunque fuera un poco.
Se sentó junto a Matthieu, pero él se mantuvo indiferente con ella una vez más.
Anneliese bajó la mirada y solo quiso desaparecer bajo tierra. Se levantó decidida a cambiar de lugar, pero fue detenida por la mano del chico, quien la sostuvo por la muñeca con delicadeza.
Ella lo miró y él le extendió un pequeño ramo de flores, compuesto por una dalia violeta, un jacinto amarillo y una peonía rosa rodeadas por brezos blancos.
La violinista se sonrojó, pero no dudó en tomarlo. Sonrió y volvió a sentarse junto a Matthieu.
—Gracias —dijo susurrándole al oído.
Él no respondió, parecía estar debatiéndose entre hablarle y no hacerlo. Aunque Matthieu lo intentó no pudo ocultar el vendaje que traía en la mano.
—¿Qué te pasó? —preguntó preocupada.
Él negó.
—Un accidente, estoy bien.
Ella frunció el ceño.
No le agradaba la actitud cortante de su amigo. Miró atrás, en donde Miranda Pontmercy le sonreía con picardía mientras alzaba los pulgares y movía la boca intentando decirle algo que no pudo comprender porque no sabía leer labios.
Aunque eso sí, no pudo evitar sonrojarse al pensar en que Miranda le estaba deseando suerte en su supuesta relación amorosa con Matt.
Junto a Miranda se encontraba Fiorella, quien la miraba de mala gana, como si ella le hubiera quitado algo que atesoraba. Lo único que aún guardaba con recelo era el anillo que supuestamente le pertenecía a la pelirroja, pero de ahí a otra cosa, no.
Anneliese volvió a su lugar. Contempló el ramo de flores, intentando averiguar por qué era algo diverso en comparación a cualquier ramo que un amigo le daría a alguien. Usualmente se regalaban rosas, pero el ramo de Matthieu era diferente, hasta podría decirse que lo sentía como algo especial, hecho exclusivamente para ella.
La profesora Fleur Durand entró al salón y comenzó la clase. Pidió a sus alumnos cantar el avance de sus proyectos. Matthieu alzó la mano y Anneliese, en desacuerdo, no tuvo opción que levantarse e ir junto a su compañero al frente de toda la clase.
—¿Estás seguro? —Le susurró a Matthieu.
Él asintió.
—Solo sigue la partitura, no te preocupes, estamos listos.
Ella asintió no muy convencida.
Matthieu presentó la canción y la profesora les dio la indicación de comenzar.
El chico se sentó en el taburete, Anneliese se acomodaba frente al piano de cola blanco. Matthieu le entregó una copia de las partituras, luego, él colocó las originales en posición.
A la chica le temblaban las manos, pero tomó el valor para pararse enfrente y cantar la canción con la que habían trabajado, a pesar de que él la evitaba a toda costa.
El castaño comenzó a tocar la pieza, cerró los ojos y cantó los versos que parecían recién salidos de su corazón:
¿Por qué perturbas mi alma?
¿Por qué?
Si no me ayudarás.
¿Por qué?
¿Y quién podría hacerlo?
¿Devolverme al pasado?
¡¿Para qué?!
¿Quién te dijo que podía devolver el amor?
¿Quién te mintió?
Por favor olvídame.
He llegado al borde de un abismo,
Viendo en tus ojos mi fracaso.
Dulce amor, por favor, aléjate.
No hay peor dolor que verme enloquecer,
la vida ya no me interesa,
estoy cansado de ella.
Ya es tarde para mí…
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Editado: 03.08.2022