EVERETT
En el interior del número 33 de la rue de la Sourdière se encontraban Everett y Kirill. Durante el día no encontraron nada, por lo que, después de llevarse a Anneliese Beaumont a un lugar seguro, ellos volvieron a buscar alguna pista que los condujera hacia Olga Lavelle.
Kirill subió a las plantas superiores, revisando cada puerta y cada oscuro rincón en donde un vampiro pudiera esconderse.
Por su parte, a Everett le tocó investigar en la planta baja y aunque entró en el sótano que descubrió al poco rato cuando por accidente se rodó escaleras abajo.
Desde arriba escuchó a Kirill gritar si se encontraba bien, a lo que el mago respondió refunfuñando.
Everett odiaba ensuciar sus pulcros pantalones y sacudirse el polvo no era opción, porque en lugar de limpiar solo expandía más la suciedad. Resopló cansado y continuó su búsqueda por el oscuro sótano.
Buscó su teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón y ahogó una maldición al ver la pantalla rota. Suertecita la que tenía, pues no solo rodó por las escaleras, sino que el teléfono que cuidó durante más de cinco años ahora era inservible.
Antes de pensar en lanzarlo a la basura, encendió la lámpara e iluminó un poco el lugar.
Caminó un poco más para después cubrirse la nariz al percibir el aroma a sangre fresca de animal. Se asqueó. Si algo le repugnaba era el hedor de un cadáver recién destripado.
Alumbró su camino, buscando aquello que emanaba ese olor tan desagradable. El estómago se le contrajo al ver varios perros asesinados brutalmente amontonados en un rincón.
La escena era bastante explícita, después se haría un hechizo para olvidar esa imagen perturbadora.
Sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal y retrocedió unos pasos, pero se tropezó con un tubo. Cayó sobre su espalda y el teléfono se le escapó de las manos, lo escuchó caer y deslizarse debajo de alguna caja.
Exclamó malhumorado y se levantó rápidamente para recuperar el aparato. Después, regresó a donde el montículo de cadáveres caninos se encontraba y los revisó uno a uno.
Todos tenían marcas de colmillos en el lomo, las patas y el estómago. A pesar del pelaje, las heridas eran notorias. Sintió lástima de uno de ellos, a quien el estómago le fue desgarrado para ser destripado con violencia.
Maldijo nuevamente a Solange Harker. Esa criatura lo único que había traído al mundo era sufrimiento. Pero ya tendría tiempo para deshacerse de ella. La mujer era una gran rival, eso se lo reconocía, pero lo que consideraba imperdonable era su simple existencia.
Antes de que pudiera levantarse, fue tomado del hombro. A punto estuvo de reclamarle a Kirill por su imprudencia, cuando fue arrojado por el aire hasta golpearse con un estante metálico que se encontraba empotrado a la pared.
Volvió a perder el teléfono, pero esta vez no fue a buscarlo. Chasqueó los dedos para iluminar el lugar. Una luz azulada dejaba en visto una presencia que no había sentido hasta ese momento.
Era un hombre alto, de edad madura, corpulento y de un atractivo sobrenatural que lo estremeció.
Everett frunció el ceño. Reconoció al hombre de las fotografías que alcanzó a ver en la sala de estar y en la habitación de la chica. El pobre miserable se trataba del padre de Anneliese: Gustave Beaumont.
No tuvo opción, el neonato de se abalanzó contra él y en un rápido movimiento, encontrándose entre la vida y la muerte, acabó decapitando al hombre usando unas tijeras de jardinería que cayeron a su lado cuando chocó con el estante.
Al caer el cuerpo, Everett por fin pudo hacer la mueca de dolor que no se permitió al momento. Se tocó la espalda y se sobó el golpe, previendo el futuro moretón que le saldría. La desventaja que tenía era que él no poseía poderes curativos que aliviaran el dolor.
Después de todo seguía siendo un ser humano, especial, pero humano.
Las luces se encendieron, escuchó pasos correr por la escalera y luego la voz del cazador retumbó.
—Pero ¿qué ha sido…? —No completó su frase, pues su vista se quedó puesta sobre el cadáver—. ¿Ese era el padre?
Everett asintió limpiándose la cara ensangrentada con un pañuelo blanco que sacó de uno de sus bolsillos.
—Tú encárgate del cuerpo, yo iré a lavarme —dijo subiendo las escaleras.
Kirill trató de detenerlo por las buenas, pero sabía que al joven le interesaba más estar limpio que enfrentar las consecuencias de haber eliminado al padre de la chica que ahora yacía en su casa, en compañía del joven Dubois.
Más tarde, cuando por fin volvieron a la casa Guélin, Everett seguía en silencio, meditando sus actos y cada posible consecuencia que debería enfrentar a partir de este momento.
Por otro lado, Kirill sonreía, pues ya sabía cómo enfrentar y destruir a Solange Harker, esa vampiresa que tantos problemas le trajo durante años.
El joven mago subió las escaleras, poco después entró a la habitación de Matthieu, quien se encontraba abrazado a la chica.
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Editado: 03.08.2022